Ambiente de barrio

Acomodado en una de las márgenes del río Yayabo, Jesús María es uno de los asentamientos más antiguos de la ciudad de Sancti Spíritus y, quizás en parte por ello, se ha ganado el sambenito de difícil, revoltoso, complejo. Escambray indaga más allá del mito

Especial de Escambray En el corazón de Jesús María

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Sin salir de la casa de ladrillos y tejas, remendada una y otra vez, donde vive hace más de 50 años, en pleno corazón de Jesús María, Caruca se atreve a relatar cada machetazo, cada robo, cada bronca por aquellos contornos. Y no han sido pocos.

“Sentadita en este quicio he visto pasar yo carretas y carretones”, asegura, con la serenidad de quien está perdiendo la visión, pero no la lucidez para relatar escalofriantes historias: el hombre que violó a su hijastra mientras la madre de la niña se hacía la desentendida; el ratero que, apenas sale de pase, brinca tapias y tejados hasta caer de cabeza nuevamente en “Nieves”; la mujer con tres hijos a cuestas a quien el Gobierno le dio un apartamento, sobre todo para salvarla del marido que la muele a palos un día sí y otro también, pero que siempre termina volviendo al rancho donde se repite una y otra vez el ciclo de la violencia…

Caruca no sabe el concepto exacto de marginalidad; pero lo define mejor que cualquier experto: “En Jesús María, o te integras al ambiente, o el ambiente te pasa la cuenta”.

En ello coincide Elier Abreu Rodríguez, jefe del Departamento de Prevención, Asistencia y Trabajo Social en la Dirección Municipal de Trabajo de Sancti Spíritus, quien explica todo cuanto se hace en materia de prevención, pero sentencia, lapidario: “Hoy es muy difícil romper los ciclos de violencia, alcoholismo, delincuencia, que se reproducen en barrios como este. La familia es la primera que no ayuda, porque en ocasiones alienta los malos comportamientos en los propios niños, en otras no los corrige y le quita la razón a la escuela —explica—; tampoco ayuda mucho la situación económica que vivimos y los modelos de éxito que se vienen entronizando, donde el ganador es quien más dinero tiene, a costa de lo que sea”.

Para romper el círculo vicioso de la marginalidad laboran los llamados factores que integran la Comisión de Prevención: los trabajadores sociales, entes coordinadores por excelencia; Salud, Educación, el Inder, Cultura, la Policía, Atención a Menores y un larguísimo etcétera de organismos e instituciones que tienen incidencia directa en el barrio pero que, no obstante los buenos deseos, no siempre consiguen estabilizar el trabajo.
Y no lo consiguen porque, entre el éxodo de especialistas hacia funciones mejor remuneradas y el “respeto” que algunos le tienen a Jesús María, la Comisión de Prevención ve llegar a un especialista que se va al poco tiempo, con lo cual el quehacer no se consolida.

“Nos pasa mucho en la escuela primaria Wilson Rojas, donde muchos profesores laboran por contrata; nos cambian con frecuencia los jefes de sector de la PNR; van y vienen los trabajadores sociales”, ilustra Dayamil Rodríguez, presidenta del Consejo Popular Jesús María, quien ha intentado fortalecer la prevención en las circunscripciones más complicadas: la zona del Cabildo, San Telmo, el Balneario…

La complejidad del panorama no la imaginan quienes se mantienen en las zonas pintorescas: el puente Yayabo, la Quinta Santa Elena, la Iglesia de Jesús Nazareno. Pero en lo más profundo de Jesús María hay de todo, como solía haber en las boticas de antaño: personas con conducta deambulante, familias numerosas con niños bajo peso, menores “controlados” por ser proclives a delinquir, niños incumplidores de los deberes escolares, personas desvinculadas del estudio y el trabajo, otras que sufren algún tipo de violencia, ciudadanos con conductas “desajustadas”, ese eufemismo que incluye a prostitutas y proxenetas, que también los hay.

Conscientes de la gravedad del asunto, sobre todo por sus raíces sociohistóricas, instituciones, organismos y funcionarios a todos los niveles han estimulado la creación de proyectos culturales, deportivos y de diversa índole que contribuyan a transfigurar la cartografía del barrio; algunos con mayor arraigo, otros de vida efímera.

El más influyente ha sido —quizás porque surgió y ha venido evolucionando con la comunidad— el Cabildo Luz Divina de Santa Bárbara, centro de peregrinación y culto obligado para los creyentes y espacio donde se promueven las mejores prácticas de convivencia; escenario donde se ha venido cocinando a fuego lento la muy particular idiosincrasia de Jesús María, mezcla de todos los credos que se profesan con la misma devoción.

Las buenas intenciones no han faltado, ni los programas de reanimación que han puesto curitas en los problemas más acuciantes, ni la asistencia social a los casos críticos; pero hay vulnerabilidades de siglos que no se enmiendan solo por el hecho de estar bien identificadas. El fondo habitacional, por ejemplo, que figura entre los más deteriorados del municipio, o el claro predominio del trabajo informal, o esa especie de “aguaje” que viene a ser la música de fondo en cualquier discusión de esquina.

“Hay barrios que presumen de ese ambiente —recalca Elier Abreu—, barrios donde hasta cierto punto está bien visto esos tipos de comportamientos. Por eso, aunque lo ideal sería modificar el contexto, a veces para salvar determinados casos, sobre todo niños y adolescentes, no queda más remedio que sacarlos del medio”.

En esa estrategia de “levantarlos en peso” no está de acuerdo Caruca, defensora a ultranza del Jesús María profundo, donde un juego de dominó puede terminar convertido en polvorín a golpe de aguardiente; pero la gente conserva el candor de los barrios y comparte con el vecino hasta el último sorbo de café, si hiciera falta.

“Todo el que dice: yo soy de Jesús María —sentencia—, lo dice con el corazón en el medio del pecho”.

Gisselle Morales

Texto de Gisselle Morales
Periodista y editora web de Escambray. Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2016). Autora del blog Cuba profunda.

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