La parranda guayense bien vale una misa

A las puertas de su centenario, esta expresión de la cultura popular tradicional tiene el desafío de mantenerse en pie

El fuego es uno de los elementos simbólicos de la parranda. (Fotos: Brian Pereda Alsina)

Prendidos los puros, se inicia el festejo. En ese minuto tanto los fumadores de experiencia como los improvisados desconocen el aroma de la hoja. Solo atinan a encender el tabaco para que la mecha de los voladores arda. Bastan segundos para que se respire la pólvora y las explosiones le añadan colores a la noche.

Durante casi un siglo, este ha sido parte del ritual de lomeros y cantarraneros a cargo de avivar el fuego. Acaso esa suerte de ceremonia cargada de peligro y adrenalina es uno de las tantos legados que en 24 horas dan fe de una confraternización cultural museable.

La parranda guayense presume de su elegancia. Desde 1925 moviliza a practicantes-portadores vestidos de rojo y verde. El acontecimiento de pueblo atrae a comunidades cercanas, salvaguardas de una tradición resentida por las crisis económicas.

En tiempos de limitaciones las carrozas muestran su esplendor.

Chivos y sapos tampoco escapan a un 2024 donde los huracanes no dan tregua. Las limitaciones llegan hasta el cuello a punto de asfixiar. Con un panorama electroenergético complejo y carencias financieras, la parranda va este 23 de noviembre; aunque los 3 millones de pesos divididos a partes iguales para los respectivos bandos ni siquiera alcanzan para cubrir los gastos elementales.

A las puertas del centenario de una festividad, orgullosamente Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, pasarla por alto sería una ofensa a la cultura popular tradicional.

Ya antes, de hecho, decidió postergarse el jolgorio. Mucho se ha debatido sobre lo que representa incumplir con el aplazamiento de la fecha de la parranda. La morosidad en los trabajos y un etcétera de controversias a lo interno figuran entre las causas.

Exprimir al máximo la cuenta de la contribución territorial al presupuesto local ha sido la tabla de salvación para el convite de sendos imperios, regidos por Bulet y Doña Pomposa. Otra vuelta al calendario, los propios protagonistas que invierten sus días y noches para lustrar sobremanera el suceso, deberán poner en práctica alternativas que viabilicen la autogestión de la parranda.

Si en otros poblados fructificaron proyectos de desarrollo local para respaldar parte de los fondos monetarios que puedan cubrir los diseños de vestuario y la ornamentación de las carrozas; estrategias que permitan asegurar lo mínimo de una amplia logística en tiempos tan complejos: ¿qué detiene a Guayos, que en décadas pasada sacó a flote el festejo por la inventiva de los comerciantes y sus barrios?

Esa decisión define la esencia de la parranda.  Con luz larga han de ambicionarse cambios. La identidad está en juego.

Imperdonable sería continuar dejando para mañana lo que puede hacerse hoy. Ello implica planificar cada detalle apenas se estrene el almanaque del año. Organismos y entidades del municipio tienen su cuota de participación. El acompañamiento de palabra y acción evitaría carreras inoportunas.

Los barrios La Loma y Cantarrana experimentan el enfrentamiento cultural desde 1925.

Guayos merece un espectáculo a la altura de una parranda camino a su siglo de esplendor, aun cuando ciertos descontentos opaquen su linaje.  Leonardo Valdivia García, lomero de cuna y Premio Memoria Viva 2024 en la categoría de Personalidad, se alista para ondear la bandera de la tradición que ha agitado por más de tres décadas.

“No podemos fomentar el odio en una tradición, convertida en una guerra campal, y no puede ser. Nos distinguimos entre la comunidades portadoras más importantes del país, así quedó demostrado en el XII Evento Teórico Regional de Parrandas”.

La reflexión de este parrandero hasta las entrañas pone la celebración en un altar, el lugar que le pertenece.

Alexey Mompeller Lorenzo

Texto de Alexey Mompeller Lorenzo

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