Dicen que con Alberto Luis López Cepero todos aprenden Química y que hasta las arañas, como bautizaron algunos de sus alumnos esas fórmulas enrevesadas de productos, se despejan fácilmente. No solo por el dominio que tiene de la asignatura, sino más bien por la manera ingeniosa de enseñar, sin dogmas ni encasillamientos, con rigor y con respeto, sin imponer autoridad, pero ganándosela por derecho propio.
Con casi medio siglo de experiencia en la enseñanza media superior, el profe Pipa —como todos lo conocen— puede, con la ecuanimidad que lo caracteriza, pasar de bromear sobre el bello de una ameba a la seriedad en instantes. Ha sabido, con inteligencia y consagración, colocarse a la altura de todos esos adolescentes que han pasado por las aulas del Ipvce Eusebio Olivera, de la ciudad de Sancti Spíritus, en los últimos 37 años.
“Cuando yo comencé a dar clases en 1974, los estudiantes de los primeros destacamentos pedagógicos —yo soy del tercer contingente— me decían que tenía que ser fuerte desde las primeras clases porque si no después no iba a poder con la disciplina. Cuando entré al aula, lo hice cargado de energía negativa y el llamado de atención lo hacía de forma descompuesta, peleando, imagínese, yo era un adolescente de unos 17 o 18 años. Logré una disciplina impecable, pero los estudiantes ni me contestaban las preguntas, se atemorizaban. Eso fue muy instructivo, aprendí desde ese entonces que a los muchachos lo que hay es que tratarlos con respeto, con cariño y dedicarse mucho a enseñar, esa es la clave.
“Cuando uno les va a llamar la atención, si lo haces de forma cariñosa, a veces jocosa, el alumno se incorpora a la clase; de lo contrario si le llamas la atención de una forma poco amable, logras que no interrumpa más, pero tampoco participa en ella y no atiende, o sea, que ganó en su tranquilidad, pero perjudicastes al muchacho. Hay que tratar de lograr un equilibrio. Cuando el llamado de atención sea un poco más serio, entonces lo converso en el pasillo, le tiro el brazo por encima y trato de hacerle entender que uno está luchando porque logre lo mejor y que en ese momento no debió cometer ese error. Hay que entender que tampoco uno es perfecto”.
Lo dice quien descubrió su pasión por la Química luego de que la nota obtenida en su primera evaluación de la signatura no fue la deseada, razón que lo incentivó a estudiar con mucho rigor, hasta descubrir su predilección. “Para entrar al pedagógico se llenaba una planilla y puse en primer lugar la Química, después la Historia y, por último, el Inglés; son las tres asignaturas que más me gustan”.
¿Cómo logra motivar a los estudiantes hacia una asignatura como la Química?
“La Química no es la más aceptada por los estudiantes, pero es una asignatura práctica y cuando usted vincula esa teoría con la práctica, cuando ellos comienzan a observar algunas demostraciones y experimentos en la clase, eso los motiva. Lógicamente, la constancia, la forma de impartir la asignatura, tratando de estimularlos, dándole una entrada a la clase donde le dé prácticamente todas las herramientas para que pueda participar de forma activa en ella, todo eso logra que un buen por ciento de los estudiantes del aula se motiven a recibir la asignatura”.
Durante varios cursos el profesor Alberto Luis preparó a estudiantes para concursos, fundamentalmente en la asignatura de Química Orgánica. De esos tiempos recuerda con júbilo y satisfacción el haber conocido a excelentes estudiantes. “Tuve uno de nombre Rómulo, muy inteligente, obtuvo un primer lugar contrarreloj, fue algo muy gratificante. Esos alumnos te estimulan y uno tiene que prepararse mucho, estudiar durante largas jornadas de trabajo e incluso fuera del mismo. Por eso yo aplaudo la labor de mi colega Agustín, que ha recibido tantos lauros en concursos.
