El islote verde de Aníbal García (+fotos)

Anita es el nombre de la finca, en la comunidad de Júcaro, en Yaguajay, a la que este campesino le entrega cada día el cuerpo y el alma para cosechar frutos

Así se muestra el islote verde de Aníbal García. (Fotos: Oscar Alfonso/Escambray).

Cuando el viajero se arrima a las puertas de la comunidad de Júcaro, en el norteño municipio de Yaguajay, una escena, a la derecha del camino, obliga a detener la vista, a disfrutar el panorama y a maquinar reflexiones.

Como salida de un hábil dibujo, una parcela de tierra llama la atención, desde sus linderos y cercas vivas, todo bien limpio, hasta el área compacta, donde lo único que respira son los cultivos, un contraste con sus fronteras, donde señorea el guisaso de caballo y otras malas hierbas.

La fertilización orgánica, una alternativa viva en la finca Anita.

“Parece un islote —reflexiona el cochero que gentilmente me ofreció un aventón hacia la comunidad—, pero es la finca del Guayabo, como conocemos aquí al campesino Aníbal García Cabrera”.

Y a su encuentro fuimos, en busca de respuestas.

“Periodista —dice Aníbal—, eso que ve ahí fue hasta hace muy poco un marabuzal de infierno, pero le metí el cuerpo, lo despejé y comencé a laborar el pedazo de tierra, unas 5 hectáreas.

La batalla contra las malas hierbas es una constante.

“La segunda bronca se veía venir, contra el Don Carlos, una gramínea que se teje, ahoga los cultivos y no da tregua, pero yo soy más bravo que ella.

“Desde que le metí picadora al suelo, no salía de aquí, a la hora que fuera, arrancando matas por aquí y por allá, quienes pasaban me decían que estaba loco, pero yo sabía lo que hacía”, refiere, mientras invita a desandar las plantaciones.

La portada es un boniatal con una salud de envidia y limpio. “Lo hice como la sabiduría campesina manda, cortar punta y prepunta para sembrar y dejarlo en el surco en el menguante de la luna y ahí lo vez, sin una mala hierba y sobre el promontorio alto del surco, para que para mejor.

Los frutos son hijos del trabajo en la finca.

“Y como lo del fertilizante es una complicación mayor, cargué todo el estiércol que pude de las vaquerías y naves de carneros de la zona y me hice de mi materia orgánica para alimentar la tierra.

“No hay un palmo de la finca Anita, nombre con el que honro a mi madre, que no esté abonado con esto, y te hablo del maizal y el melón cosechado, del boniatal, de las 700 matas de fruta bomba, cada una con una buena porción de este abono natural en su tronco, del pepino, la calabaza y hasta de esas matas de girasol”.

Toma de este último una pucha en sus manos, sonríe y vuelve a abrir el verbo.

“El girasol este es para acopiar semillas y después plantar más porque voy a extraer aceite y los desechos para alimentar a los animales.

El melón, unas de las cosechas distintivas en la finca.

“De niño aprendí, por mi padre, un excelente campesino y por otros vecinos, que un productor debe hacerse de su semilla y eso hago, la selecciono de mis cosechas. Y como casi que nací a las puertas de la finca, sabía por dónde había que entrarle para cultivar tranquilo.

“Esto era un pantano, todo el escurrimiento de la zona cuando llovía paraba en lo que es hoy la Anita; le metí el cuerpo a un sistema de drenaje imprescindible, y ahí está, cumpliendo lo suyo. ¡Ah!, y nada de tractor. Mi maquinaria son esos dos bueyes, que para este palmo de tierra son estrellas y me ayudan a cuidar el suelo”.

Y camina entre los cultivos, despojando a mano y con el machete toda aparición de mala hierba.

“Ya a esa gramínea maldita, de la que le hablé hace un rato, le cogí la delantera, ni la dejo semillar y poquito a poco va desapareciendo; es una labor de todos los días y mientras saneo, estoy revisando las plantaciones.

“Lograr esto ha costado, no solo dinero, porque para el campesino todos los insumos están caros, pero le pongo el alma y el cuerpo porque la gente necesita comida, y es mi compromiso.

“Es parte de una cultura campesina heredada, que está ahí, se ve, en estas cinco hectáreas, bien sudadas, pero me llena de satisfacción”.

¿Está todo hecho en la Anita?

“No, no quedará residuo de cosecha mío y de otros productores cercanos que no estén en mis propósitos de hacer compost a mayor escala para fertilizar y en cualquier momento habrá colmenas aquí para ayudar a la polinización.

El girasol, centro de proyectos futuros.

“Pero si algo me desvela es que un día se decidan a darme una porción de las tierras a mi alrededor, perdidas en malezas, para meterlas en cintura y multiplicar la producción de alimentos.

“Le aseguro estarán a la altura de lo que hoy es mi finca, se lo dice un guajiro consciente de las necesidades alimentarias de la población y dispuesto a seguirle metiendo el cuerpo a la surquearía porque, tierra vacía no da comida y esa es hoy una necesidad para todos”.

Nos despedimos con el estrechón de manos a lo guajiro y camino al coche en el llegué le doy la razón al guajiro que me dio el aventón, pues la finca es un verdadero islote verde, pero repleto de riquezas y enseñanzas.

Oscar Alfonso Sosa

Texto de Oscar Alfonso Sosa

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