Aunque lo niega, Jorge Leonel Ortiz Hernández parece estar hecho de hormigón; de un hormigón fundido en el trabajo, la perseverancia y el carácter de acero que lo mantienen aún entre piezas de prefabricados con 81 años a cuestas.
“El prefabricado es parte de mi alma”, afirma y se lo crees cuando ves la pasión desbordante con que habla. “Yo estoy trabajando porque me gusta eso que hago y porque es prefabricado, no sé si eso es bueno o es malo, pero siempre digo que lo que conozco de hormigón, que no es mucho, lo he aprendido embarrándome”.
Al mundo de las construcciones entró Ortiz casi desde niño, cuando en pleno capitalismo estudió instalaciones hidráulicas y sanitarias en la escuela Artes y Oficios de Trinidad, una especialidad que concretó mientras laboraba en los hoteles Las Cuevas y Ancón.
Se apartó de él por pocos meses, pues con 17 años tuvo que ir a la limpia del Escambray, a la Lucha Contra Bandidos, donde vivió una experiencia inolvidable; “cuando cogí un arma por primera vez, temblé de miedo”, evoca.
Pero la experiencia de ocho meses le fraguó el carácter, tanto como la decisión de ir a estudiar a La Habana e integró la primera graduación del Instituto Tecnológico José Martí, en la que fue parte de los 47 que terminaron, entre los más de 500 que empezaron.
“En La Habana tuve los mejores profesores del mundo, todos reconocidos en sus ramas en toda Cuba y me enseñaron que en esta labor lo primero es ver, saber y después hacer. Cuando yo entré a trabajar en esta actividad no sabía nada de ella y le dije al jefe mío: “Si tú quieres que yo me quede ahí, tengo que saber de eso y él me mandó a La Habana y pasé como casi tres meses en plantas de prefabricado, viendo cómo se hacía todo”.
Y desde entonces supo de trabajo, pero también de conflictos a pie de obra, de horas de más al pie de ellas, lo mismo en la capital que en Santa Clara que en Sancti Spíritus. Por eso, para este octogenario la construcción ha sido, más que un oficio, una convicción de vida.
“Vine a Sancti Spíritus en el año 1974 porque se hablaba de que no se iba a cumplir el plan y lo cumplimos a las 12 de la noche del 31 de diciembre, haciendo hormigón a mano porque la concretera se rompió”.
“¿Que cómo es hacer hormigón a mano?”, te lo explica y una sonrisa adorna su rostro. “Hay que echar la piedra en el piso, echar arena arriba, mezclar eso, echar el cemento, después mezclar eso, echar agua y no hacer hormigón para un metro, sino para dos metros y pico, a una hora que ya usted está cansado, pero terminamos de hacer el hormigón; sin alma, pero terminamos”.
Buena parte de las obras construidas en Sancti Spíritus han pasado por el ingenio de quien le sabe todos los secretos al mundo del prefabricado por una fragua de conocimiento, ejemplo personal e intransigencia con la chapucería: “Yo paré obras cuando llegué; la escuela Formadora de Maestros, la paré; secundarias, las paré, porque se hacía prefabricado y se mandaba al otro día para las obras y se estaban partiendo cosas. Recuerdo que Catalino González, el administrador, me dijo: ‘Tienes que darme una carta para el Partido’, y le dije: Traigo una carta para quien tú quieras, y en una reunión con Joaquín Bernal, entonces secretario del Partido en la provincia y un gran hombre, me citaron, me llevaron acusado de que yo había parado las obras de Sancti Spíritus y él preguntó: ‘¿Quién es el que paró eso?’, y cuando me señalaron, él, que conocía a mis hermanos y la familia de la que venía, dijo: ‘Si él las paró, están bien paradas’”.
Afirma que no dejó que le pusieran en una biografía que es disciplinado: “Yo nunca he sido disciplinado. No me gusta que me cañoneen para hacer algo y más si creo que no se debe hacer. Una vez un jefe de transporte de áridos mandó una arena para Nieves Morejón que no servía, y le dije al chofer que no la recibía, y el chofer me respondió: ‘Él me dijo que la echara”. ¡Ah!, me acosté en el piso…Y no la echó.
“Con Cedré, a quien considero uno de los mejores dirigentes de la Construcción que han pasado por aquí, tuve una bronca buena porque él quería mandar elementos antes de los siete días y le dije que no. Entonces le pidió a mi jefe Alcántara: ‘No me mandes más a Ortiz a las reuniones’. A mí convénceme de que te hace falta; yo me he equivocado también; pero, cuando ha pasado, lo he reconocido”.
Y le vienen un raudal de anécdotas de cuando se fue del Contingente Néstor Torres porque “se estaba reparando la escuela Julio Antonio Mella, se hacían reuniones a las diez y pico de la noche, cañoneando cosas, se hicieron aceras de madrugada casi, ¿usted cree que eso podía salir bien?”.
Pregunta y se responde. Pocas cosas le duelen tanto a Ortiz como la lentitud en las obras constructivas y los problemas con la calidad: “Somos muy lentos para terminar obras dobles y no por la situación que hay, el mejor prefabricado que hemos hecho lo hicimos para el hotel Pansea, de Trinidad, hasta el francés fue a Nieves Morejón a ver cómo se había hecho, hicimos un prefabricado con una terminación que no lo hemos vuelto a hacer y entonces esa obra todavía no se ha terminado; a veces siento vergüenza por esas cosas porque, además de que no la terminamos, después nos eternizamos en ella y gastamos los recursos”.
