Por estos días, hace 135 años, se publicaba el primer número de la revista La Edad de Oro, editada por el señor Dacosta y escrita por José Martí. Dedicada a los niños y las niñas de nuestro continente, superó las expectativas de sus hacedores cuando la concebían “para que los niños de América sepan cómo se vivía antes y se vive hoy, en América y en las demás tierras”.
En las páginas de aquel noble proyecto podemos encontrar de manera concentrada importantes lecciones con enfoque iluminista y enciclopédico en una doble función: instructiva y formativa. Esto le dio a la revista un sello característico que la llevó a trascender su época y la región para convertirse en una obra universal.
La Edad de Oro es una reliquia que provoca diversas sensaciones, en dependencia de la edad a la que se lea: en los niños, inquietud; en los adolescentes, admiración; sapiencia en el adulto y nostalgia en el anciano.
Su contenido garantiza, de hecho, su perdurabilidad, en tanto sus problemáticas no se concentran en una región ni en una etapa histórica, a pesar de que ya en el período en que salieron sus números —de julio a octubre de 1889— Martí se dedicaba cada vez más al proyecto de “la guerra necesaria para la paz digna y libre”.
En todos los trabajos, el Apóstol logró tejer historias pensadas para los niños que debían forjar un futuro de libertad, no solo en el sentido político, sino también en el de la cultura, por lo que Cuba y la independencia no forman parte del núcleo temático de los argumentos ni sus personajes.
En cada número, cada trabajo y cada párrafo el lector, sea cual sea su edad, puede encontrar entretenidos relatos cargados de juicios de valor. Con un lenguaje bello y entendible, Martí hace hincapié en asuntos vitales para la formación de las jóvenes generaciones; pone al niño en una dualidad de opciones que lo hacen tomar partido por sí mismo.
No se le dice al niño cómo debe pensar ni actuar, se le pone ante el oficio de la duda cuando el autor apela a la contraposición entre la muerte del hijo del rey y la del hijo del pastor; entre la muñeca negra y la muñeca blanca; entre la madre que ríe y el viejo que llora…
Con estilo propio, Martí logró encerrar en cada pasaje una enseñanza necesaria que reúne elementos éticos, estéticos, históricos, científicos y humanistas.
La Edad de Oro supera lo informativo-recreativo para convertirse en una imperecedera obra educativa. Con un manejo exquisito de la pedagogía, su redactor logró dejar a las futuras generaciones una herencia con la que aún tenemos deudas en la tarea de formar a las nuevas generaciones.
Es menester que cada sujeto de la actividad social salde su deuda, no solo con esta revista, sino con toda la obra martiana, lo cual tiene que ser cada día menos una consigna para convertirse en un estilo de vida y de trabajo en medio de la posmodernidad irracionalista y globalizada.
El modelo de triunfo que Martí recrea en cada argumento, alejado de la tenencia de objetos y apegado al humanismo real y liberador, necesita ser enarbolado en todos los rincones de esta “edad” de la cibernética y la cosmonáutica, de las bombas inteligentes y la inteligencia artificial.
La Edad de Oro, en su doble sentido: como época histórica y como la edad de la niñez, sigue siendo de un brillo intenso y necesario, como el del preciado metal; sigue siendo una reliquia para todas las edades.
La Edad de Oro, una obra muy interesante que todos los niños debían leer y conocer