El crimen que hizo llorar las montañas

El 26 de noviembre de 1961 fueron asesinados en Limones Cantero el alfabetizador Manuel Ascunce y el campesino Pedro Lantigua

Monumento a la memoria de Manuel Ascunce y Pedro Lantigua en Limones Cantero. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

El café se quedó servido y los gritos y tensiones permanecieron también encerrados dentro de la casa donde encontraron a Manuel y a Pedro, antes de sacarlos las bestias para ajustarles las cuentas que estaban en sus conciencias podridas.

Al maestro le metieron 14 veces objetos punzantes y le aplastaron sus genitales hasta casi reventárselos, en tanto le daban patadas y golpes de todo tipo para terminar de ahorcarlo al final, mientras con Pedro tuvieron que luchar para someterlo y destruirlo, porque se defendió con todo.

Asesinar siempre ha sido una buena opción para quienes desean imponer sus designios por la fuerza:  cuando ultimaron bestialmente al maestro Manuel Ascunce Domenech y al campesino Pedro Lantigua, en la finca Palmarito, no solo cometieron un crimen terrible, sino que destruyeron cualquier referente de la legítima rebeldía contrarrevolucionaria.

Pedro era un típico campesino de la época, trabajador, honesto, familiar, estricto, disciplinado, con mucha educación y Manuel era un adolescente gallardo, valiente, capaz de tomar decisiones muy bien pensadas e inalterables, con muchos principios, una vergüenza extraordinaria y un espíritu humanista que marcaba todas sus acciones y lo moldeaba como un joven revolucionario de su época.

¿GUERRA CIVIL O QUINTA COLUMNA?

La Guerra Civil implica que haya dos o más fuerzas propias de un país luchando entre sí, aun con algún apoyo desde el exterior, y el quintacolumnismo está determinado por la utilización y dirección, por parte de un país extranjero, de grupos políticos o fuerzas paramilitares que respondan a sus intereses.

Manuel Ascunce y Pedro Lantigua, víctimas del bandidismo que se ensañó en el Escambray.

En el caso de Cuba pudiera hablarse de un híbrido impuesto por Estados Unidos, pues quienes se alzaron contra el gobierno cubano entre 1959 y 1965 lo hicieron siempre respondiendo al deseo imperialista de destruir la revolución, incluso en aquellos casos que lo desconocían o que su lucha tenía un propósito nacionalista.

La excepción pudiera estar en los primeros alzamientos contrarrevolucionarios de 1959, cuando miembros desplazados de alguna institución de la tiranía de Fulgencio Batista se alzaron en armas preferiblemente en zonas montañosas, por obvias razones, muchos de ellos con claras deudas con la justicia.

Estos primeros grupos guerrilleros, de relativa corta vida, pueden ser considerados parte de una guerra civil en toda regla, aunque los que más sobrevivieron ya venían plagados de personajes que respondían a la catarsis anticomunista levantada muy pronto por el gobierno de Eisenhower, que aprobó en consecuencia un plan general para destruir la Revolución antes que se consolidara.

En la llamada Conspiración de Trinidad ya está la mano de la Agencia Central de Inteligencia de EE. UU. (CIA) y, asimismo, algunos grupos de alzados, como los de Pinar del Río y Manicaragua recibieron asistencia de armas y pertrechos militares de manera directa por el gobierno norteamericano en 1959.

Junto a ello, el gobierno cubano instrumenta la contraguerrilla de los milicianos, que cumplían la encomienda de acabar con grupos de alzados, como pasó con los Malagones, los primeros campesinos que desarrollaron esa labor, para desarticular la banda del Cabo Luis Lara Crespo en Pinar del Río, lo que determinó el nacimiento inmediato de las Milicias Nacionales Revolucionarias.

Lo que sucedió en Cuba fue una sangrienta, dolorosa y larga guerra civil, pues muchos cubanos lucharon entre sí; unos defendiendo la esencia de la Revolución y sostenidos por la mayoría del pueblo cubano de entonces, que había sido desplazado antes y que entendía que esa guerra era impuesta por Estados Unidos.

