El vuelo criminal del Plan Cóndor

Hace 48 años, esta operación transnacional de las dictaduras militares sudamericanas, amamantadas por la CIA y la Casa Blanca, segó la vida del espirituano Crescencio Galañena Hernández y la del pinareño Jesús Cejas Arias, empleados administrativos de la Embajada de Cuba en Argentina

El Plan Cóndor sembró el terror en el continente.

Las nubes envolvían el atardecer de la ciudad de Buenos Aires; el invierno, mucho más. Era 9 de agosto de 1976 y, para la noche, Radio Argentina anunciaba temperaturas de hasta nueve grados Celcius. Hacía casi un año, el espirituano Crescencio Galañena Hernández y el pinareño Jesús Cejas Arias habían arribado a la capital bonaerense para ejercer como funcionarios administrativos en la Embajada de Cuba. Eran cerca de las cinco de la tarde; lo indicaba el reloj de la llamada Torre de los Ingleses.

Crescencio y Jesús dejaron atrás la sede diplomática. Caminaban por la acera en busca de la parada del ómnibus que los llevaría hasta la casa en la localidad de San Isidro. De pronto y a solo dos cuadras de la embajada, exactamente en la esquina de las calles Arribeños y La Pampa, en el barrio de Barrancas de Belgrano, el chirrido alardoso de las gomas sobre el pavimento.

El portero de un edificio próximo alzó la vista: autos Ford y una ambulancia del ejército frenaron en las punteras de los zapatos de los cubanos; culatazos de armas contra sus cuerpos. Dieron pelea. Los encapucharon y, como sacos de boniatos, las fuerzas represoras lanzaron a los dos jóvenes al fondo de la ambulancia. El portero sospechó lo peor.

—¿Adónde los llevarán?, masculló la pregunta para que nadie lo escuchara.

DISPOSICIÓN CRIMINAL

El 24 de marzo de 1976, un golpe de Estado, a la cuenta de la Junta Militar, encabezada por el general Jorge Rafael Videla, derrocó a la presidenta a María Estela Martínez de Perón y convirtió la Carta Magna en escombros. “Pongamos que eran 7 000 u 8 000 las personas que debían morir”, afirmó el dictador —más de 35 años después, desde la prisión federal Campo de Mayo— al periodista Ceferino Reato, autor del libro Disposición final.

En esa entrevista, Videla admitió que la frase que da título al texto resultó el eufemismo encontrado para ocultar los crímenes: “Dos palabras muy militares, que significan sacar de servicio una cosa por inservible, por ejemplo, una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada”.

Macabra filosofía la de Videla para ganar la “guerra contra la subversión”. El presidente de facto vomitó más: “Cada desaparición puede ser entendida, ciertamente, como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte”.

Desaparecida estuvo, desde el 3 de agosto de 1976, María Rosa Clementi de Cancere, maestra de la escuela José de San Martín, adscripta a la Embajada de Cuba. Unas siete horas posteriores al secuestro de Crescencio y Jesús, fuerzas dictatoriales allanaron la vivienda de un chofer argentino, empleado de la Oficina Comercial de la misión diplomática; hicieron lo mismo en la de su padre y en la de un hermano.

Dos horas más tarde, irrumpieron en la casa de un jardinero, trabajador de la institución del país antillano. A ninguno de ellos los represores los detuvieron en esa noche y madrugada; días después, sí. Hoy continúan en la lista de los desaparecidos, estimada en unas 30 000 personas durante la última dictadura (1976-1983). Y faltó poco para que engrosara dicha relación el embajador cubano en esa nación, Emilio Aragonés, sobreviviente de un atentado (tiroteo), ocurrido el 13 de agosto de 1975.

