San Pedro está a dos zancadas de la
costa sur. Cuentan que siglos atrás, una tempestad le cortó el paso al barco que llevaba a bordo la imagen de San Pedro. Procedía de Santiago de Cuba y su destino final era Trinidad. Los tripulantes desembarcaron y llevaron la efigie al asentamiento, de casas rústicas, levantadas a como diera lugar, con la mezcla de tierra, hierba y agua. Escambray indaga más allá del mito
EN PROFUNDIDAD
Todavía Clara Suárez Balmaseda siente sus manos de siete décadas como unas brasas. Mucho peine caliente pasó durante sus 32 años como peluquera en la comunidad de San Pedro.
“Nos pedían mucho ese servicio. Es como ahora que las veo pasar con queratinas o extensiones”, dice.
No imagina que perpetuó una noción que trasciende las fronteras de ese pedazo de tierra con raíz en 1737 y que considera al cabello natural de las personas negras como “pelo malo”.
Es esa una de las tantas expresiones de racismo, milenaria herencia estructural, social y cultural que discrimina, sesga, violenta, tanto desde acciones individuales como institucionales, solo por estereotipos históricamente establecidos y que ubican a un grupo étnico por encima del resto.
“Lo escribí en un poema: hay burlas a las trenzas, hay burlas a los drelos… —rememora Gloria Arrechea Malibrán, investigadora trinitaria—. Los medios legitiman e imponen. Por tanto, es bien difícil romper con esas ideas e instituir otras. Por suerte, hoy hay proyectos como el Qué negra, que destierran estigmas, estereotipos y nos regresan el orgullo por nuestro pelo natural”.
Habla con seguridad porque, además de ser una estudiosa del racismo, lo ha vivido en carne propia. Aunque, desde 1959, en Cuba se aboga por eliminar todo tipo de desigualdad, no resulta secreto que aún pululan remanentes de discriminación por el color de la piel.
“Hay una historia de tres siglos y medio vinculada a la esclavitud y al racismo, que resulta muy difícil que con solo políticas podamos borrarla de las subjetividades colectivas”, sentencia Gloria, quien además funge como directora del Museo de Arqueología Guamuhaya, en la tercera villa de Cuba.
EL QUE NO TIENE DE CONGO, TIENE DE CARABALÍ
Si de auscultar las raíces se trata, San Pedro, una comunidad escoltada por marabú y caminos agujereados, tiene mucho que contar. Muy cerca del caserío, en pie por la fuerza de la arquitectura vernácula, una vieja torre confirma que esas tierras se abonaron con el sudor de los negros, primero traídos como animales amarrados en las bodegas de los barcos; luego, libres, sobreviviendo a los tiempos finales de la Colonia y toda la República en oficios rudos y, prácticamente, sin ningún nivel escolar.
Lo recuerda con nitidez a sus 110 años Luis Sebastián Ortiz, su vecino más longevo. Mucha caña vio irse al piso con el filo de su mocha y otros tantos hornos de carbón apagó para llevar a la casa unos pocos quilos.
“Los negros no valíamos na’. Vivíamos junto a los blancos, pero separados. Había dos sociedades y, nosotros no podíamos entrar en la de ellos, ni los blancos en la nuestra”.
Su hija Nodalina del Carmen Ortiz, Tita, también repasa los días en que la descendencia de Alfredo Socarrás, el dueño de la bodega del poblado, jugaba con las niñas de su familia en la laguna detrás de su hogar.
“Pero eran los menos. Había mucho racismo y todavía lo hay, aunque no se siente tanto su fuerza”, aclara ella, quien agradece que la Revolución no le miró el color de la piel para darle el derecho a estudiar Enfermería.
Y es que dicho patrón de poder que acumula diferencias para organizar y justificar ventajas y desventajas entre las personas de uno u otro color, convive en pleno siglo XXI, tanto en San Pedro, una de las poblaciones trinitarias con mayor número de negros y mulatos —según la Presidenta del Consejo Popular— como en el resto de Cuba, por errores voluntarios y no, cometidos en su tratamiento, después de 1959. Así lo expresó en más de un escenario Esteban Morales, uno de los investigadores más reconocidos sobre el tópico y quien definió nuestra identidad “multicolor”: “La no aceptación de su existencia, insuficiencia de debate público, ausencia del tema en currículos escolares y medios masivos, limitada presencia en la investigación académica y uso del tema como instrumento de subversión política interna”; indicadores que justifican por qué se escucha con frecuencia un viejo refrán: “En pesquería de blancos, el negro carga las redes”. Incluso, en una nación, donde en su último Censo de Población —año 2012— arrojó que los blancos representan el 64.3 por ciento de la ciudadanía, los negros el 9.3 por ciento y los mulatos, el 2.6 por ciento. Aunque en cifras son minorías, sus historias de discriminación y segregación no significan problemas mínimos.
