Es extraño encontrar alguien, libro en mano, leyendo sentado en un parque o mientras espera un transporte para llegar al trabajo o la casa. Lo común es que entre el 70 y el 80 por ciento de las personas estén frente a la pantalla de su celular o cualquier otro dispositivo que lo conecte con el mundo.
En estos días de Feria del Libro lo normal es que al final se hable de cuántos textos impresos se lograron vender, cuál fue la recaudación financiera por ese concepto, cuántos libros se presentaron y muchas otras estadísticas.
Las cifras son necesarias, aunque cabe preguntarse qué compran los que asisten a la fiesta literaria. Desde hace varios años la tendencia es a que se adquieran obras infantiles, muchos juegos lúdicos que rodean la creación literaria o pura miscelánea, se apuesta más por ello que por la poesía, la narrativa o los libros de historia. Los diccionarios siguen acaparando atención y una búsqueda feroz de los padres, como sucede con las obras de contenido religioso y otras que la publicidad pondera.
El esfuerzo de los libreros es enorme en tiempos en que se han limitado las tiradas y se va empoderando la edición digital. El fenómeno no es cubano, como aseguran algunos; es un camino que siguen todas las editoriales del mundo que ven en la multimedialidad la salida perfecta para la comercialización literaria. No se pueden escatimar opciones, menos vivir ajenos a que tenemos un público nativo digital para nada depreciable.
Hace muy pocos días Ediciones Luminaria anunciaba sus estrategias de conjunto con Claustrofobias y la opción de adquirir las ediciones de sus libros en ese formato por precios asequibles. Estas posibilidades abren una brecha atemperada a los tiempos actuales, a un siglo conquistado por las pasarelas de pago, la Inteligencia Artificial, redes sociales de Internet, videojuegos y mucho más en el fascinante mundo de las tecnologías de la información y la comunicación.
Pero a pesar de todos esos esfuerzos, leer se ha convertido para algunos en una actividad muy poco valorada, particularmente por los jóvenes a quienes les da vergüenza reconocer ante sus amigos que son lectores. No es menos cierto que los grandes lectores han sido considerados como tipos locos, raros, intelectuales en su versión despectiva.
Pedro César Cerrillo Torremocha, de la Universidad de Castilla-La Mancha, reconoce que hoy tendríamos que hablar de dos tipos de lectores: “el lector tradicional”, lector de libros, lector competente, lector literario que, además, se sirve de los nuevos modelos de lectura, como la lectura en Internet, y “el lector nuevo”, fascinado por las nuevas tecnologías, enganchado a la red, que solo lee en ella: información, divulgación, juegos, que se comunica con otros (chatea), pero que no es lector de libros, ni lo ha sido tampoco antes. Es un lector que tiene dificultad para discriminar mensajes y que, en ocasiones, no entiende algunos de ellos.
El escenario es, sin lugar a dudas, complejo, pero no imposible de conquistar. Se vive una época de transiciones tecnológicas, donde la cultura oral va quedando a un lado y, como señala Cerrillo Torremocha, no es reemplazada a tiempo por libros, por relatos escritos y muchos niños quedan expuestos a crecer sin los cuentos.
Las estrategias de comunicación juegan un rol fundamental hoy en la promoción literaria y la celebración de la Feria del Libro no es únicamente una conquista, tiene que ser la gran plataforma que busque el punto medio entre los lectores de hoy, los tradicionales y los digitales. No se trata de vender, sino de seguir compartiendo la cultura desde una visión contemporánea, atemperada al nuevo milenio que corre a toda prisa.
Sobre el tema del hábito de la lectura y sus particularidades en Sancti Spíritus fue publicado el libro «El hábito de la lectura. Una mirada desde Sancti Spíritus» este año por la editorial Feijóo de la Universidad de Las Villas. En el referido texto se aborda de manera amplia las características actuales de esta práctica cultural en el territorio.