Desafortunada verdad: a 17 se elevó el total de personas secuestradas, asesinadas y desaparecidas, vinculadas con instituciones oficiales de la isla caribeña en Argentina durante el Plan Cóndor, con la intervención de organizaciones anticubanas asentadas en Estados Unidos, señala el abogado e investigador José Luis Méndez, en el artículo “La Operación Cóndor contra Cuba”.

En la concepción y ejecución de esas acciones represivas desempeñó un rol protagónico la Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), creada en junio de 1976 por órdenes de George Bush, director por ese tiempo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y encabezada por el terrorista internacional Orlando Bosch Ávila.

Precisamente, la CORU se acreditó el secuestro de Galañena y Arias, y el cabecilla de la agrupación reveló pistas de la confabulación transnacional de ese crimen a el Miami Herald: “Nuestros aliados se hubieron de comprometer, y así lo realizaron, en el secuestro de dos miembros de la embajada en Buenos Aires, que no han aparecido jamás”.

Trascendería, con posterioridad, que la autoría material de esta acción terrorista corrió a la cuenta de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), de Argentina, con el visto bueno de la CIA y el conocimiento de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), de la dictadura del general Augusto Pinochet. Pero, luego de secuestrados, ¿a dónde los represores condujeron a Crescencio, de 26 años, y a Jesús, de 22?

Los diplomáticos cubanos Crescencio Galañena y Jesús Cejas fueron torturados y asesinados el 9 de agosto de 1976.

LA CUEVA DE LAS FLORES

Los autos Ford Falcón y la ambulancia frenaron en las narices de la entrada principal de Automotores Orletti, una cortina metálica de seis metros de ancho. En la puerta siguiente, blindada, uno de los captores pronunció la frase mágica: “Operación Sésamo”.

Y se abrió el portón del taller, llamado por los represores, indistintamente, El Jardín o La Cueva de las Flores. Mayúscula paradoja. En el techo de la planta baja, ganchos incrustados; justo, debajo de estos, un tanque con agua salada; ha testimoniado en varias ocasiones José Luis Bertazzo, un argentino sobreviviente de aquel infierno.

Nada más hacía falta para aplicar la técnica “submarino” a los prisioneros, a quienes obligaban a desvestirse y a tirarse en el piso. Allí les colocaban amarres en los tobillos, y con un aparejo de cadenas los subían colgados de los pies. Después, el cuerpo hasta la cintura entraba y salía del agua, según los antojos de los verdugos. Y golpes en el abdomen para que la víctima no contuviera la respiración. Ante el silencio que sobrevenía a cada pregunta, de nuevo el cuerpo al agua, hasta la cintura.

En el segundo piso del taller había más áreas de torturas; entre estas, una variante de la picana eléctrica, enseñada en Estados Unidos en los cursos de contrainsurgencia impartidos a los latinoamericanos, exponen José Luis Méndez y Pedro Etcheverry, en el libro Más allá del dolor.

En dicha obra, los autores describen cómo los torturadores utilizaban la picana. Al apresado lo esposaban por detrás y lo colgaban del gancho, a unos 20 o 30 centímetros del suelo, y ahí mismo, un recipiente con agua y sal gruesa. En la cintura u otra parte del cuerpo del torturado, el cinturón de cables eléctricos.

Al tocar los pies del secuestrado lo mojado, la electricidad volvía su cuerpo lo mismo una ese que un ovillo. Cuando menos. Y como no bastaba, les tiraban cubos de agua fría. El shock eléctrico, mayor; las contorsiones, más todavía.

Cada vez que Bertazzo recordaba estas vivencias, un rictus amargo lo asaltaba. Nadie le contó; él sufrió tan dantescas torturas como, también, el izquierdista chileno Patricio Biedma, quien le atestiguó el paso de dos diplomáticos cubanos por Automotores Orletti; uno de los más de 500 centros clandestinos de detención, tortura y exterminio que funcionaron en Argentina durante la dictadura de Videla.

