No hizo falta juramento; tampoco el visto bueno de un notario. Bastó la escritura diaria en plena tierra de Ramón Marrero Medina, el campesino que, antes de dejar este mundo, legó a Taguasco una obra agropecuaria sin paralelo en esa geografía. Tan hondo caló su ejemplo que la familia convierte la continuidad productiva en la cosecha más genuina del arraigo campesino en la zona de Santa Rosa.
Nadie como Andrea Oliva Naranjo —o, sencillamente, Mima— para catalizar la herencia agraria que se ha adueñado de la finca Tres Hermanas, en predios de la Cooperativa de Créditos y Servicios Obdulio Morales. Esposa y siempre en la retaguardia, pero si de trabajo se trata búsquenla en la primera fila; casi una vida detrás del fogón de leña. Ahora, con 70 años, hala todos los días la “yunta” que ella también domó y enseñó: Raudel y Jorge Félix Marrero Oliva.
Seguir con la tierra es una tradición de la familia, asiente Mima, con la humedad caminando por sus ojos. “Seguir produciendo tabaco, viandas, todo lo que se pueda; los dos varones se hicieron cargo de la producción, no tuve que pedírselo, lo quisieron hacer, la hembra me acompaña y ayuda en la casa. ¿La comida?, claro que la seguimos entregando, con bueyes la lleva Jorge Félix a la feria de Taguasco.
“No se ha perdido ni se va a perder la finca, esa es la huella de Marrero; también un hermano mío siembra tabaco con nosotros. Los muchachos aprendieron bien las lecciones del padre, a lo mejor les falta un poquito para estar a su altura, pero trabajan mucho, es la verdad; bueno, Mima estará guapeando hasta que viva”.
ME QUEDÉ CON LAS VIANDAS
Aunque la cría de carneros parece reinar entre sus gustos, a la hora de repartir los encargos de la finca Jorge Félix Marrero Oliva hizo un pacto con los cultivos varios; no es que se pasara con fichas con el tabaco y la ganadería, sino que prefirió una arista en la que también se siente como pez en el agua cuando su vida marca el medio siglo.
“A mí lo que me gusta es el tabaco, pero mi papá también cultivó yuca, plátano boniato… y me fui por ahí; Raudel está más en el tabaco y el ganado. Todavía me guío por el librito de Marrero, fue la enseñanza que tuvimos; en el boniato siembro el copa roja, que le gustaba más a él. No dejaremos de sembrar”, recalca el productor.
Nada de dar espacio al marabú y otras malezas, en el manejo y explotación de los suelos se revela otro cuño de la continuidad. “Aquí siempre distinguieron tres cosas: el ganado, el tabaco y las viandas, nada ha decaído, lo que te cuento no es palabrería, ahí está todo, venga cualquier día y compruebe, la intención es llevar la finca a más desarrollo”, confirma.
Si un sello propio tuvo siempre ese pedazo de suelo taguasquense, arrimado al camino, casi llegando a Santa Rosa, fue la inviolable entrega de las producciones al Estado; compromiso mezclado con el autocontrol, al extremo de que se plasmaban en una libreta los litros de leche que se enviaban a la industria láctea los 365 del año.
La ruta del compromiso tampoco se ha extraviado en la finca Tres Hermanas. “Eso es inviolable, vamos todas las semanas a la feria con una yunta de bueyes y la carreta para llevar comida. Mi papá nunca desvió la producción, siempre la puso en manos del estado, nosotros caminamos por ahí también”, confirma.
Casi terminaba el dialogo y Jorge Félix mantenía callado otro de sus desvelos de productor: la cría de carneros, un rebaño que heredó; pero él, más que mantener la línea, la ha multiplicado.
“La cría de carneros estaba de antes, ahora he desarrollado la que llaman indio pelo buey. Tengo como 120 carneros; a lo mejor en eso ya he pasado un poquito al maestro, aunque mi papá nos dejó alta la varilla. Es verdad que no hay recursos, los precios son duros, pero en la tierra lo que hace falta es el interés del hombre en sembrar y producir.
