Cuando la familia López García decidió venir a Cuba en busca de mejoras, corrían años difíciles en España, que durante la primera guerra mundial (1914-1918) mantuvo una postura neutral como proveedora para los ejércitos que protagonizaban la contienda.
Con el fin de la guerra se acabó la burbuja. Conflictos contra colonias sublevadas, junto a un gran brote de gripe en 1918 provocaron una aguda crisis en el país ibérico.
El matrimonio español de Emilio López García y Manuela García González abandonó su natal Villafranca del Bierzo, en la municipalidad de Ornija, en León, para venir hasta Jatibonico, al centro de Cuba, donde compraron una casa y tuvieron su primer hijo, Antonio Darío López García, el 27 de septiembre de 1924.
El Batey Santa Teresa, del Ingenio Jatibonico, fue testigo de las tempranas virtudes de aquel niño que creció entre el amor por los animales y el respeto por la madre naturaleza. No pocas veces tuvo que pisar suelo con sus zapatos rotos, torcer caminos de la escuela a la venta de verduras de su madre o ayudar en labores domésticas para cooperar con el sustento familiar.
Jatibonico consuela, pero no satisface las expectativas de la familia que ve en La Habana otra posibilidad de mejora a mediados de los años 30. Antonio Darío tiene entonces la posibilidad de continuar estudios, aprender a tocar la guitarra y leer todo lo que de José Martí llegaba a sus manos.
Pero leer a Martí tiene siempre sus consecuencias en el alma de los patriotas. Muy pronto el adolescente, criado en el noble contrapunteo entre la pobreza y la virtud, se enrumbó por los caminos de la salvación nacional y la revolución.
En abril de 1949 viajó a los Estados Unidos sin que pudiera progresar en un ambiente extraño como aquel. La situación le obliga a experimentar como marinero, pero fue abandonado en Grecia, donde tuvo que hacer peripecias para regresar a tierras de norteamérica. Negado a ir como soldado a la Guerra de Corea, fue expulsado de EE.UU. y regresó a su patria.
Se acercó a las actividades del Partido Ortodoxo donde conoció a Fidel Castro Ruz y participó en actividades clandestinas que le dieron aval para su incorporación a la lista de los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio de 1953.
Todo se organiza con mucho cuidado porque los partidarios de Batista tienen sus herramientas de espionaje y neutralización. Antonio Darío protagoniza las tareas de conseguir armas y municiones; realiza prácticas de tiro bajo los consejos de José Luis Tasende y Pedro Miret, hasta que, llegado el día esperado, la Patria le vio erguido en la “mañana de la Santa Ana”, mientras participaba en el asalto al cuartel de Bayamo, junto a otros 20 hombres.
Pero en aquella “mañana de julio pintada de rosas” no todo fue rosas, también hubo sangre, muerte y venganza. En la retirada tras el fracaso de la acción armada, el Gallego busca refugio en su pueblo natal para luego regresar a La Habana como trampolín para una salida del país.
Guatemala sería el próximo destino del luchador, tratando de evadir la persecución de la tiranía batistiana. En ese hermano país rota por oficios para garantizar dinero y seguir camino.
Corría el año 1954 cuando decidió viajar a México para gestionar el envío de pertrechos de guerra a su país natal. Luego de una salida breve del país azteca, el 16 de febrero de 1956 cumple indicaciones de Fidel Castro y regresa a aquel país para quedar incluido definitivamente como uno de los expedicionarios del yate Granma.
Ya en tierra, luego del combate de Alegría de Pío logró escapar con vida, pero el 13 del propio mes fue capturado junto a Jaime Costa y Roberto Roque y conducido a Santiago de Cuba donde recibió condena de seis años de privación de libertad.
La noticia del triunfo de la Revolución le llegó en las primeras horas del año 1959 mientras cumplía la sentencia en Isla de Pinos. Se abrían así las puertas a camino seguro para cumplir los sueños; caminos llenos de flores y piedras, de alivios y fatigas en el duro trabajo de sostener la gloria por la que tanto se había luchado.
La Revolución y sus circunstancias siempre fueron sus motivos para participar en innumerables tareas, viajes, cargos y movilizaciones, a pesar de los problemas renales, nerviosos y cardiacos que provocan su jubilación en noviembre de 1980 y su fallecimiento, el domingo 29 de septiembre de 1985.
Los méritos de Antonio Darío López no se pueden resumir solo en sus cuatro Medallas Conmemorativas: XX Aniversario del Moncada, XX Aniversario del Desembarco del Granma, Combatiente de la Guerra de Liberación y Combatiente de la Lucha Clandestina; el Sello XX Años de Vigilancia Revolucionaria y el mérito de ser fundador del Partido Comunista de Cuba. La huella que dejó en el intento de mejora para Cuba, antes y después del triunfo de enero de 1959, obliga al deber de rendirle honor a cien años de su nacimiento.
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