“Nací en Tres Guanos, cerca de Iguará”. Así se presenta Amaro Cabrera López, tal vez pensando que la entrevista debe empezar, como la obra, por la zapata. Quizá imagina, 80 años después, que alguien sabe dónde queda ese rincón del campo espirituano. Nada en su rostro revela inquietud por la emboscada periodística que le tendió Escambray. Quien lo conozca, sí advierte que prefirió mil veces estar pendiente del almuerzo de la brigada, del montaje de un puente, hasta tostarse al sol en la presa Dignorah.
“Lo mío ha sido trabajar sin mirar la hora ni el día de la semana; sin escoger obras ni tareas”. Lo dice todavía con voz aguda, aquella que retumbaba en el puente sobre el río Zaza, en la carretera rumbo a Yaguajay, cuando le gritaba al operador de la grúa: ‘Mueve la viga más a la izquierda, a la izquierda…”.
Acomodado en la sala de su casa, en el reparto espirituano 26 de Julio, revela el rostro afable de siempre; se inclina al frente para oír cada interrogante, porque un padecimiento de oído le limita escuchar. Si un día registran los constructores más nómadas que ha tenido Sancti Spíritus, ahí tiene un espacio Amaro. Se pasó décadas de aquí para allá, de una obra en otra, lo mismo en Las Nuevas, en la Autopista Nacional o en la terraza de un hotel en Varadero.
Dirigió tantas brigadas que cuesta contarlas; ha vivido en varios pueblos, llevó una vida tan andarina que se casó cuatro veces; hoy no pone reparos para que el reportero plasme otra de sus genuinas facetas: “Fui un constructor muy enamorado”.
Hombre consagrado al deber, gente de palabra, conversador incansable, humilde como la ropa que todavía viste, fiel a su país, exigente, pero amigo; padre de seis hijos, ejemplo de persona y ciudadano decente. Es tan dado al trabajo, que tiene 80 años y a cada rato en el Policlínico Centro, donde se ocupa de atender el área verde, se asombran de que nunca lo ven sentado.
Como pocas veces, Amaro Cabrera López accedió a dibujar su vida. Tenía 16 años cuando entró a una granja agrícola, entonces iniciaba la década del 60 del siglo pasado, época de epopeyas para la juventud en aquel tiempo; rápido se vio enrolado en dos misiones que lo marcaron: la Limpia del Escambray y el enfrentamiento a bandas de alzados en la propia zona de Yaguajay.
Con más bríos que aprendizaje, cumplió encomiendas entre los campesinos de Venegas; luego, recién ingresado a las filas del Partido, lo designan al frente de la Comisión Organizadora de la Central de Trabajadores de Cuba en el entonces municipio de Meneses. Después, en un recorrido de punto y seguido, ocupó otras responsabilidades en el Partido en Yaguajay, Venegas y Taguasco; más tarde asumió la administración de la Empresa Pecuaria La Rana.
Corría el año 1976 cuando entró al sector que lo atrajo: la Construcción. “Ahí ha estado la vida mía”; lo dice con la nostalgia clavada en los ojos, con la sencillez que nunca abandona. Sabe que fueron 40 años, la obra cumbre en su trayectoria; tal vez sin todo el conocimiento, pero usando la modestia y el ejemplo como plomada en cada paso.
Medita, repasa algunas fechas, retoma el diálogo y describe un recorrido que parece inacabable. En Siguaney, como jefe de la Brigada Provincial de Hidrología, se enroló por esos años en la construcción de los acueductos en las escuelas en el campo y en las vaquerías del plan ganadero en Managuaco. “En esa etapa también le pusimos el agua al hotel Zaza y construimos la red hidráulica de la zona de El Saltadero, en Cabaiguán”.
Asegura haber llegado a la Construcción sin saber nada de ese ámbito, razón que lo obligó a aprender. “Recuerdo que en el primer encuentro que tuve en Hidrología se pusieron a hablar de un problema en el boom de la grúa y yo me preguntaba: ¿qué será eso? Tuve que empezar a dominar otros conocimientos; con el tiempo los aprendí y adquirí experiencia en las obras”.
Amaro fue un hombre de no darle la espalda a ninguna encomienda, tenía imán para las tareas de dirección. De constructor de acueductos pasó a director de Comunales en Taguasco, luego regresó a la Construcción y asumió disímiles encargos en las empresas de ese sector en Sancti Spíritus: jefe de Cuadros, de Recursos Humanos y de varias agrupaciones ejecutoras.
Cuando en la década del 80 del siglo pasado comenzó el plan de edificación de viviendas en Las Nuevas, al sur de la provincia, fue el encargado de dirigir aquella brigada constructora con más de 300 trabajadores. “Allí existía disciplina, a las siete de la mañana se empezaba, se hacían chequeos de la obra, del aprovechamiento de la jornada, había control”.
¿Acaso Amaro Cabrera es otro Puentero Mayor?
Ese mérito es para Manolo (Pérez González), junto a él trabajé en la construcción de unos 20 puentes. Manolo era el cerebro de esas obras, yo el jefe de los colectivos. De Las Nuevas pasé a construir el puente sobre el aliviadero Cayajaná, en la presa Zaza; después empezamos con los de la llamada Pata de la Autopista Nacional.