BAJO COACCIÓN

El 17 de agosto de 1976, la Embajada de Cuba en Argentina recibió una inesperada llamada telefónica. Era de la Associated Press. A la corresponsalía de la agencia de noticias estadounidense había llegado por correo postal un sobre, contentivo de las copias de las credenciales de Cejas y Crescencio, así como una carta, de trazos disparejos, escrita por el pinareño:

“Nosotros, ambos cubanos, nos dirigimos a usted para por este medio comunicar que hemos desertado de la Embajada para gozar de la libertad del mundo occidental”.

De inmediato, el embajador Emilio Aragonés remitió un cable a las autoridades de la isla. En el mensaje, el diplomático expuso que los cubanos desaparecidos le enviaron, también, una carta, y a través de esta le manifestaban el deseo de seguir viviendo en el país sudamericano y que pedirían asilo en una embajada, si se sintiesen en peligro.

“Nuestra opinión es que los compañeros escribieron las cartas bajo presión —advirtió Emilio en su cable a La Habana—. Hemos hablado con las autoridades diciendo que seguimos estando seguros que están secuestrados y actuando bajo coacción y que deben encontrarlos”.

La razón le asistía al embajador. Al cabo del tiempo, grafólogos, psicólogos y psiquiatras cubanos evaluaron la legitimidad de las cartas, de la supuesta autoría de Crescencio y Jesús, y las circunstancias en que fueron escritas. Los expertos avalaron la originalidad de aquellos mensajes, redactados bajo presión, a tenor del estudio de los trazos sobre el papel. Solo imagínese que les debieron aplicar la técnica de tortura denominada “submarino” y la picana eléctrica, como suscriben Méndez y Etcheverry.

Con aquellas cartas, la dictadura argentina perpetró una jugada maestra, aparentemente. Y los medios de comunicación, que hicieron mutis ante el secuestro y la desaparición del pinareño y del espirituano, convirtieron en comidilla la supuesta deserción de los cubanos del Servicio Exterior de la isla.

La maquinación tiró un manto de silencio sobre el asunto; en tanto, la parte cubana proseguía las indagaciones, dirigidas a esclarecer lo ocurrido y a recuperar los restos de Galañena y Cejas. De quienes los conocieron: familiares, amigos, colegas… nadie se tragó el cuento de la posible traición.

EN EL TERRENO

Para establecer la verdad, Cuba diseñó una investigación que articuló varias especialidades; entre estas la Historia, la Antropología y la Morfología, señaló el doctor en ciencias Pedro Etcheverry Vázquez en el documental Más allá del dolor.

El propósito de las autoridades cubanas de localizar y repatriar los cuerpos se vio favorecido por el ascenso a la presidencia en 2003 de Néstor Kirchner; promotor de políticas públicas en defensa de los derechos humanos, la memoria histórica y de la justicia.

En las nuevas condiciones políticas, Cuba determinó emprender indagaciones en el terreno. El rediseño de las investigaciones contó con el apoyo del gobierno de Kirchner y el aporte de especialistas, además de cubanos y argentinos, de uruguayos, chilenos y paraguayos.

Con ese escenario, en febrero 2004 los familiares de Crescencio y Jesús nombraron al abogado y estudioso del caso José Luis Méndez como su representante legal, quien arribó a Buenos Aires en mayo de ese propio año.

Méndez tocó las puertas posibles. Hurgó en archivos institucionales; entrevistó a víctimas de la represión, a sus familiares, a funcionarios. En fin, a todo aquel que podía brindar una señal, un dato, incluidos represores de la dictadura.

Durante este proceso, donde no faltó el impostor, que dio pistas, se obtuvieron declaraciones del general Manuel Contreras Sepúlveda, jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) de la dictadura del general Augusto Pinochet.

Contreras confirmó que el 11 de agosto de 1976 al estadounidense Michael Townley, agente de la CIA contratado por la DINA, le ordenaron viajar de Santiago de Chile a Buenos Aires, adonde arribó con el terrorista de origen cubano, Guillermo Novo Sampoll, para interrogar a los diplomáticos cubanos, presos en Automotores Orletti.

