A pesar de haberse retirado hace algunos meses, Martha Cuéllar Santiesteban continúa igual de activa que cuando dirigía la casona colonial más icónica de Sancti Spíritus. Allí me recibe con el mismo entusiasmo que años atrás lo hacía con los visitantes del museo y evidencia cuánto disfruta enseñar sobre la institución mientras la recorremos.
Por sus gestos entusiastas, sus palabras acertadas y serenidad para conversar confirmo lo que ya suponía: estoy delante de una persona humilde y sabia; una mujer que dedicó su vida a la historia espirituana y a la preservación de uno de los inmuebles más bellos de la villa del Yayabo.
¿Cómo fue su primer contacto con los museos?
“En mi adolescencia tuve mi primer contacto con el Museo de Arte Colonial. Claro, entonces no imaginaba que se convertiría en parte fundamental de mi vida. Mi Secundaria estaba bien próxima y en ocasiones al salir de la escuela pasábamos por allí para hacer el recorrido. Siempre me llamó la atención, por eso me inscribí en un círculo de interés dedicado a los museos, fue una experiencia que me motivó mucho.
“También tuve a mi hermana mayor, que era una amante de la historia y los museos. Ella decía que para conocer una ciudad era imprescindible visitar esos lugares históricos. A ella le debo mi amor por esos sitios”.
Usted se licenció en Lengua y Literatura Rusa. ¿Por qué esta disciplina y no otra?
“Cuando estaba en el preuniversitario no tenía una vocación clara de lo que quería estudiar y me llamó mucho la atención la carrera de Lengua y Literatura Rusa, pues era algo que desconocía totalmente. Me retaba aprender un nuevo idioma, además de que me encanta enseñar y pasar mis conocimientos a otros. Disfruté mucho traduciendo textos en ese idioma y la literatura rusa me enamoró”.
¿Por qué entonces no ejerció esta profesión de forma permanente?
“Cuando terminé la carrera ya no era tan usual el aprendizaje del idioma ruso en las escuelas y comencé a buscar trabajo en otros sectores. Mi hermana, quien siempre ha sido mi mentora, me animó a llegar al Museo de las 100 puertas para ver si había alguna plaza disponible.
“La directora de entonces, Elizabeth Melgarejo, nos recibió en la institución con los brazos abiertos. Yo no tenía la preparación de otras trabajadoras, pero tuve muchas oportunidades. Estudié en la Escuela de Museología de La Habana en un excelente curso de posgrado que ellos ofrecían. Hice cursos de Teoría y Práctica Museológica, Comunicación e Historia del Arte, entre otros”.
¿Cuáles fueron los principales retos que enfrentó?
“Durante los primeros años tuve muchos, sobre todo el aprendizaje y la superación constantes de la historia del museo y las piezas que atesora, algo que agradezco en la actualidad porque aportó a mi formación profesional de forma extraordinaria.
“Tuve a la mejor directora, Elizabeth me acogió siempre y ofreció su tutoría. Ella me obligaba a estudiar a diario, me retaba a leer mucho y me enseñó que nunca sabemos lo suficiente de un tema, por más que lo creamos. Le agradezco mucho, y a Amelia Valdés, otra mujer dedicada a la Historia.
“Pero fueron años que recuerdo con mucho cariño por el aprendizaje y la familia que formamos los trabajadores de la institución”.
Luego de algunos años en el museo llegó el puesto de directora. ¿Cómo fueron ese momento y los años que se dedicó a esas funciones?
“Siempre fui muy enérgica, razón por la cual mi directora pensó que tenía cualidades para sucederla. En ese momento no pensamos que fuese a ocurrir, pero luego de 12 años ella abandonó la dirección y me animó a asumirla. Tenía un profundo compromiso moral con ella, lo que me llevó a aceptar el reto. En ese entonces estaba embarazada, imagina la sorpresa.
“Los años en la dirección los recuerdo con mucho amor. La institución recibió varios reconocimientos por el incansable trabajo de todo el personal, uno de ellos fue el de Mejor Museo en Conservación del país, gracias a la maravillosa conservadora que teníamos, Carmen Brito, quien también me enseñó mucho. Para nosotros era la persona más importante, pues era la clave en el trabajo con las piezas y la preservación de las mismas; era la médica de nuestros bienes museables.
“Me siento muy honrada por todo el apoyo que recibí del personal durante los años que llevé las riendas de la institución y muy orgullosa del vínculo profesional y personal que forjamos”.
