Con la cofia blanca, el traje impoluto, las manos de sanar —bendecidas tal vez—, viene hasta la cama del enfermo, da la medicina y la sonrisa, que también cura. La escena devuelve diáfana la imagen de Florence Nightingale, una joven que a los 30 años, a la luz de una lámpara turca curaba a los heridos de la guerra, y tal fue su entrega que sin proponérselo se convirtió en una de las grandes heroínas de la historia británica.
A Florence Nightingale, fundadora de las bases de la asistencia de la Enfermería moderna, se debe la celebración cada 12 de mayo del Día Internacional de la Enfermería.
Pudiera parecer exagerado; sin embargo, no lo es, la historia de esta profesión en Cuba y en Sancti Spíritus lo ha demostrado. Detrás de cada vida salvada hay muchas Florence Nightingale; la referencia hace justicia a las mambisas que partieron hacia los hospitales de campaña a cuidar a sus compañeros de lucha, dignifica a las que en 1962 iniciaron en la isla caribeña el Programa Nacional de Inmunización, la primera experiencia con participación comunitaria en la región de las Américas. Para esa fecha no quedó un rincón del país donde no estuviese el personal de la Enfermería vacunando contra la poliomielitis a los niños desde el mismo día de su nacimiento.
Y en estas mil batallas por la vida, las memorias de la espirituana Evidia Álvarez González, la primera enfermera de Latinoamérica en recibir la medalla Florence Nightingale otorgada por la Cruz Roja Internacional en 1978 e instituida en el lejano 1912.
A los 14 años —cuentan—, Evidia cogió la primera jeringuilla. Con esa corta edad se fue hasta Aguas Verdes, a orillas del río Cauto, y en medio de los vientos del ciclón Flora, se vio salvando a gente que la lluvia también intentaba tragarse.
Maestra de enfermeras en Santa Clara, Sagua la Grande, Cienfuegos y Sancti Spíritus, Evidia Álvarez sembró escuelas. En lugares recónditos del mundo, también cultivó ejemplos. En Etiopía, entre balas y heridos, formó a enfermeras, y en Haití, en un apartado pueblo sin luz ni agua, impartió clases a la luz de un farol.
Y hasta hoy perduran estas enseñanzas, las mismas que sirvieron de escudo para enfrentar una de las batallas más difíciles libradas por Cuba en el presente siglo, la pandemia de la covid. Las enfermeras y enfermeros entonces fueron gladiadores de la vida, asidos al verso optimista de los poetas cuando en días interminables el calor de los trajes, el miedo al contagio, el cansancio extremo, parecían ganar la pelea.
Más de un sobreviviente ha contado la historia una y otra vez. Venían como ángeles a la cabecera de los enfermos, y el susurro semejaba pócima salvadora: “No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje”, y no pocos sonrieron y pestañaron dos veces en señal de “Sí”, tiene razón.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.