Cree en el control como un elemento que garantiza calidad y durabilidad. “Una de las cosas del hormigón es el control; aunque los materiales no sean los mejores que haya, si usted tiene un buen control, obtiene resultados: si echa el cemento que debe echar, el agua que lleva, la piedra; el proceso posterior y la terminación si los hace bien, todo queda mejor. Yo sancionaba a un técnico porque se le cayera una muestra de hormigón y una muestra se le cae a cualquiera, pero ellos sabían que tenían que estar metidos de cabeza, preocupados por esa cosa y ocuparse de eso”.
Con casi 60 años de trabajo en la Construcción, le cuesta contar todas las obras que han pasado por las manos y la mente, lo mismo en la planta de Nieves Morejón que en el contingente Néstor Torres, que la Unidad Empresarial de Base Prefabricado y Premezclado de Sancti Spíritus, donde hoy labora.
Y echa una carcajada cuando las enumera: “Casi todas las secundarias que se hicieron en la provincia, obras del Combinado Lácteo, la Potabilizadora, casi todas las viviendas hechas a partir del año 1976, el hotel Zaza, los puentes de carretera…; casi todas las obras prefabricadas de la provincia han pasado por nuestras manos, pero esta es la obra de todos, principalmente de los trabajadores, porque uno lo que hace es orientar, pero los que hacen las obras son ellos, a veces con condiciones malas, y ahora es que los salarios están mejores de julio para acá y la gente yéndose, por eso es de admirar a los que logran que esas orientaciones que usted da las hagan”.
No distingue en importancia a una obra de otra. “Para mí todas son importantes, a veces nos mandan a hacer una losa, que es un solo elemento y le damos el tratamiento que les damos a otras; y no es por mí, es por los que trabajan, siempre les digo: Tenemos que ver esta obra como si fuera hecha para nosotros. El tamaño de la obra no es la importancia que tiene, eso va de acuerdo con el objeto social al cual va dirigida”.
Cree en el valor del estudio, ese que le inculcaron sus profesores hace más de seis décadas: “La mayoría de las cosas no las he aprendido empíricamente, estudio bastante, todos los días sale algo, la tecnología que nosotros estamos utilizando fundamentalmente en el país es de los años cincuenta y estamos exigiendo a la gente hacer prefabricado del siglo XXI con tecnología antigua. Uno tiene que estudiar constantemente, voy a ver a los ingenieros de la ENPA y a otros, me dan información. Me han mandado información de España, Estados Unidos, gente que trabajó conmigo”.
Y cuenta: “Siempre me he llevado todos los problemas para la casa. A veces me han dado las dos de la mañana sentado en mi casa trabajando. Hacía las preparaciones técnicas y los precios los sacaba en una noche a mano, hacía 12, 13 precios. Hoy cuesta trabajo que un precio salga en el día y eso que ahora hay computadora. Cuando aquello había que mandarlos para La Habana para que te los aprobaran; a mí no me viraron nunca un precio”.
Tiene en su aval cientos de inventivas con las que ha ahorrado millones de pesos y le han concedido menos reconocimientos de los que merece, pero son el mejor de los magisterios de sus casi seis décadas de trabajo: “Yo doy soluciones, inventar es otra cosa, lo que pasa que nosotros quizás le llamamos inventar porque hoy en Cuba hay que inventar para solucionarlo todo, pero la invención lleva novedad y no siempre usted logra eso”.
Aunque todos se lo dicen, rechaza el término: “Profesor es un término altísimo, para mí por lo menos; a los profesores que tenía, ¡cuidado con eso! Y yo no creo que haya llegado a ese nivel de profesor, el que yo trate de que la gente aprenda cosas no tiene que ver nada con eso”.
Frente a la computadora, leyendo sin espejuelos y con una vitalidad que enamora, pocos advierten los 81 años de Jorge Leonel Ortiz Hernández, el hombre que también trabajó como internacionalista en Angola, quien aporta su sapiencia como especialista de Planificación y Control de la Producción de la Unidad Empresarial de Base Prefabricado y Premezclado de Sancti Spíritus
Frente a él, entiendes por qué Ortiz, como todos le conocen allí, aún trabaja con una pasión solo comparable con el gran amor de su vida, la mujer que conquistó allá por los sesenta y de la que únicamente la muerte pudo separarlo; solo comparable con el arraigo a la tierra que vio nacer hace más de ocho décadas a este hombre de hormigón.
“No, yo estoy hecho de carne y hueso, quizás con un corazón puesto en la tierra en que estamos. En mi familia León Felipe Ortiz, mi padre, y María de Carmen Hernández, mi madre, me enseñaron a querer esta tierra”.
Intenta argumentar lo que él mismo dice le cuesta: ¿por qué no se ha ido a descansar a su casa? “Eso que le voy a tratar de explicar a mí me costó mucho trabajo explicármelo a mí mismo. Cuando pensé en retirarme tenía que ver con que yo quería darle a mi esposa lo que le prometí cuando nos hicimos novios, que era dedicarle el tiempo que el trabajo me quitó, pero ella falleció. Nos queríamos tanto…
“Cuando yo conocí el prefabricado me enamoré, me pasó como cuando empecé con mi esposa, con quien comencé por una apuesta, pero no estaba enamorado de ella, aunque después lo estuve toda la vida; del prefabricado, igual me enamoré”.
Fue un orgullo para mi, trabajar con Ortiz, es un ejemplo de persona trabajadora con mucho prestigio,
conocimiento y dedicación. Pocas personas en Cuba tienen ese aval