Llega con dos bandejas, una en cada mano. En la primera trae saberes culinarios antiquísimos de su Italia natal con el altruismo por bandera. En la segunda, la premisa inalienable de que no hay mejor alimento que el que se elabora con productos ciento por ciento naturales porque las harinas, los azúcares y los ultraprocesados portan enormes riesgos en su composición química.
Tampoco es su primera vez en Cuba; no ha visitado la isla una decena de veces, como muchos otros apasionados por el trópico, sino que vive en ella y alega que nada se compara con esa explosión de sabor de las frutas autóctonas, ni nada compite contra la tranquilidad tan natural de este país, ni nada supera la calidez de su gente.
Marinella Salerno escogió la nutrición como motivo de vida. No obstante, desde muy joven decidió hacer el bien fuera de burós y de oficinas para ofrecer, a través del más excelso arte culinario, nuevas y variadas recetas que devuelven la salud y el placer al paladar.
“Quiero mostrar a los cubanos que se puede comer saludable y también económico con varios productos del agro. En Cuba se tiene por costumbre consumir mucho arroz (herencia de China) y carne y frijoles, pero el abanico de preparaciones con alimentos vegetales que pueden hacerse en este país es, prácticamente, infinito”.
Marinella agrega que en pos de priorizar los básicos, suelen dejarse a un lado algunas frutas y vegetales que poseen un valor nutricional elevado y son una mina de vitaminas y minerales para el organismo. Luego de descubrir esto, decidió poner sus conocimientos en servicio del bien público.
“La idea original del curso provino de un axioma: el cubano no come bien porque la comida es cara. Sin embargo, ¿qué pasaría si come mejor, más delicioso y saludable a la vez que ahorra? Esta idea matriz lo inició todo”.
El incremento de los precios luego del reordenamiento monetario que sucedió a la covid le insufló energías y mayores motivos para iniciar sus clases. Un día se presentó en la Oficina del Conservador de la Ciudad y le dieron la oportunidad, la cual agradece hasta el momento de hoy.
“En mis cursos enseño cómo hacer platos típicos, tradicionales o campestres de Italia. Busco siempre que sean sencillos, espontáneos y que cualquier casa en Cuba tenga o pueda conseguir los ingredientes fácilmente, por un precio asequible.
“Entre los principales platos se encuentran la lasaña de calabaza porque es una hortaliza rica en vitamina A, E y C, fibra, hierro, potasio, magnesio y zinc. También trabajamos con una base de remolacha, que aporta pocas calorías y mucho ácido fólico y calcio”.
Mientras que la primera cuesta muy poco, la segunda, es cierto, es algo más cara y no tan abundante. Uno de los grandes valores de ambas verduras, añade, es su sabor dulce, gracias al cual no necesitan azúcar o, más bien, muy poca.
“Hicimos flan de calabaza y de zanahoria porque soy fanática a la calabaza y el flan, y porque ambos son postres saludables si se consumen con mesura. ¿Un tip? Cuando se hace un flan combinado se obtiene una preparación superior. Otro de los favoritos fue la cocada, hecha con leche y coco: toda una maravilla culinaria”.
Marinella reconoce el del pan como un tema complejo para el cubano. En su primera clase, hace más de dos años, preparó este tipo de alimento con materias que pocos habrían de imaginar.
Enseñó cómo hacer el pan con yuca, con calabaza, con frijol e, incluso, con arroz. El pan de trigo es una herencia cultural de la colonización. Esta semilla abunda en Europa y los peninsulares la trajeron hasta el Nuevo Mundo cuando se aventuraron a surcar los mares en busca de las Indias Orientales. Sin embargo, con tantos granos en la isla resulta extraño que no se haya aprovechado alguno como materia prima esencial.
“Estos son panes de alta calidad. No obstante, cuando se elaboran en panaderías no especializadas, suelen quedar grumos porque no se mezcla bien el extensor con las harinas o estas no se muelen correctamente. Esto, es lógico, provoca desagrado en el paladar”.
En tiempos en que escasea el alimento, una buena praxis sería la de comprar harina y hacer una especie de tortilla que Mary denomina pizza frita.
“Es una de esas preparaciones que, por su corta complejidad, roban poco más de media hora. Se toman dos tazas de harina, se agrega una cucharada de bicarbonato, se mezcla y se va agregando el agua hasta que se forme una masa compacta. Se añaden dos cucharaditas de aceite, una de jugo de limón y se mezcla hasta que se obtiene una masa homogénea”.
El resto es simple: se hacen bolitas, se aplastan con la mano o una botella hasta darle forma de pizza, se fríen y ya están. Pueden agregarse salsas por encima, como un preparado con cebolla frita y ajo que queda exquisito.
¿Impartirá nuevos cursos?
Con todo el gusto del mundo. Siempre que me necesiten ahí estaré para enseñar, asistir, guiar y, por supuesto, también para aprender.
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