Cuando se estudia la historia en general y en particular la de Cuba nos percatamos de que hay sucesos o situaciones que superan la ficción. En muchas ocasiones lo real limita con lo novelesco e insólito. Esto fue lo que sucedió con los restos fúnebres de quienes fueran dos de los revolucionarios más recordados de su tiempo: Antonio Guiteras Holmes y el venezolano Carlos Aponte.
Guiteras fue de esos jóvenes revolucionarios que, a pesar de su corta vida, marcó los destinos de una generación de cubanos. Sobresale en la nómina de los antiimperialistas más destacados de su tiempo y entre las principales figuras de la Revolución de los años 30. Su temprana muerte para nada interrumpiría su quehacer político, que bien supieron continuar los más fieles seguidores de sus ideas y principios.
En una ocasión Pablo de la Torriente Brau diría: “Ningún héroe es verdadero si no es más grande en la muerte que en la vida, si no queda más vivo que nunca después de su muerte”; palabras que se aplican cabalmente a la figura de Guiteras. El hombre que había dejado bien claro en El Combate del Morrillo, en mayo de 1935: “Yo no me dejo coger vivo”.
Había caído el Gobierno de los Cien Días y Antonio Guiteras, junto a su amigo el venezolano Carlos Aponte, esperaba con su partida de Cuba reiniciar la lucha con una concepción estratégica más acabada. La idea era convocar a un congreso de partidos y organizaciones de izquierda de las Américas para emprender una verdadera revolución. No solo una revolución en Cuba, sino también donde quiera que existieran condiciones para ello, plan que en esencia nunca se pudo concretar ya que ambos líderes no pudieron sobrevivir al cerco que le tendieron en el fortín de El Morillo, antes de zarpar en el yate Amelia encargado de trasladarlos hasta México.
Los sucesos relacionados con el combate que le puso fin a la vida tanto de Guiteras como de Aponte han sido analizados con mayor o menor profundidad por sus principales biógrafos. Sin embargo, resalta en especial dentro de estos acercamientos el que realiza José A. Tabares del Real en su obra Guiteras. El autor, que para muchos realizó una de las mejores biografías escritas sobre Guiteras hasta el presente, hizo un relato minucioso de los días finales del joven revolucionario junto a sus compañeros de lucha que lo secundaron y el propio Carlos Aponte.
En el Morrillo, lugar seleccionado por Guiteras y Aponte para su salida del país, fue construido un pequeño castillo con el fin de desanimar a los corsarios y piratas que andaban por la costa norte de la isla en tiempos de la Colonia. Levantado en la margen oeste de la desembocadura del río Canímar, demoró seis días en construirse y con él se completó el sistema defensivo de la capital matancera compuesta por otras edificaciones.
Tony, como cariñosamente le decían sus más cercanos, junto con otros tantos seguidores de Joven Cuba fueron objeto de una delación por parte de Carmelo González, capitán de la policía que supuestamente iba a apoyar a ambos revolucionarios en sus planes.
Señala el investigador José A. Tabares que los fugitivos hubieron de emprender la marcha e internarse en un claro de una manigua. Guiteras se rezagó y además resultó herido; aun cuando Conchita Valdivieso —una de sus acompañantes— gritó pidiendo auxilio, solo pudieron continuar caminando para tratar de romper el cerco el propio Guiteras, Aponte, Paulino y Crespo Tamayo.
El encuentro con el enemigo se hizo inminente, a pesar de los intentos por persuadirlo; ante la convicción de Tony y su amigo venezolano de morir antes que rendirse, no demoró en que llegaran las balas que les arrebataran sus respectivas vidas. Guiteras recibió un balazo en el pecho que le destrozó el corazón, mientras otro disparo atravesó la cabeza de Aponte.
Los esbirros, regocijados de alegría, recogieron ambos cadáveres y en una barca los llevaron a la ciudad para depositarlos desnudos en el frío mármol del necrocomio. Un médico forense hizo las autopsias y expidió los certificados de defunción. A la mañana siguiente las radioemisoras se dieron a la tarea de difundir la noticia y enterar al pueblo de lo sucedido. Por su parte, los esbirros de la tiranía tenían como propósito enterrar a ambos líderes en una fosa común, hecho que no se consumó debido a la presión que ejercieron los más cercanos familiares de Guiteras, entre los que se encontraban su madre Marie Theresse Holmes, Calixta, la hermana y Dalia Rodríguez, quien había sido su esposa. Finalmente, se les permitió darles sepultura en el panteón de la familia, en el cementerio de Matanzas.
El entierro se realizó en horas de la noche, con el cementerio repleto de policías y militares, quienes impedían al pueblo acercarse y entrar al lugar. No se permitió, de hecho, la celebración de ceremonia alguna y el encargado de despedir el duelo fue Adalberto Morillas con breves y emocionadas palabras.
