Nunca antes el mes de diciembre había sido tan rebelde como aquel de 1958. Porque lo dictaba la ofensiva guerrillera desatada por las fuerzas del Ejército Rebelde, al mando de Fidel, contra la dictadura batistiana, poco a poco la libertad bajó de las montañas; poco a poco en pueblos y ciudades la bandera cubana salió a ondear en balcones y fachadas de las casas. Por fin, ondeaba la Revolución en las calles.
En aquel enero de 1959, los guerrilleros, con el alma mambisa tatuada en el pecho, sí entraron a Santiago de Cuba. Lo advertía Fidel en memorable discurso, frente a los miles de cubanos y cubanas concentradas en el parque Céspedes.
Fidel no había volteado las páginas de la historia. Sabía de la indignación del Mayor General Calixto García y del resto del Ejército Libertador, a quienes el General estadounidense Shafter les impidió que hicieran uso del derecho, ganado a machete, de entrar a Santiago de Cuba en julio de 1898, después de 30 años de pelea contra el colonialismo español.
En enero de 1959, el Gobierno de Estados Unidos deliraba, soñaba. Cuba continuaba siendo la fruta, que no acababa de madurar. En consecuencia, tramó más de un golpe bajo al ver que la Revolución amanecía en cada pedazo de la isla. Estratega como el que más, Fidel llamó a la huelga general; al final, acción demoledora contra toda intentona de golpe de Estado. Sobre esas verdades alertó el primero de enero de 1959, desde el balcón del entonces Ayuntamiento de Santiago de Cuba.
Horas después, el 2 de enero Fidel y su Caravana de la Libertad partieron de la heroica ciudad con destino a La Habana. Y en el trayecto, el líder plantó una tribuna, donde le resultó posible. Su voz ya no fue tan límpida por tanta voz lanzada al aire, por tanta explicación. Al pueblo había que decirle la verdad: hacer la Revolución no era un frotarse las manos y punto.
Con otras palabras, se lo esclareció a los espirituanos, en la madrugada del 6 de enero desde uno de los balcones de la otrora Sociedad de Instrucción y Recreo El Progreso. A la vuelta de 65 años, la realidad certifica el presagio, la certeza del Guerrillero del tiempo.
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