Lo sorprendí en una de sus jornadas habituales de trabajo, mientras espoleaba su mente y sus manos en busca de los mejores trazos. Estaba contra el reloj. En uno de los recintos de la Casa de Cultura de Iguará, en el municipio de Yaguajay, aguardaban sus más recientes creaciones, que serían presentadas en las fiestas de barrio previstas por aquellos días.
Mas, no lo dudó dos veces para compartir con Escambray su trayectoria profesional como instructor de Artes Visuales en la institución cultural. Y es que este joven tiene mucho que contar. Con solo 33 años ha logrado emocionar al público a través del color, y por esa virtud se ha llevado las palmas en no pocos eventos de carácter municipal, provincial y nacional.
Todo empezó desde bien pequeño, cuando los talleres de creación sobre esta especialidad lo cautivaron. Aquellas nociones elementales le bastaron para que, más tarde, al concluir noveno grado, eligiera esta disciplina entre otras tantas opciones.
A la altura de este tiempo todavía recuerda las obras inspiradas en paisajes, preferencia que, con los conocimientos adquiridos en la otrora Escuela de Instructores de Arte Vladislav Volkov, quedó relegada por el rostro humano, esencia que defiende hasta hoy.
“La escuela me aportó muchísimo. Allí aprendí diferentes tipos de técnicas que ni siquiera conocía, como la letragrafía, la pintura mezclada con colores… Con todo esto llegué, una vez graduado, al Centro Mixto Mártires de Granada, de Venegas, mi primer centro laboral y una escuela para mí.
“Recuerdo que estaba de director Alberto Cruz, del cual aprendí mucho. Digo que este centro fue una escuela para mí porque me formó como profesor, instructor, y éramos una familia”, evoca Dariel y no esconde el orgullo de haber sido parte de ese plantel.
Y es que fue allí donde interactuó por primera vez con los estudiantes, y descubrió la mejor manera de motivarlos por las artes visuales. “Hice con ellos lo mismo que hicieron conmigo. Empezaba a pintar como medio de autopreparación y veía que muchos se iban acercando. Entonces, empecé con mis talleres de creación y apreciación”, cuenta.
Aunque esta experiencia lo marcó hasta los días de hoy, la vida quiso que llegara hasta la Casa de Cultura de Iguará. Fue el anuncio de una plaza de instructor de arte el resorte que lo llevó hasta los predios de esa instalación.
“Aquí tengo talleres de creación y apreciación con niños y adultos. Me gusta trabajar con ellos la técnica del esgrafiado, con la cual se hacen cosas maravillosas. Hasta ahora lo disfrutan al máximo. Además, como parte del quehacer de la Casa de Cultura también hago trabajo comunitario”, asevera.
Con esta voluntad de enseñar y de crear, Dariel ha llevado a sus alumnos a diversos certámenes. Sin embargo, no solo ha sido el trabajo de instructor lo que le ha permitido alcanzar lauros de todo tipo, sino también su obra personal. La prueba está en el XII Concurso Nacional Cuba Soneto 2024, en el cual se alzó con una segunda mención.
“Este evento ha sido una de las cosas más lindas que he vivido. Tuve el privilegio de ilustrar el soneto del escritor Dolver Fontanilla Núñez, de Guáimaro. Para hacerlo leí mucho y me auxilié de un diccionario para, según el significado de algunas palabras, encontrar la mejor manera de ilustrar el texto.
“Fue un reconocimiento que me llegó de la mejor manera posible porque no lo esperaba. Cuando vi que iba a competir con artistas visuales de otras partes del país, me sentí cohibido, pero todo salió bien. Fue una experiencia muy bonita”, asegura el joven.
Dariel ama la pintura. Por eso hace cuanto sea posible por sumar conocimientos en pos de enriquecer su acervo cultural y, de esta forma, ilustrar cada vez mejor. Cursa el cuarto año de Licenciatura en Estudios Socioculturales y, desde ya, abona el camino hacia la maestría. No hay duda que en cada uno de estos pasos descansa su apego por el arte.
“La plástica es una parte de mi vida, es algo que llevo y llevaré siempre por dentro. Por eso, mientras que mi mente y mis manos puedan, estaré pintando y creando. Para mí, pintar es como respirar y andar”, confiesa el instructor de arte.
Suelta estas palabras y retoma el cuadro que dejó a medias. Se despide y vuelve a buscar la concentración, esa que encuentra solo en el silencio. Y mientras llegan los trazos, le agradece a la vida poder crear y haber cumplido sus sueños.
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