Esta ciudad, que vive intensamente sus Juegos, ha quedado atrapada en una disyuntiva ética. La argelina Imane Khelif participa en el torneo femenino de boxeo, pero pega como un hombre.
Su fibrosa anatomía y la fuerza en sus puños demolieron el rostro de la italiana Angela Carini, en la pelea de cuartos de finales en los 66 kilogramos.
«Sentí un fuerte dolor en la nariz», dijo Carini, quien le argumentó a la prensa que decidió abandonar el pleito para proteger su integridad, pues «nunca había recibido un golpe como ese».
Al referirse a su oponente, expresó que le deseaba que llegara hasta el final, y que pueda ser feliz. «Soy una persona que no juzga a nadie. No estoy aquí para eso».
La polémica pasa por versiones que afirman que la norafricana no es mujer de nacimiento, o que cambió su identidad para competir como una de ellas. En el fondo, hay un mal que subyace y que enturbia, aún más, este o cualquier otro percance en los cuadriláteros: el Comité Olímpico Internacional (COI) y la Federación Internacional de Boxeo (IBA) son como perro y gato.
Khelif y la china de Taipéi, Lin Yu-ting, son dos boxeadoras que han sido sometidas a rigurosas pruebas y controles para competir aquí.
Antes no fueron elegibles para el Campeonato Mundial de 2023, en la India, decisión que tomó la IBA, que desde 2019 no es reconocida por el COI. Entonces, el organismo boxístico dejó entrever que ellas no tenían los cromosomas xx del género biológico femenino, sino xy del masculino. En un comunicado, tras la pelea de la argelina y la italiana, afirmó que los resultados de las pruebas que se les realizaron no cumplían los criterios de elegibilidad necesarios, y que tenían ventajas competitivas sobre otras contendientes, añadió el organismo.
En tanto, el COI expone que se trató de «altos niveles de testosterona», y aseguró que todos los atletas que participan en el torneo de boxeo de París-2024 cumplen con las normas de elegibilidad e inscripción de la competición, así como con todas las normativas médicas aplicables.
En todo esto, llama la atención que campeonas mundiales y de Europa, varias de ellas antiguas rivales de Khelif, han dicho que ella no es una tramposa.
Steve Bunce, analista de boxeo de la BBC, explicó que la argelina no es una boxeadora devoradora. «Lo siento mucho por Carini, pero también hay que sentirlo un poco por Khelif, atrapada en medio de algo absolutamente devastador que aún no ha terminado».
Y es así, Khelif llegó a París con 50 combates, de los cuales cedió en nueve. No es su primera vez bajo los cinco aros, ya estuvo en Tokio-2020, donde fue eliminada.
Tampoco son nuevos los sucesos de elegibilidad. Las pruebas de sexo, durante el transcurso de una competición, comenzaron en el Campeonato Europeo de Atletismo de 1966, en Budapest, y en los Juegos Olímpicos, se introdujeron en México-1968.
Inicialmente, la verificación del sexo tomó la forma de exámenes físicos, evolucionó a test de cromosomas y luego a test de testosterona.
La referencia más antigua es la de Stanislawa Walasiewicz, conocida como Stella Walsh, de Polonia, ganadora de los cien metros femeninos en los Juegos de 1932, en Los Ángeles. Después de su muerte, en 1980, se descubrió que había tenido parcialmente desarrollados genitales masculinos.
De este siglo XXI, lo más mediático ha sido lo de la corredora sudafricana Caster Semenya. Tras ganar los 800 metros, en el Mundial de 2009, aceptó someterse a un proceso de pruebas de género, hasta que el 6 de julio de 2010, la Federación Internacional de Atletismo, entonces IAAF, la autorizó.
Tanto la argelina como la de Taipéi de China continuarán compitiendo aquí, en los Juegos que han logrado hospedar la igualdad de género entre los deportistas.
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