En el otro lado estaban opositores ideológicos o personas cuyos intereses se habían afectado, exmilitares de Batista agazapados que finalmente siguieron su destino natural, y muchos individuos preparados por especialistas norteamericanos.

En esencia, lo que sucedió en Cuba fue una guerra civil donde Estados Unidos impuso, aupó, financió y controló a los grupos paramilitares cubanos contrarrevolucionarios con un claro objetivo y, al mismo tiempo, una lucha de clases extrema y radical, aunque sus protagonistas nunca hubieran tenido conciencia de ello.

Más de 4 000 alzados, aglutinados en alrededor de 300 grupos apoyados por EE. UU. de diferentes maneras, fueron aniquilados para 1965 a un costo millonario; en total, murieron, entre revolucionarios y contras, más de 1 200 combatientes y casi 200 personas civiles fueron asesinadas.

Dentro de esas personas había mujeres, niños, ancianos y, de manera particular, maestros, la mayoría todavía niños, que solo estaban defendiendo el principio de que toda persona debería tener educación, como los casos de Conrado Benítez García, Pedro Miguel Morejón Quintana, Pedro Blanco Gómez y Delfín Sen Cedré.

EL MAESTRO

Era un jovencito muy retozón, alegre, servicial, estudioso, todo lo regalaba, siempre presto para tender la mano a quien más lo necesitara, muy cariñoso, sobre todo con su abuelita Evelia y sus padres, con los que vivía en una casita en la calle Justicia No. 574, esquina a Santa Felicia, Luyanó, en La Habana.

Manuel Ascunce era casi un niño cuando fue asesinado.

Tenía delirio con la Revolución y colaboraba en todo, quizás por los valores que la familia le había inculcado, como la solidaridad, la honestidad, la justicia y la igualdad, viendo él que todos ellos podían tener mejor cause en este proceso.

Había nacido el 25 de enero de 1945, en Sagua la Grande y se trasladó con su familia, aún pequeño, a La Habana, donde estudió desde la primaria hasta el segundo año de secundaria, en cuya escuela, de Luyanó, su directora lo recordaba como un estudiante bueno, disciplinado, aplicado y presto para cualquier tarea.

No se trataba de un niño perfecto, sino de alguien que se empinaba haciendo lo que la mayoría deseaba en ese instante.

Pero no dejaba de ser un muchacho, más formal que el común —fue brigadista desde el 22 de julio de 1959, cuando ya pertenecía a la Asociación de Jóvenes Rebeldes—; pero, adolescente al fin, escribía a la familia, en medio de la montaña donde se sentía muy realizado, que le enviaran dinero, jabón de olor y de lavar y otro desodorante.

Por momentos, en aquella noche trágica del 26 de noviembre de 1961, su sufrimiento debió ser horrible, pues las lesiones se la infligieron con total conocimiento y tuvo poco tiempo para defenderse; después de los primeros golpes recibidos, fue sujetado por varios agresores mientras era torturado salvajemente, para arrastrarlo enseguida hasta el lugar donde lo ahorcaron.

Si no hubiera dicho que era el maestro frente a las hordas de Julio Emilio Carretero Escajadillo, frase fatídica que lo cambió todo, y se hubiera resguardado detrás de Mariana, es probable que no le hubiera pasado nada ni habría sido considerado un cobarde por ello, pero era muy importante para él ser consecuente con principios que estaban tomando formas claras en su personalidad.

A pesar de los años, nunca debiera olvidarse a quienes antes fundaron escuela y vida, y tampoco a quienes llevan en sí la destrucción humana.

Guillermo Luna Castro*

Texto de Guillermo Luna Castro*

Comentario

  1. Muy fuerte este texto, absolutamente conmovedor. Por demás, esclarecedor. Gracias

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