Después de 36 años de dedicación a la profesión y al museo llegaron varios reconocimientos. ¿Alguno que recuerde de forma particular?
“En el 2021, recibí el Reconocimiento Especial Mejor Museóloga del País. Llegó como una gran alegría para todos en la provincia, justo en medio de la pandemia. Eso realmente no lo esperaba. Me emocionó mucho que reconocieran mi trabajo de tantos años en el museo. El día de la entrega del premio había muchas personalidades de la provincia, amigos y familiares. Fue un momento muy especial.
“Por lo que significó, me alegré mucho que el premio de este año lo obtuviera Carlos Enrique Sotolongo, especialista del Museo Romántico, de Trinidad, y a la vez que esa institución obtuviera el reconocimiento al Mejor Museo en Conservación”.
Para este momento de nuestro encuentro y, luego de recordar tantos momentos especiales, resulta imposible que Martha Cuéllar Santiesteban no se emocione. Con lágrimas en los ojos, la voz cortada y la visible nostalgia espetada en el rostro, evoca varias anécdotas que llevará siempre en su corazón, así como el significado que para ella tiene la casona de las 100 puertas.
“Me gusta mucho contar que fue aquí donde aprendí a cocinar. Era muy joven y aún no sabía. Amelia Valdés era una cocinera experta y se encargó de enseñarme los secretos de la cocina.
“También me gusta incentivar a las personas a no creer que conocen demasiado de un tema, y que busquen constantemente ampliar sus conocimientos. Recuerdo que ya cuando me faltaban solamente unos meses para retirarme descubrimos que una figura de dama y caballero, que había manipulado y visto mil veces, no era lo que creíamos. Gracias a Internet descubrimos que en realidad era una botella y el orificio vacío en la parte trasera, que yo creía era una sombrilla de la dama, resulta que era para poner el corcho. Nos llevamos una gran sorpresa.
“El museo es mi casa. Allí me formé como museóloga, forjé vínculos laborales y personales que aún conservo. En este lugar nacieron y crecieron mis hijas, quienes me acompañaron muchas veces por los pasillos de la casona centenaria. Es un lugar que nunca podré sacar de mí y está en lo más profundo de mi corazón.
“Por eso lo siento en el alma cuando hay un problema constructivo, cuando tiene déficit de personal, cuando las personas no se preparan lo suficiente para guiar las visitas. Esa casona ha sido mi vida, me ha dolido mucho el cambio luego de la jubilación”.
¿Qué importancia les atribuye a los museos para la enseñanza de la historia local y nacional?
“Los museos son instituciones sumamente importantes para conocer de las ciudades. Tienen amplios archivos para leer y documentarse y, a la vez, allí está el objeto vivo, que enseña y da al visitante una perspectiva de cómo eran las cosas hace cientos de años. En los museos se pueden apreciar los estilos constructivos, diferentes elementos de la arquitectura, así como las piezas que forman parte de las colecciones.
“También considero que el visitante es una persona muy importante. Por ello, es necesario el trato amable, el esfuerzo por aprender para transmitir el conocimiento y lograr que sea comprendido, así como adaptar los lenguajes para que tanto niños como adultos puedan aprender y estar satisfechos con su visita. Es muy importante el diálogo y la motivación del visitante y conseguir interacción”.
Aunque se retiró en enero de este año, usted ha continuado colaborando con proyectos del museo…
“Disfruto mucho colaborar con los cursos de verano, el Festival de la Muñeca y el concurso Modas, modos y tiempos. El Festival de la Muñeca es muy especial, motiva el aprendizaje de los niños, además de lograr involucrar a la familia en función de la Historia. Es una actividad muy pedida por los padres. Incluso, durante la pandemia se hizo a través de videos en las redes sociales.
“Y el concurso Modas, modos y tiempos también es muy especial, pues las personas buscan alguna pieza parte del patrimonio familiar y la explican en función del valor sentimental que puedan tener para la familia. Ese valor asociado es el que le da ese encanto especial”.
Es precisamente este el momento en que el rostro de Martha Cuéllar Santierteban despeja la nostalgia para esbozar la misma sonrisa y acentuar el brillo de sus ojos. Asegura que poder seguir cerca del museo y sus actividades, a pesar de estar jubilada, la llenan de energía y nos recuerda que siempre estará al servicio de la divulgación de la Historia y de la casona colonial que hizo suya.
*Estudiante de Periodismo
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