Sorprende por su juventud, pero trabaja la madera como el más curtido de los ebanistas. José Miguel Rodríguez Cadalso tiene su casa y su galería-taller en Trinidad. En la calle Cristo, a solo unos pasos de la Plaza Mayor, este artista realiza a mano hermosas obras, tanto en ediciones limitadas como piezas únicas
Sus creaciones transmiten autenticidad, sentimiento y precisión, cualidades que lo han acompañado en su carrera como artesano. Fue en la Escuela de Oficios de Restauración Fernando Aguado Rico donde realizó, como carpintero, los primeros trabajos con este noble material.
Recién egresado, con apenas 17 años, le propusieron restaurar los altares de la Iglesia Santísima Trinidad.Un encargo demasiado grande, pensaron algunos. Mas, el joven imberbe no se intimidó por tamaño desafío. Humildad y Paciencia fue el primero. Y han sido precisamente estos sus escudos para encontrar la inspiración que lo convirtió en artista.
“Recuperé muchas de las piezas que estaban perdidas. Esta me dio la confirmación de mis habilidades más allá de un simple carpintero; yo creo que recibí un don y he tratado de plasmarlo en las obras confeccionadas desde entonces”.
La confirmación de su talento como ebanista llegó en el año 2012 con el Premio por la Creatividad y la Excelencia de la Artesanía Cubana en un evento internacional en Pabexpo. El abanico y la cuna mecedora o moisés que llevó a la Habana asombraron por el derroche de creatividad que impregna a cada uno de sus diseños.
Otra idea comenzó a entusiasmarlo, confeccionar el abanico más grade de su creación. Elaboró sus propias plantillas en las que combina elementos de la arquitectura de la ciudad, detalles religiosos y hasta de su inspiración personal. Preparar cada pieza, conformar la talla, calarlo, darle la terminación… Todo un ejercicio de constancia y virtuosismo.
“Recreo los motivos del balcón del museo de Arqueología, decoraciones de pinturas murales, representación del tejido en fibra, elementos de hierro fundido y adornos florales seleccionados del Altar Mayor de la iglesia.
“Son cerca de 5 500 agujeros en todos sus pliegues. Es la pieza que más tiempo me ha tomado, 26 meses y dos semanas. Y, aunque pesa más de 8 libras, se puede abrir y cerrar como un abanico original”.
Y resultó precisamente esa obra la pieza representativa de la creatividad trinitaria, la cual aparece en el reconocimiento otorgado por la Unesco a la ciudad el 31 de octubre de 2019. No pudo imaginar que la idea que nació de su fortuito encuentro con un antiguo abanico de metal sería su sello por excelencia.
Colgado en una de las paredes del hogar, el abanico se muestra en todo su esplendor. “Han intentado comprarlo varias veces, pero no podría venderlo. Ya no es solo mío, es un patrimonio de la ciudad y un legado que le dejo. Quiero que mi casa sea un museo más”.
Candelabros, costureros, mesas esquineras, crucifijos, relojes de madera, joyeros y jaulas pajareras conforman una amplia familia de piezas que rozan la perfección. Cada uno de sus detalles suman belleza e identidad.
Otro de los atractivos que encuentra en la madera es que lo considera un material tan cambiante y vivo. Sin embargo, José Miguel es también un coleccionista empedernido de piezas de hierro fundido y de cerámica.
Clavos, bisagras, instrumentos de trabajo, argollas, tejas criollas, vasijas de cerámica, columnas de madera, balaustradas… todo tiene un lugar en este santuario al arte y la tradición que José Miguel ha construido con inteligencia y pasión.
“Todos estos hallazgos cuentan parte de la historia de la localidad y los muestro con tremendo orgullo. Desde niño colecciono piezas; unas las he buscado, otras las he encontrado y algunas he tenido que esperar a que el tiempo las ponga en mis manos, pero están aquí y son parte de mis tesoros.
“No están en una vitrina. Las personas las pueden tocar y conocer la historia de Trinidad, sentir el sonido de la época…; es como un viaje al pasado”.
El respeto que José Miguel Rodríguez Cadalso siente por la madera, su exquisitez y destreza, hacen nacer de sus manos piezas únicas. Sus creaciones —quién lo duda— poseen alma y hacen que sonría también la de quien las contempla.
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