“Hay sutilezas que pasan inadvertidas, como vocablos o expresiones. Cuántas veces no escuchamos o te dicen: ‘Actuaste como blanca’ o ‘¡Qué lástima que sea negra!’ —puntualiza Arrechea Malibrán—. Racistas somos los seres humanos. Sus expresiones se hacen, se aceptan o no”.
SENTIMIENTOS INCOLOROS
En una centenaria casita de San Pedro, moldeada con barro y con el techo de madera y tejas sostenido por delgados cujes, se abona un amor desde hace 23 años. Ella, Yaniuvys Mendoza, negra, y él, Roger Valdés, blanco, rompen con estereotipos del color.
“No somos los únicos. No hemos sentido nunca ninguna mirada de reojo”, expresa él, quien labora como especialista del Inder. Cuando supieron que tendrían una niña, ¿a quién querían que se pareciera?
“No pensamos en eso. Lo importante era que naciera bien porque demoramos 15 años buscándola”, responde Yaniuvys sin titubeos.
De acuerdo con la directora del Museo de Arqueología de Trinidad, las uniones interraciales hoy pasan más inadvertidas entre la gente que discrimina. Las causas de su naturalización pudieran estar en un fenómeno con puntales en el siglo XIX.
“Para contrarrestar el miedo a toda esa herencia dejada por la esclavitud se comenzó a manejar el tema blanquear, blanquear, blanquear y después hacernos respetar. Inició, entonces, la entrada de los culíes, yucatecos —todos de piel más clara—. Culturalmente, se incorporó al imaginario la idea de que no es lo mismo ser mulato que negro. Incluso, en personas blancas con facciones físicas para nada finas siempre se les busca el antepasado negro”.
Alejada de saberes teóricos, Yadira González Ramírez, natural de San Pedro, confiesa: “Mi hija tiene 19 años; su papá es blanco y el del niño, no. Y jamás ha habido diferencias. Pero sí sé que hay familias que discriminan. Lo hacen sobre todo porque dicen que quieren lo mejor para sus hijos y en eso el negro no encaja”.
DESDE FUERA
Llegados desde España, con una pequeña parada en Caibarién y, más tarde, con la carpa plantada en San Pedro, los ascendientes de Elena Rodríguez Sotolongo fundaron una de las pocas familias de color blanco que conviven en la comunidad de rostros humildes. El permanecer allí por más de 50 años ha sido sorpresa para no pocas personas.
“Muchos me dicen que somos los únicos blancos de San Pedro”, refiere esta mujer que defiende las manualidades del hilo y la aguja.
Consciente o no, el imaginario colectivo aún segrega, según el color de la piel. Similar sucede con las expresiones que develan la naturaleza estructural del racismo. Reconocer sus expresiones permite comprender otras realidades que transversaliza como el desempleo, la marginalidad…
“Cada caso es único. Los análisis tienen que centrarse en cuándo me siento vulnerada desde el punto de vista social o cuándo es un elemento vinculado al racismo y que rompe con la posibilidad de que mejores la vida, tanto individual como colectiva. Realmente, se superponen y no hay una frontera visible sobre cuándo es uno u otro”.
De ahí que urja auscultar localidades como San Pedro, fragmento de tierra con rica y autóctona historia que nos define como país para evaluar la efectividad de estrategias, en su mayoría de laboratorio, que buscan cerrar brechas de desigualdad y superar prácticas discriminatorias desde los sectores educacional y cultural. Y que todavía no han logrado sus propósitos.
Entre las acciones presentadas, Gloria Arrechea aplaude que el Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial, aprobado en 2019 por el Consejo de Ministros, apueste por enaltecer la figura del negro dentro de la cultura y la historia cubana. Uno de sus elementos más importantes es precisamente que aboga por visibilizar a los mambises más allá de Antonio Maceo, Quintín Bandera o Juan Gualberto Gómez.
“Las historias locales les dan un extraordinario valor a esos espacios pequeñitos que tenemos dentro de nuestra población. Blancos o negros, se precisa de buscar por quién sentir orgullo. Hoy nuestra historia está vinculada al racismo, pero tiene que cambiar para no seguir perpetuándose”.
¿Podremos un día decir Cuba está libre de racismo?
Puede ser, porque existen la voluntad política y la capacidad del ser humano de mejorar. Y en el plano subjetivo, se trabaja y hay que continuar.
En verdad no sabía que a estas alturas sucediera esto por lo que lees en el artículo parece ser un problema más bien territorial y de ser así habría que buscar las causas para trabajar en base a una solución pero también leí en otro artículo que allí en esa comunidad hay una difícil situación de desempleo y eso si es para preocuparse en fin debe darsele un seguimiento a ese lugar si hay todos esos problemas
Excelente material, y maravilloso el audiovisual para complementar la hsitoria, Escambray sigue marcando la diferencia, felicidades!!!