“La CIA fue la que mandó a matar a los cubanos”, aseguró categóricamente el criminal Contreras, en entrevista realizada en 2004, uno de cuyos fragmentos aparece en el documental Más allá de dolor.

EN SAN FERNANDO

El rumbo indagatorio condujo al investigador cubano José Luis Méndez a entrevistar a Juan Castilla, integrante de la Prefectura Naval Argentina. En la última hora del 13 de octubre de 1976 y primeras del día 14, de camino hacia la Oficina de Guardia de esa institución, le resultó sospechoso lo que vio.

A la altura del puente ferroviario sobre el canal de San Fernando, en las afueras de Buenos Aires, Castilla observó cómo lanzaban “bultos” al curso de agua. Había tres carros. Serían unos 20 hombres armados, vestidos de civil. Al aproximarse, Juan fue avistado; por ello, se retiró hacia su oficina y puso al tanto a los restantes miembros de la Prefectura, allí de guardia.

Cuando esa madrugada la patrulla de dicha fuerza acudió al sitio del lanzamiento, vio únicamente las marcas de las gomas de los vehículos. Al amanecer, otro grupo profundizó la búsqueda y exploró el canal en bote. Buzos y bomberos también se sumaron.

Al filo del mediodía, cuatro tanques de 55 galones habían sido extraídos del fondo del canal. Antes de destaparlos, los peritos descartaron la presencia de explosivos. A cincel y martillo, fueron abiertos. El hallazgo: en cada bidón, un cádaver en estado de putrefacción, cubierto con cemento y cal.

A las dos de la tarde, totalizaban ocho los tanques encontrados e igual número de restos humanos (seis hombres y dos mujeres), con una data de muerte estimada en 10 días. En 1989, una vez exhumados estos cuerpos, un equipo de expertos inició el proceso de identificación; al final, ninguno de ellos pertenecía a los diplomáticos.

AL FIN

11 de junio de 2012. Televisoras, sitios webs bonaerenses… daban cuenta de la aparición de tanques con restos humanos en un basurero enorme, a un kilómetro aproximadamente del canal de San Fernando, frente al aeropuerto internacional de esa localidad.

Para el 13 de junio, el hallazgo ascendía a tres tanques. Los expertos forenses certificaron el 3 de agosto que uno de los cuerpos correspondía a Crescencio Galañena Hernández. Mas, ¿dónde se hallaba el otro cubano?

Ante las nuevas evidencias, el Juzgado Federal No. 3, a cargo de Automotores Orletti, retomó la pesquisa, que incluyó excavar alrededor de 10 000 metros cuadrados, y el 18 de abril de 2013 se encontró un cuarto tanque en aquel basurero, que contenía los restos de Jesús Cejas Arias.

Solo, entonces, Cuba finalizó la investigación, como subrayó Méndez. Quedaba confirmada la presunción de que los diplomáticos permanecieron secuestrados en Automotores Orletti y que formaron parte del traslado de los tanques hasta San Fernando. En realidad, el 13 de octubre de 1976 y en la madrugada del día 14 hubo un único lanzamiento de bidones, iniciado en el canal, interrumpido por la presencia de un agente de la Prefactura Naval y concluido en un basurero cercano.

Solo, entonces, los familiares del yaguajayense Galañena Hernández y del pinareño Cejas Arias tuvieron el consuelo, al menos, de llevarles flores a sus tumbas.

FUENTE: Libro Más allá del dolor, de José Luis Méndez y Pedro Etcheverry.

Documental Más allá del dolor, de Estudios Mundo Latino.

Enrique Ojito

Texto de Enrique Ojito
Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida (2020). Máster en Ciencias de la Comunicación. Ganador de los más importantes concursos periodísticos del país.

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