“Aquí todo ha seguido igual, hasta Mima sigue anotando en la libreta la leche que se entrega diaria. Mi papá nunca dejó la tierra para irse al pueblo, nosotros tampoco haremos eso. Marrero creó una familia muy unida; seguimos con Mima, también tiene experiencia y le hacemos caso, por eso estamos aquí”, sentencia Jorge Félix.
GANADERO DE CUNA
Casi se crió entre las patas del ganado, una actividad preferida por el productor paterno, por eso nada raro tiene que Raudel Marrero Oliva lleve esa pasión en la sangre. Con 39 años tiene herramientas para codearse entre encumbrados cosecheros y, en materia de tabaco, se advierte que es un alumno conocedor de la vega. Pero cuando habla del potrero, se regocija.
“Aquí siempre ha existido la ganadería, mi papá la defendía con la vida, lo que he hecho es darle continuidad y desarrollo. Hoy tengo 27 vacas de ganado sardo racial, un patio que iniciamos en el 2018, animal muy lechero, fuerte para la seca. Ya le hemos vendido novillas a medio Sancti Spíritus y a otras provincias también; el ganado es lo que más me ha gustado”, dice y se queda pensando, como si buscara otros recuerdos en las memorias del aprendizaje familiar.
Entonces, saca otra confesión de sus entrañas. “Cuando uno nace, se cría en el campo, le tiene amor a las cosas, no se debe abandonar lo que se inició; todo esto fue el sueño de mi padre, lo menos que podemos hacer es seguir su ejemplo, andar por el surco de él”.
Por más que el diálogo busca desentrañar la huella actual de los hermanos Marero Oliva, ellos prefieren volver a la raíz, tal vez lo más lógico para explicar el arraigo campesino que les corre por la sangre.
“A mi papá le atraía todo del campo; claro, el tabaco era la vida de él. Lo único que no le gustaba era lo mal hecho. Me siento ganadero, pero este año sembré tabaco sol en palo, una vega muy buena, en unos días empiezo a cortar la capadura”, dice y se queda mirando el aposento, como si quisiera decir: Viejo, saqué la vega adelante”.
Más que heredar tierras y propiedades, en los predios de la familia Marero Oliva no tiene espacio el incumplimiento de las producciones. “Eso sería vergonzoso —acota Raudel—. El año pasado cumplí el plan de leche y aporté por encima; en estos cuatro meses ha sido igual. Aquí, si un día se deja de entregar leche es porque el río crece y no nos deja pasar para Taguasco; les aseguramos comida y agua a las vacas, las ordeño yo y tengo un acarreador, eso no falla”, expresa.
“Nosotros todos los días nos acordamos de Marrero”, revela Raudel. Respira, se toca el sombrero y retoma la idea. “Cada vez que voy a hacer algo me acuerdo de él; por ejemplo, él decía: ‘desbotonar el tabaco en caja’, cuando casi no se ve el botón, hay que cogerlo con la uña. Ver un tabaco florecido, eso era veneno para él; este año lo hice, y me dio resultado. Lo que se aprende con un maestro como mi papá no se olvida, tenemos grabadas las enseñanzas”, asevera Raudel Marrero.
Avanza la mañana y el campesino ganadero tiene por delante encomiendas inaplazables, como esa de ir a cortarle caña a los animales, pensando ya en el ordeño de mañana; en el epílogo del diálogo dibuja su futuro.
“Nunca he pensado irme para el pueblo, es tradición del campesino no abandonar la finca, lo de uno. Es muy rico sentarte por las tardes en el portal de la casa y ver una puerca parida, una gallina sacada, las vacas comiendo en el potrero, ver el toro padre… Junto a mi familia, esa es mi vida, no sería feliz si dejo de ver todos los días ese paisaje”.
#AnapCuba, la estirpe Guajira de éstos campesinos, caracteriza los campos de la tierra del Yayabo. En el marco de las actividades por el 65 Aniversario de la Ley de Reforma Agraria y 63 de la ANAP, los felicitamos.