“Mi obligación como español, mi sagrado deber como defensor, mi honor como caballero, mi pundonor como oficial es proteger y amparar a inocentes, y lo son mis 45 defendidos”, expresó con voz firme el capitán español Federico Capdevila Miñano durante el juicio contra los estudiantes de primer año de Medicina, de la Universidad de La Habana, acusados por profanar la tumba del periodista Gonzalo Castañón.
El Consejo de Guerra juzgó a ocho estudiantes a la pena capital, los cinco que habían estado en el cementerio de Espada –en la mañana del 23 de noviembre– y otros tres, escogidos al azar. Los demás, excepto dos que fueron absueltos, recibieron penas de entre seis meses y seis años de prisión.
A las 4:20 p. m del 27 de noviembre de 1871 fueron fusilados en la explanada de La Punta los estudiantes Alonso Álvarez de la Campa, Carlos de la Torre, Ángel Laborde, Anacleto Bermúdez, José de Marcos Medina, Juan Pascual Rodríguez, Eladio González y Carlos Verdugo.
Los cadáveres fueron enterrados en una fosa común, sin testigos ni rastros para que no pudieran ser encontrados. Ante la insistencia de su condiscípulo Fermín Valdés Domínguez fueron hallados y trasladados hacia un mausoleo en el camposanto.
Capdevila, luego del crimen más atroz de la época, llegó a Sancti Spíritus y se instaló en el apartamento entresuelo de la casona marcada con el número 3 en la calle Cervantes, esquina San Francisco (el inmueble actualmente es ocupado por la Casa de Cultura Osvaldo Mursulí). Los propietarios tenían lazos sanguíneos con la familia de Carlos de la Torre, uno de los fusilados.
Ocupaba el cargo de capitán de infantería del Cuadro de Reemplazo. Luego pasó a ser oficial de uno de los fuertes de la Trocha de Júcaro a Morón.
A través de la familia espirituana Madrigal-Mendigutía, conoció a la joven Isabel María de los Dolores Pina Estrada. El 29 de octubre de 1873 se casó con ella. Dos años después, visitó España, donde nació su primera hija. Regresó a Cuba y vivió en la casa ubicada frente a la Plaza de Armas de Sancti Spíritus, hasta que concluyó la Guerra de los Diez Años.
En 1887 le fue donada una espada de honor que traía escrito un mensaje: “Al señor Federico Capdevila, el héroe del 27/11/1871”. Al recibirla expresó: “Cuando tuvieron lugar los tristes sucesos, mi proceder no fue otro que el que corresponde a mis principios y sentimientos, y el que debe tener toda persona que en algo aprecia su dignidad”, y sugirió que el valor de la espada fuera empleado en erigir un monumento a las víctimas.
Algunos historiadores aseguran que durante la guerra del 95 sufrió prisión por ayudar a los insurrectos en la compra de armas. Se retiró con los grados de teniente coronel.
Federico Capdevila falleció el primero de agosto de 1898, en Santiago de Cuba. Su cadáver fue tendido frente a un mural que representaba el fusilamiento de los estudiantes de Medicina, en el Aula Magna del Instituto de Segunda Enseñanza de esa ciudad. Sus restos fueron colocados en 1904 junto a los inocentes que había defendido.
José Martí enunció sobre el capitán: “España, en aquella vergüenza, no tuvo más que un hombre de honor: el generoso Capdevila, que donde haya españoles verdaderos, tendrá asiento mayor”. El pueblo cubano lo recuerda cada 27 de noviembre por su honorable acto de defensa.
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