Desde la carretera misma, casi a las puertas del otrora preuniversitario Mártires de Yaguajay, en Centeno, una finca guajira de la CCS Simón Bolívar llama poderosamente la atención. Su amplio portón de cúpula alta, los definidos cuartones, el molino de viento que señorea a la distancia y la ordenada arboleda revelan una cultura campesina enraizada.
Y las dudas comienzan a disiparse cuando un joven, alto, fornido y de verbo tranquilo te recibe, saluda y advierte con el estrechón de manos que estás frente a un muchacho que se ha curtido con el trabajo de cada día: Manuel Emilio Martín González, con sus 26 años, tiene historias para contar.
“En este escenario crecí y aprendí a andar en los ajetreos guajiros que son mi vida misma, continuando una rica tradición campesina familiar que me lleva a ser responsable de cuanto ves”, revela con un verbo tranquilo y seguro.
“Todo comenzó cuando con 16 años decidí no estudiar más y mi mamá me dijo: ‘Pues campo es lo que toca’, y muy tranquilo vine para acá, con mi abuelo José Manuel Martín, de quien comencé a beber experiencias y sabidurías en el mundo de la cría de vacas y terneros, de caballos, cerdos, aves, chivos y de sacarle comida a la tierra.
“Mami, con esa mirada inteligente de siempre, me dijo: ‘Aprende también de cada obrero que hay en la finca y eso te hará un mejor campesino’. Y estaba ella como mirando el futuro, pues cinco meses después de estar aquí mi abuelo falleció y me tocó ser entonces el responsable de todo este escenario productivo, con solo 16 años”.
Su verbo calla por un instante, solo interrumpido por Blanquita, una portentosa vaca blanca recién parida, recelosa por el intruso que puso sus pies en la corraleta, cámara y agenda en mano.
“Aquí la ganadería es lo más complejo. Abuelo estuvo siempre enamorado del retrocruce racial, buscando animales fuertes, resistentes a las condiciones más difíciles y que fueran animales productivos, una manera de hacer que continúo para mejorar cada día. Es un ambiente donde me desenvolví desde niño y hoy lo agradezco, por todo cuanto me aporta.
“Si algo nunca se ha admitido en este lugar es la chapucería o la improductividad y tengo la obligación moral de seguir esa tradición”, refiere, mientras caminamos hacia un espacioso salón, donde varias hamacas cuelgan desde lo alto y mesas y sillas ocupan espacios.
Una vez sentados, se despoja del sombrero vaquero y retoma la palabra.
“De herencia aprendí cómo hacer para que una finca alimentara a la familia y a los trabajadores y busco siempre alternativas para lograr mejores dividendos. Mira esa arboleda, nada sobra. Ella me regala las frutas y hago pulpas que conservo para todo el año; de ahí salen los desayunos y las meriendas de la niña, la mujer, la mía y la de los obreros, para quienes creo las mejores condiciones de trabajo y descanso, pues lo merecen por su empeño para que la finca Cristóbal luzca como la palpas”.
Se recuesta en el asiento como buen guajiro, levanta su mano derecha y señala un montón de palmas que matizan la arboleda.
“Decidí cercarlo, como parte del orden que he ido poniendo a cada cosa y me quité el problema del desmoche todos los años. Ahora los cerdos, chivos y los otros animales se alimentan del palmiche que gotea.
“También he movido las parcelas donde cultivo viandas, granos y hortalizas, que he preferido comercializar de forma directa a círculos infantiles y a las escuelas, incluida la especial que hay donde estuvo el pre, a menos de un kilómetro de la finca. Y el suelo está muy mejorado, pues todo el estiércol colectado en la vaquería y los cuartones aledaños lo incorporo como materia orgánica, con muy buenos resultados.
“De ahí recogimos tomates y estamos haciendo puré para la familia, y los obreros también hacen el suyo. Si algo aprendí bien es que la finca tiene que darte lo vital para sustentar la casa y servir a quienes trabajan contigo. Si no es así, no vale la pena vivir en un lugar como este.
“Y hay en eso algo de pensamiento económico porque mientras más cosas haces para sostener las necesidades con lo que la finca te regala, menos gastos, algo vital sobre todo en estos tiempos donde los precios suben y suben”, asevera.
Me invita a una taza de café. Y entre sorbos llama mi atención sobre el molino de viento que gira con la suerte de la brisa mañanera.
“Esa es la otra tacita de oro de la finca, pues hala desde el pozo el agua que aquí se necesita, nunca hay un depósito vacío y eso regala una tranquilidad enorme, para producir y para el consumo. Cuesta mantenerlo, pero vale la pena”, dice, mientras me invita a conocer los secretos de lo que llama su otro compromiso de ley.
“Elaboro queso, pues es lo contratado con la industria y lo hago con toda la higiene y calidad que lleva, como si fuera para comer en la casa todos los días. Se dificultan un poco los cortantes, pero siempre se resuelven; eso me deja también el suero, una ayuda con la alimentación de los cerdos”.
¿Nunca temiste, con 16 años, enfrentarte a una tarea tan compleja como administrar y seguir haciendo productiva una finca campesina?
“Aprendí desde niño que las cosas se logran metiéndole el cuerpo al trabajo, con disciplina e inteligencia. No me faltaron enseñanzas y eso me daba seguridad. Vecinos e incluso algunas amistades temieron más que yo y hasta dudaron; más de uno dijo: Manuel no va a poder con todo eso. Y, una década después, aquí estoy.
“Siempre tuve la certeza de que este era mi mundo, me ha regalado infinidad de satisfacciones, me gusta, la familia me acompaña y tengo excelentes obreros y los resultados ahí están. A mis 26 años estoy convencido de que aquí las cosas siempre serán mejores. Soy y seguiré siendo campesino, acompañado siempre por mi abuelo”.
Así mismo es y me consta , soy una de las sobrinas de su abuelo, esa finca ha sido tradición familiar y hoy me siento orgullosa de que Manuel haya continuadores linda y noble tradición, de su abuelo y su papá obtuvo grandes enseñanzas pir eso ka importancia de dejar siempre un legado en nuestras vida
Una excelente experiencia para el campesinado cubano y espirituano en particular como estas hay muchas más por ejemplo las de Taguasco entonces si todos aportan porque no llegan estos productos al pueblo con precios asequibles?
FELICIDADES Oscarito, muy emocionante trabajo, tú siempre al lado de los jóvenes y divulgando el trabajo y buen hacer de estos, Manuel es un chico con las cualidades que relatas y mucho más, merece este reconocimiento! Recuerdo cuando por esta época por los finales de los 80, nos conocimos, cuanto ha llovido. Gratos recuerdos, FELICIDADES