Siguiendo el precepto de que «la diversidad de las letras no está en la diversidad de las figuras», sino «en la diversidad de la pronunciación», Antonio Nebrija propuso en su Gramática de la lengua castellana (1492) que las combinaciones ch y ll se distinguieran de las letras c y l, adoptando nombres particulares según su «son» o «fuerza», es decir, de acuerdo con sus sonidos respectivos.
En la segunda edición de la Ortografía de la lengua castellana, en 1754, la RAE hizo suya la idea de Nebrija: estableció el estatus de ch y ll como letras, considerando que sin ellas estaba «defectuoso el abededario», y les reconoció un nombre, che y elle.
Hubo que esperar, sin embargo, a la cuarta edición del Diccionario de la lengua castellana, en 1803, para que el hecho tuviese verdadera repercusión en la lexicografía académica: desde ese año y hasta la vigesimoprimera edición del mataburro, la de 1992 —durante casi dos centurias—, las palabras que comenzaban con ch se ordenaron aparte de la c, mientras que las voces con ll inicial lo hicieron separadas de las que empezaban con l.
La voz elle, sustantivo femenino, por cuanto se refería al nombre de una letra, entró al Diccionario académico en el propio año 1803. El sustantivo che, femenino por igual razón, apareció en la nómina del repertorio un poco más tarde, en 1822.
Pero, a raíz del X Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, celebrado en 1994, la suerte de ch y ll cambia. Las obras académicas del presente siglo abandonan el criterio de Nebrija y retoman el que la RAE había asumido en la primera Ortografía y en su labor lexicográfica del XVIII. La ch y la ll dejan de entenderse como letras, «unidades mínimas distintivas del sistema gráfico, con independencia de que representen o no por sí solas una unidad del sistema fonológico».
Conceptuadas como dígrafos —es decir, combinaciones de dos grafemas o letras—, ch y ll se eliminan del alfabeto y las palabras que comienzan con ellas se ordenan en los diccionarios dentro de la c y la l. No cambian su género, sin embargo, los vocablos che y elle. Siguen siendo femeninos, aun cuando aludan a dígrafo, sustantivo masculino: el dígrafo che, pero la che; el dígrafo elle, pero la elle.
Los nombres che y elle resultan más convenientes para quienes aprenden a leer y a escribir que ce hache y doble ele, utilizados por muchos maestros primarios cubanos, aun en la actualidad. Y no porque sean che y elle los únicos que la norma académica refrenda, sino porque mientras ce hache y doble ele reflejan la composición gráfica de la secuencia, che y elle son voces fonéticas, expresan los sonidos que representan.
No obstante, creo que, siquiera en los diccionarios de la variedad cubana del español, debieran figurar las dicciones ce hache —o cehache, como se prefiera— y doble ele, toda vez que son de amplio uso, y lo seguirán siendo si tales nombres persisten en la práctica educativa, fuente principal de donde se adquieren.
La denominación doble ele es una etiqueta de carácter descriptivo similar a otras que la Ortografía y el Diccionario académicos respaldan: doble erre ~ erre doble, para el dígrafo rr; doble uve ~ uve doble y doble ve ~ ve doble, para el grafema w; be alta ~ be grande ~ be larga (además de be),para la letra b; y ve baja ~ ve chica o chiquita ~ ve corta (además de uve y ve) para la v.
La forma ce hache o cehache es un tanto diferente, aunque su valor es también descriptivo. Se obtiene por deletreo, procedimiento que en español solo admiten las abreviaciones gráficas, señaladamente las siglas prototípicas (CDR, MLC, ONG…) y alguna que otra abreviatura, como a. m. y p. m. Pero ello tampoco debe constituir impedimento para su registro lexicográfico, por cuanto se trata de una unidad léxica, una expresión plenamente lexicalizada, al menos en Cuba.
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