Uno de los primeros fue el que pasa por arriba de la Carretera Central, cerca de la planta de asfalto, ese lo montamos nosotros. Recuerdo el día que hicimos la colocación de las estructuras con dos grúas, fueron horas de mucha presión. Así construimos otros puentes grandes en esa zona, algunos estaban iniciados, pero les hicimos los trabajos finales.
Pasamos a la carretera hacia Yaguajay, allí se levantaron como 10 más, de diferentes tamaños, incluido el del río Zaza, el más grande en ese tramo. Terminamos esas obras en 1991 y nos fuimos para la Autopista Nacional a trabajar en varios puentes, pero llegó el período especial y se pararon. ¿Descansar?; enseguida nos movilizaron y pasé un mes limpiando caña en la zona de Los Negros, en La Sierpe; a eso no se le puede llamar descanso.
¿La parada de los puentes detuvo su labor como constructor?
Acabando en la caña, la dirección del Ministerio de la Construcción en la provincia decide ponerme al frente de la brigada a cargo de la presa Dignorah, en Arroyo Blanco. El 12 de agosto de 1991 me soltaron allí, la presa estaba en ese momento al 15 por ciento de ejecución; empezamos a empujar la obra, la única de ese tipo que no se paralizó en Cuba en esos años iniciales del período especial.
Allí teníamos una brigada muy fuerte, más de 200 trabajadores y muchísimos equipos. Se trabajaba hasta las once de la noche y ya a las cinco de la mañana se le estaba dando el desayuno a la gente, y en septiembre de 1992 se entregó la presa. Cuando terminamos, quedaron pendientes los sistemas de riego, parqueamos los equipos y los pusimos en conservación. Fueron varios años cuidando ese parque, trabajando en el mantenimiento.
En 1996 nos entregaron gomas, alistamos los camiones e hicimos esa zafra tirando caña para el central Uruguay. Bueno, no es que fuera un reposo, pero, comparado con una obra como la presa, era una actividad de menor intensidad de trabajo. Acabó aquella zafra, me puse el traje de constructor y con la brigada que hizo la Dignorah fui para Varadero a construir plataformas de hoteles.
Cuando regresé, la tarea que me encomendaron fue la de jefe de la planta de asfalto de Jatibonico, trabajamos en muchas carreteras de la provincia.
Después seguí en Jatibonico construyendo policlínicos, escuelas y edificios. Me retiré en el 2005 con 60 años, pero, a insistencia del Gobierno allí, me involucré otra vez en los trajines de la construcción, estuve unos cuantos años más. Volví a la presa Dignorah para reconstruir el aliviadero que se había dañado por una avenida de las aguas.
Luego nos mandaron a construir el nuevo aliviadero de la presa Lebrije, a raíz de los deslizamientos que tuvo en la cortina y que provocó la evacuación de Jatibonico. Pasé a otras obras, hasta que puse el punto final a la Construcción. Como no soy gente de estar sentado, fui a trabajar al Policlínico Centro, allí me ocupo de la jardinería, esos jardines son mis puentes hoy.
¿Qué claves tenía Amaro para dirigir a tantos constructores?
Lo más importante es controlar y exigir; si el que dirige no hace eso, está perdido. Lo otro importante es oír a la gente, preguntarles a los obreros: ¿qué creen ustedes?; muchas veces un trabajador te da la solución, me gustaba hacer eso en colectivo o en el consejo de dirección.
La clave era estar a pie de obra, porque el mejor control es mirar, no leerte unos papeles en la oficina; además, chequear las normas. Me derretía bajo el sol igual que los constructores, por eso cuando mandaba a hacer algo sabía que se podía hacer, a veces hasta lo demostraba primero. Esa fue mi universidad, la de la vida; claro, me dirigieron personas de experiencia. Aprendí mucho de Manolo, de Wilfredo Bécquer, de Segundo Sierra…, en esos tiempos era raro terminar una jornada a las cinco de la tarde, era una época en que se vivía para el trabajo.
¿Cuál fue la obra más emblemática para Amaro Cabrera?
La Dignorah, porque era una obra de mucha presión, la visitaban dirigentes del país y la provincia. Una vez en un ciclón llovió mucho y hubo preocupación por la seguridad de la obra, pero tomamos medidas y no tuvo problemas.
Todas las obras te dejan una huella, me gustó mucho el trabajo en Hidrología, en los puentes, me sentí realizado en la Construcción; era bonito eso de llegar a un terreno, empezar a ejecutar y ver cada día el avance de la inversión, me reconfortaba saber que contribuía, junto a los demás, a crear nuevas obras.
No estudié la profesión, pero aprendí, a veces hasta discutía con los ingenieros; les decía: No se podrá hacer eso técnicamente, pero hay que buscar variantes, porque estos 200 hombres no se pueden parar; entonces se discutía, se analizaba y surgían alternativas. Nunca me cansó estar de un lugar a otro, porque no es que te guste, es que te tienes que enamorar de tu trabajo; todavía me siento constructor y estar a pie de obra fue mi escuela.
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