No pocas lecciones dejó el paso del huracán por Cuba hace pocas jornadas, cuando el pueblo siguió al pie de la letra las orientaciones de la Defensa Civil y de cada órgano activado para enfrentar y minimizar las afectaciones de eventos de diversa naturaleza, tanto fenómenos hidrometeorológicos como organismos ciclónicos tropicales.
Justamente, luego del tránsito de Rafael por los mares al sur de Cuba, la presidenta del Consejo de Defensa Provincial, Deivy Pérez Martín, transmitió un reconocimiento a los espirituanos por su comportamiento, desde que el Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil decretara la Fase Informativa para nuestro territorio, y hasta que anunció que pasábamos a la normalidad.
Las palabras elogiosas de Pérez Martín distaron de ser mero cumplido. La disciplina de la ciudadanía reinó durante esas horas de tensa espera. Disciplina es sinónimo de tranquilidad; sin duda alguna, esa tranquilidad ciudadana constituye una de nuestras mejores credenciales ante los ojos del mundo.
Contra toda lógica, esa tranquilidad ciudadana molesta; molesta, por su supuesto, a quienes militan en el bando de los que odian y deshacen. Son quienes llevan los genes del anexionismo en la sangre; son ellos los que añoran, deliran por ver a Cuba convertida en otra estrella de la bandera de Estados Unidos. Son ellos los que, precisamente, apelan a las redes sociales para que hagamos añicos, nosotros mismos, esa tranquilidad, esa paz, que llegó con la Revolución.
Esos odiadores, que actúan bajo las órdenes de los billetes verdes —puestos por los contribuyentes estadounidenses—, se aprovechan de cuanta carencia tenemos, y no cesan de instar a que salgamos a las calles a manifestarnos, a crear el caos o, lo mismo, un ambiente de ingobernabilidad, que tanto le conviene a la Casa Blanca. Quienes odian y deshacen suelen llamar por las plataformas digitales a las protestas públicas. Mas, tales exhortaciones no quedan ahí; no les basta con ello, y se desgañitan pidiendo que arremetamos contra los bienes del Estado, contra la propiedad social. Y la pregunta se impone: ¿será sensato que dañemos los recursos y medios que nos pertenecen a todos? El pueblo espirituano y cubano, en general, sabe que estas conductas están previstas y sancionadas en el Código Penal vigente.
No vivimos encerrados en una torre de marfil. Por consiguiente, conocemos qué significa no tener ni tan siquiera un grano de arroz para llevar a la mesa y, en el peor de los casos, no disponer de nada con que cocinar ese grano de arroz, de contar con este, por supuesto. Así ocurrió días atrás, con el nuevo colapso del Sistema Electroenergético Nacional (SEN), provocado por los fuertes vientos y lluvias asociados al huracán Rafael.
Es comprensible que la desconexión del SEN haya generado inquietud, incertidumbre, por los interminables apagones. Tales circunstancias ponen a prueba nuestra capacidad de resiliencia, nuestra confianza en los líderes de la Revolución. Esa resistencia y esa confianza también les molestan a los detractores de nuestro perfectible proyecto político y social, que tiene entre sus tesoros la tranquilidad ciudadana, construida entre muchos y que nadie nos arrebatará.
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