Trinidad enmudeció. Su voz más distinguida decidió callar. Y es que hasta su último escenario: el viejo ventanal con mirada a la calle empedrada se hizo demasiado pequeño ante la inmensidad de una artista monumental.
Lo sabía Isabel Béquer Menéndez desde hacía mucho tiempo. Quizá por eso hizo silencio recién cumplidos 90 años poniéndole cara a la vida. Un poco antes había hecho lo mismo con la guitarra que le acompañó hasta el último suspiro en la cabecera de la cama de hierro pintada de azul.
Ahí muy cerca latían parte de sus más queridos recuerdos. Pegados en la pared amarilla encontró siempre el calor de los abrazos con Silvio Rodríguez, Fidel Díaz, Pablo Milanés, Elena Burke, Esther Borja… solo algunos de quienes se declinaron ante cada una de sus interpretaciones nacidas de la misma fuerza de una corriente encrespada.
También allí, en el cuarto de la vivienda vecina de la Casa de la trova, de Trinidad reunió a los amigos, conocidos, incluso a quienes al pasar se dejaron arrastrar por las descargas que tropezaron de frente con varios amaneceres.
Construyó así su historia no la que enmarcan reconocimientos de todo tipo sino la que esculpió unida a la guitarra, al amor por su ciudad a la que jamás olvidó cuando conquistó a otros escenarios alejados del mar Caribe y las montañas de Guamuhaya.
“No puedo estar en otro lugar porque esto es lo mío”, dejó escapar justo desde el ventanal donde accedió a responder en ráfagas algunas preguntas lanzadas un día de visita a Trinidad.
Porque recorrer las calles de la tercera villa, la Plaza mayor, la canchánchara y no pasar por su casona en busca de escuchar alguna canción o cuerda rasgada significaba un desacato a la cultura nacional.
Y no se trata de que Isabel fuese una mujer que vivió de la música. La trova, la mejor de todas la hizo suya. En cada nota encontró las fuerzas, los sostenes para no ponerse de rodillas ante incomprensiones, miradas esquivas.
Aprendió a disfrutar del encanto de un arpegio, de la fidelidad de su perro guardián, de los gatos que en sus últimos años le siguieron al ritmo del bastón, del alivio que siente la garganta cuando por ella cae una bebida seductora… Incluso, sorteó con dignidad los dolores por la fractura de cadera, la causa de la inevitable toma de la cama.
No dudó en que era una pelea desigual con el peso de 90 años. Mas, hasta el final le dio el frente como siempre hizo cuando en sus interpretaciones encontramos a toda una Cuba porque acopla los registros del criollismo al arte universal. Un sello, donde está el ritmo de un corazón inmenso, repleto de sensaciones, sentimientos espiritualidad plena que la convierten en eterna como el arte mismo.
“La Profunda en la calle con su último detalle y su ritmo sinigual. Con una guitarra por la mañana, por la tarde, por la noche, con mi gente de este pueblo que quiero tanto”, confesó en aquel último encuentro sin dejar de pulsar otro regalo para el paisaje donde ella descubrió melodías con el sonido de cada piedra ubicada al frente del viejo ventanal.
Justo así se hizo necesaria para su ciudad y sus vecinos, para casi todo un país, que fatalismos geográficos a un lado, hará suyo en cada buena canción la Profunda voz de Trinidad.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.