Detrás y delante la máquina levanta una interminable barrera de. polvo que apenas deja ver el chasis amarillo; en medio de la bruma, solo se escucha el ronroneo uniforme del motor que empuja al equipo para cortar la capa de terreno. En su avance, el borde de la cuchilla traba el material cortado hacia el interior del recipiente para después alejarse hacia donde se depositará el desecho.
En la cabina el hombre no cede; con sus manos empuja y maneja los mandos como un pianista las teclas de su instrumento, algo que aprendió a fuerza de trabajo desde que en aquel lejano 1970 Augusto Calvo Bernal, un jovencito de 20 años, sin experiencia se alistó en la construcción, nada más y nada menos que para la ejecución del mayor embalse de Cuba: la presa Zaza.
“Esa fue mi prueba de fuego, porque no era fácil iniciarse una obra de esa magnitud, montado encima de una moto. Se trabajaba sin parar 24 horas en jornadas de doble turno, día y noche”.
Mientras rememora, se le escapa la mirada hacia el horizonte y se ve otra vez en medio del monte perdido en marabú, después abrir la enorme hondonada que crecía día a día. Pasaron tres años para que él, su máquina, más de 20 motos y casi 100 camiones y hombres hicieran posible el nacimiento del acuatorio.
“Después de eso, no escapé de ninguna de esas grandes obras y, terminada la Zaza, vinieron otras como El Granizo, en Cumanayagua, la de Lajas, Palma Sola, en Villa Clara, en Corralillo y la mayoría de los embalses de la provincia: Manaquitas, La Felicidad, Dignorah y la reparación de la Lebrije tras las intensas lluvias del 2002; también obras como la Empresa Camaronera y la Estación de Alevines”.
Desanda caminos trillados por el equipo que le acompaña desde hace tantos años y atraviesa los días del 2007 del Canal Trasvase Este-Oeste, una obra de cientos de kilómetros de túneles, canales y puentes-canales de agua; una maravilla hidráulica destinada a este ingenioso sistema de transportación para mayor aprovechamiento de ese recurso tan valioso que es el agua, donde máquinas y hombres transforman lo imposible cuando excavan, cargan, transportan y descargan material a distancias para crear milagros.
“No es solo presas, es que es un equipo imprescindible para otras acciones constructivas como excavar grandes canales, o preparando viales, o haciendo canteras, siempre delante del buldócer. Y no creas que es tan fácil como cuando nos ven desde lejos en la cabina. Se trata de una máquina muy pesada, muy productiva en ciclos cortos, y no así en largas distancias, pero lo que muchos no saben es que hay que maniobrar con tres palancas y al mismo tiempo estás cortando, subiendo y sacando tierra.
“Además de el estoicismo de estar encima horas y horas sobre el equipo requiere capacidad física, incluida una buena coordinación manos-ojos-cerebro y la capacidad de realizar varias tareas a la vez. Además, al igual que otras máquinas similares, las operaciones requieren que se tenga conocimiento de las características del suelo, y también de las de la máquina”, explica mientras ilustra en el tablero cómo es toda la operación de su mototraílla.
La vieja mole de hierro carga con tantos años como los que ha trabajado Augusto en la construcción, aunque con otra cabina; ya no es la misma que a la intemperie, con sol, polvo y el frío de la noche maniobraba encima de la cortina de la presa Zaza.
Antes de trepar en la vieja máquina, que ahora prepara el terreno de lo que será el nuevo Parque Solar Fotovoltaico de Cabaiguán, deja claro cuánto le cuesta apartarse de su labor de siempre.
“Tengo 73 años, he trabajado en toda Cuba y este es el único oficio que he conocido en mi vida, siempre dentro del Micons. Únicamente me bajé de la mototraílla cuando cumplí misión internacionalista en Angola. ¡Y mira que pasé años albergado, trabajando de sol a sol!, pero me siento tan satisfecho con lo que hago que me retiré y estoy trabajando, y lo haré mientras haya salud”.
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