La inusual historia que devino después de estos sucesos con los restos mortales de Guiteras y de su compañero de lucha, luego de su trágica muerte, complementa el final de la más serie determinación política que vivía la Cuba de esos años: la Revolución del 30.
Ningún periódico de la época reprodujo las palabras con las que se despidió el duelo. No fue hasta el 6 de octubre de 1946 que la revista Bohemia publicara el artículo La muerte de Guiteras, del periodista Jorge Quintana, que hacía alusión al testimonio del propio Morilla, quien recordó el memorable hecho.
La tumba pronto se convertiría en un lugar de continuas visitas y peregrinación para muchos revolucionarios y seguidores de sus ideas. No obstante, el destino se opuso a que los restos de Guiteras y Aponte tuvieran el descanso definitivo en aquel lugar.
Algo insólito ocurriría en 1937: dichos restos fueron retirados de sus respectivas tumbas por parte de un antiguo compañero de Guiteras, José María García, ante el temor creciente de que los mismos fueran profanados por los esbirros. El Viejo García, como también era conocido, se los llevó en el más absoluto silencio. Se dice que junto a García había otro compañero cuyo nombre nunca fue revelado y entre ambos pudieron burlar a los sepultureros para sacar los restos de Aponte y Guiteras en dos sacos. De esta forma, fueron llevados a La Habana y, una vez preparados adecuadamente, García los colocó en una caja de zinc sellada. En un primer momento estuvieron en la barriada de Luyanó y luego fueron sepultados en el sótano de una casa de Marianao; mientras en el cementerio de Matanzas el pueblo continuaba rindiéndole homenaje.
No fue hasta el 8 de mayo de 1945, a 10 años de la muerte de los combatientes, que se hizo público que los restos no estaban en sus tumbas, debido a la iniciativa de la construcción de un monumento convocado por la Sociedad Pro-Panteón de Antonio Guiteras. La prensa, como era lógico, se encargó de divulgarlo aclarando que se desconocía su paradero.
Las especulaciones fueron diversas entre la población en general y en algunos casos los rumores iban desde evitar una manipulación política por parte del gobierno de Ramón Grau San Martín hasta impedir un supuesto proyecto memorial en que unieran los restos de ambos héroes con los del político trotskista Sandalio Junco, quien había sido asesinado en circunstancias no del todo esclarecidas.
A pesar de que las tumbas de Guiteras y Aponte en Matanzas continuaba vacías, seguía siendo el lugar de peregrinación de aquellos revolucionarios fieles a su memoria y recibía igualmente continuas visitas de los antibatistianos. También fue escenario de mítines como el que se produjo poco después de Fulgencio Batista tomar el poder a través del golpe de estado militar el 10 de marzo de 1952.
Según la profesora Concepción Díaz Marrero, en su artículo publicado en el undécimo volumen de Voces de la República, Las tumbas vacías de Guiteras y de Aponte, no fue hasta 1968 que de nuevo se retoma en la palestra pública la necesidad de encontrar los restos de ambos combatientes. Ya para esa fecha los funcionarios del gobierno revolucionario tenían referencia de que los mismos se encontraban en poder de José María García por lo que su localización resultó eminente. En definitiva, los restos fueron entregados por el Viejo García el 26 de febrero de 1970. Para ese entonces contaba con la edad de 83 años y en el propio acto de entrega expresó: “Doy a la Revolución a mis compañeros de 32 años”.
En este solemne acto estuvieron presentes el entonces ministro de Relaciones Exteriores doctor Raúl Roa y el otrora ministro de Comunicaciones, Jesús Montané. En el despacho de Roa, lugar de la ceremonia, se encontraban además el comandante de la Revolución Jorge Serguera, el capitán Carlos Chaín, viceministro de Relaciones Exteriores y Jesús Hernández, director de la revista Moncada.
Hasta el momento, los restos habían permanecido en la casa situada en la calle 61 No. 9607 entre 96 y 98, en el Municipio de Marianao. García para aquel entonces no vivía en dicha casa, pero en el sótano de la misma se había mantenido escondida la caja de zinc sellada, a través de una falsa pared.
Con este acto al fin podía darse el merecido reconocimiento a los combatientes y el 8 de mayo de 1975 fue inaugurado el Memorial de El Morrillo. Las urnas que contenían los restos de Guiteras y Aponte fueron trasladadas desde el Museo de la Revolución hasta la explanada de La Puntay, luego, un helicóptero las llevó a la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de Matanzas. De allí partió una peregrinación hacia el sitio donde reposarían finalmente. De este modo, quedaría finalizado uno de los más extraños episodios registrados en la historia de Cuba.
El 8 de mayo de 1975 fue inaugurado el Memorial de El Morrillo donde reposan los restos de Guiteras y Aponte.
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