“Todas las personas estamos en una constante superación, porque de todo y de todos se aprende. Esos estudiantes, sobre todo los de concurso, son capaces de hacer los ejercicios que usted menos sospechó, porque son jóvenes de mucho talento. Es muy bueno ver cómo ellos adelantan, cómo su zona de desarrollo se va ampliando; el profesor que trabaje con concursantes vive jornadas muy bonitas, de constante crecimiento”.
Pero las vivencias son numerosas, de algunas de ellas han quedado frases célebres en las clases de Pipa, como aquella cuando unos estudiantes no entendían el contenido y el profe una y otra vez lo aclaraba, hasta el momento en que otro alumno espetó: “Oiga, compadre, ya va para la segunda patá y el motor suyo no arranca”. El docente les llamó la atención alegando que no todos pueden entender de la primera vez. “Me dijeron: ‘No profe, no tenga problema con eso, nosotros nos llevamos bien y eso no tiene importancia’. Entonces se quedó eso de la primera patá’, la segunda patá’ y después en el aula ellos mismos me decían: ‘Profe, a la primera patá’ yo no arranqué, me hace falta la segunda”, comenta entre risas.
¿Lo más difícil a lo largo de estos años?
“Lo más difícil para cualquier maestro es no poder dar clases, no poder desarrollarse como maestro. Lo fundamental de la clase es la actitud que tenga el educando para impartirla y siempre estar dispuesto a que en medio de ella pueden surgir contratiempos de los adolescentes y usted debe tratar de minimizarlos y continuar con su clase. Los profesores, aunque somos seres humanos, nunca debemos perder la paciencia en el aula, es lo más negativo que nos puede ocurrir”.
Resultados y satisfacciones…
“En mi vida laboral he disfrutado muchísimo cada vez que mis adolescentes vencen los contenidos que les imparto y que salen bien en las pruebas. Mientras hubo exámenes de ingreso de Química, ningún alumno mío desaprobó y esas son cosas muy gratificantes, las guardo en mi memoria como un triunfo. Sucede similar cuando un exalumno me saluda en la calle y le dice a alguien: ‘Mira, él contribuyó a mi formación’. Lo otro siempre ha sido consagración, consagración y consagración, tratar de dar lo mejor de mí para los estudiantes. Cuando estoy en el aula me enajeno de todo, aunque uno tiene problemas de mayor o de menor alcance, pero trato de dejarlos lo más apartados posible, porque yo disfruto muchísimo dando mi clase. Ese granito de arena que he puesto en miles y miles de estudiantes para que sean hoy profesionales de calidad, me alegra”.
¿Cuánto queda hoy de aquel guajiro del segundo batey del central Uruguay?
“Salvando las distancias, soy el mismo guajirito viviendo hoy en la ciudad de Sancti Spíritus. Sigo siendo familiar, buen amigo, sufro las cosas que les suceden a mis amigos como mías. Y sí, soy aquel guajirito, con una madre que pudo estudiar hasta sexto grado, pero que me ayudó muchísimo en la vida para que yo estudiara y me desarrollara. Siempre guardo con muchísimo cariño ese terruño de Jatibonico y en particular el central Uruguay. De ahí, aunque parezca que no, es gran parte de la formación de esta persona que hoy usted está entrevistando”.
Para quien ha ejercido el magisterio ininterrumpidamente, incluso luego de que le llegara la edad de jubilación, concebirse fuera del aula no es una opción, al menos no por el momento.
“En realidad es muy difícil verme de esa forma, porque lo que he hecho siempre es eso, es lo que me gusta y creo que voy a trabajar hasta que tenga fuerzas, cuando ya no pueda, pues entonces habrá que retirarse, pero hasta ahora creo que Pipa sigue en el aula”.
Tuve el privilegio de ser su alumno hace casi 30 años en el Ipvce, el claustro era excelente y en el se destacaba pipa, por ser un excelente profesor y amigo. Me alegra que le dediquen un espacio a esas personas que han contribuido tanto en la formación de muchas generaciones.
Saludos y felicidades a mi compañero de aula en » la cachurra» en noveno grado ALBERTO LUIS LOPEZ CEPERO, el PIPA. Optima persona, buen hijo ,amigo ,exelente profecional, merecido reconocimiento.