Julio César La Cruz, el bicampeón olímpico, perdió e incrustó su nombre en la noticia de este domingo.
No la buena noticia que esperaba Cuba y buena parte del mundo, pero de eso se trata cuando la derrota le toca a hombres de su abolengo.
No es el primer campeón olímpico o mundial que se va de París en su primera presentación. Nada, ni siquiera esa derrota en un pleito cerrado, borrará su encumbrada carrera donde además de los dos títulos olímpicos, se exhiben cinco mundiales y un sinfín de oros panamericanos, centroamericanos y la faja internacional de la división supercrucero de la Asociación Mundial de Boxeo, que mide a púgiles profesionales.
Pero perdió y hay que asimilar la derrota en lo que es, porque de eso se trata el deporte, aunque parezca que se haya derrumbado el mundo, por tratarse de uno de los títulos casi seguros para la delegación antillana.
Julio César perdió sobre el ring en un pleito cerrado en el que tres de los cinco jueces vieron en su contra. Perdió con el mismo estilo con que ha ganado todas las medallas descritas ya. Pudo ser el exceso de confianza por tratarse de su primera pelea, pudo ser que tiró menos que otras veces porque a golpear más lo mandó su esquina cuando ganó dividido el primer asalto 4-1
Y pudo ser también la calidad de su rival. Nada puede cegarnos hasta el punto de no ver que el cubano azerbaiyano Loren Berto Alfonso hizo un poquito más por el triunfo en una pelea donde no tenía nada que perder, inspirado como estaba en el día de su cumpleaños.
No se trata tampoco de un improvisado. Aunque su vitrina es menos suculenta que la de Julio César, ya tiene en su aval un bronce olímpico en Tokío y actual campeón mundial de los 86 kilos, bajo la bandera de Azerbaiyán. Y ganó con el mismo estilo de Julio César, su ídolo desde pequeño, como lo reconoció después. Lo logró bajo la égida de otro cubano como Pedro Roque que entrenó muchos años a los mejores púgiles antillanos y por eso le sabe santo y seña a todos
Perdió el capitán de la nave cubana de boxeo y abanderado de París, el ícono del deporte cubano. Cuba está triste, tiene derecho a estarlo aunque le diga mil veces que vuelva a levantarse como le ha pasado otras pocas veces.
Y cuando el árbitro levantó la mano de Loren, Cuba lamentó la derrota, mas aplaudió al verdadero ganador: el honor y la vergüenza, simbolizados en un abrazo sincero y espontáneo, aunque en el maremoto de repercusiones que levanta un suceso de ese tamaño, algunos hayan manipulado el hecho con malsanos comentarios, ofensas y el maniqueo manejo de las ideologías.
Loren, como otros, se fue un día de su país. Su diferencia estriba en que no todos los deportistas cubanos que se marchado y compiten bajo otra bandera, reconocen a su nación como la cuna formadora de sus éxitos. ´“Todo lo que he conseguido en el boxeo se lo debo a Cuba”, lo dijo a los cuatro vientos y sin asomo de jactancia. Por eso dedicó su victoria “para todo el pueblo cubano, porque también soy cubano”.
Y lo es, por honorable, ético, digno, honesto y respetuoso, por ser embajador de los más regios valores que propugna el deporte. Y dijo más: “Abrazo con mi corazón a todos los cubanos. Cada vez que peleo con cualquier cubano, gane o pierda, siempre voy con el mayor respeto, porque esa fue la escuela que me crío, la que me enseñó, pues llegué a Azerbaiyán ya como un boxeador hecho”.
Hay una línea más allá de las diferencias que se mide con la vara del decoro. Por eso el ganador reconoció a quien para él, sigue “siendo el mejor de todos los tiempos, el mejor de los boxeadores y fue un honor pelear con él”
Ya no podrá Julio César cumplir su sueño de ser tricampeón olímpico, ni tampoco aportará el título o la medalla que Cuba esperaba, pero en medio de la tristeza fue hermoso ese abrazo de banderas y símbolos sobre el ring bajo el cielo de París.
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