Iderico, bondad, honor y cascabel

Reconocido por su faceta de danzonero, su alegría y bondad, Iderico Gerabel, también fundador del Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos, deja tras su deceso una lección de honor y de perseverancia

En 2022 acudió entre los primeros a votar por el nuevo Código de las Familias y ofreció declaraciones para Escambray. (Foto: Delia Proenza/ Escambray)

Esta crónica se ha armado muchas veces, cada vez de manera diferente. El día en que pretendía plasmarla en un texto escrito sobrevino el colapso del sistema electroenergético nacional. Hacía exactamente 48 horas que él había exhalado su último suspiro, aunque en el barrio se le extraña desde entonces como si hiciera un año. 

Iderico Gerabel Rodríguez era el vecino a quien primero veía al despertar. Cuando abría la puerta de mi balcón ya él estaba de vuelta de sus primeras gestiones mañaneras y podía verle allí, en su balance junto a la puerta, desde donde me saludaba, cordial. 

No era un vecino cualquiera. Era el más respetado y querido de todos. Ajeno a odios, rencores, quejas y malas vibras, llamaba la atención por su jovialidad constante, por esa risa suya, tan sana y alegre que parecía un cascabel, el cascabel de la calle San Ciriaco, de tan solo una cuadra, y de cuanta calle haya sentido sus pasos en el ir y venir cotidiano, repartiendo adioses y buen humor. 

Iderico cantaba cuando estaba feliz, cuando celebraba algo y se tomaba unos tragos. Nunca se ponía bravo ni molestaba a nadie, porque era amigo de la concordia y el diálogo, del consejo directo. El pasado 18 de agosto celebró sus 97 años, no como tiempo atrás, cuando se cerró la cuadra para dar paso al festejo, pero lo hizo en grande. 

Dicen que disfrutó la vida, que bailó danzón a más no poder (lo vi salir muchas veces elegantemente vestido para tales ocasiones) y que nunca se dejó poner un pie encima. Porque riquezas materiales no tuvo muchas, pero sí le sobraban la honradez y el amor a una familia muy numerosa por la que veló personalmente hasta el último minuto en que estuvo consciente. No hubo nunca en su casa autoridad mayor, y la hacía valer sin apenas alzar la voz.

El pasado 18 de agosto Iderico celebró su cumpleaños 97 junto a su nieta Anay Gerabel y otros familiares. (Foto: Facebook)

Sabía imponer respeto y a la vez respetar. Sin andar presumiendo de bondad, ayudaba a muchos. De eso pueden dar fe los mismos que, sin mediar convocatoria, salieron (salimos) a la calle para compartir, consternados, la pena. Reunidos en un grupo numeroso, desde el más joven hasta el más viejo lloró en silencio al vecino, quien no solía andar de casa en casa, pero se hacía sentir por su carisma.

He pensado mucho después en esa reacción, y es que Iderico no fue un anciano arrinconado, sino uno vital, enérgico y optimista que no se dejó rendir por contratiempo alguno, ni siquiera en los peores tiempos de la covid. Dicen que un virus de esos que circulan ahora se ensañó con él, le descompensó el organismo y, tras sorprenderlo en plena calle, durante una de sus andanzas, lo tiró contra las cuerdas. Una semana después se lo llevó, no sin que él diera batalla. 

He sabido que el hospital donde Iderico abandonó el mundo de los vivos fue otrora su centro de trabajo y allí se jubiló. Que figura entre los fundadores del “Camilo Cienfuegos”, después de laborar muchos años en el viejo hospital de antes. Que en su calidad de trabajador de mantenimiento arregló de todo, incluso las calderas donde se genera el vapor para cada actividad vital que se desarrolla allí, en aras de salvar vidas. Que trasladó nadie sabe cuántos balones de oxígeno hasta la cama misma de los enfermos. Que cargó no se sabe a cuántos coterráneos luego de fallecer, en medio de un respeto que para él era ley. 

Al frente de una familia muy numerosa, Iderico no se rindió ante adversidad alguna y mantuvo siempre su llamativa sonrisa. (Foto: Facebook)

Iderico no está. Su familia, marcada por la discapacidad de más de uno de sus miembros, quedó sin timonel. Mercedes Rodríguez Dartayet perdió a un confidente; Mireyda Martín, Elianette Rodríguez y los demás, quedamos huérfanos del patriarca no declarado, pero sentido; Anay perdió al abuelo que le dio su apellido y la educó como un padre, aún sin tener él mismo escolaridad, pero más decente y educado que muchos con estudios de diversa índole.

Cuentan que poco antes del sepelio, aunque por lo bajo, sonó un danzón en la funeraria espirituana. Y hubo ron en medio de la tristeza. Y mucha gratitud. A Iderico habrá que recordarle así, porque la suya fue una lección de perseverancia, nobleza, alegría y buena fe a lo largo de casi un siglo. 

Abro mi balcón y ya no puedo verlo en su balance de siempre. No escucharé más su risa cascabelera, que me hacía sonreír dentro de casa o al pasar, al escucharla. Hago entonces una búsqueda en la página digital de mi periódico y releo sus palabras en septiembre de 2022, cuando votó entre los primeros para que se aprobara el nuevo Código de las Familias. Y veo la foto con la bandera que colocó en su puerta poco después de que el Presidente de Cuba hablara al pueblo en aquel turbulento 11 de julio, un año antes. 

Vecinos como Iderico no abundan por ahí. Sus viejas piernas suplieron las mías cuando, tiempo atrás, no pude desplazarme durante semanas a buscar los mandados en la bodega y él me los alcanzó hasta la escalera. Como yo, otros tienen historias sobre él qué contar.

Ahora que concreto este homenaje me viene a la memoria, como siempre que pierdo a alguien cercano, una canción de Vladímir Vysotsky. Va dedicada al compañero de trinchera fallecido durante la guerra y dice más o menos así: 

“¿Por qué todo está mal? Pareciera que es igual que antes: el mismo cielo, nuevamente azul; el mismo bosque, el mismo aire, la misma agua; solo que él no regresó de la batalla”. 

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza

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