No es nada fácil husmear en los fondos del mar, pero Alexis Alomá Ponce, Chola, tuvo suerte como principiante allá por la década de los años 90, cuando se enroló en el Ferrocemento 41 capitaneado por Eugenio Luján. Era el muchacho más joven, el discípulo de una tripulación con suficiente experiencia.
Tuvo que poner mucho empeño para vencer su tiempo de prueba como alumno. Y es que para el joven aficionado al fútbol adentrarse en el universo marino fue algo totalmente nuevo.
“Nunca, nunca me había familiarizado con el mar, yo vivía en Trinidad; al principio me mareaba, vomitaba bastante, hasta que me fui acostumbrando. Eso es duro, la pesca es a pulmón, tienes que vencer las corrientes, la profundidad, más todo lo que te encuentras”.
Durante 23 años ejerció como buzo en Cayo Bretón, como integrante de la Unidad Empresarial de base Pescasilda. Allí las profundidades de las aguas se aproximan a la longitud de un poste de electricidad: tiburones, mantas, picúas, morenas… lo custodiaban en la captura diaria de la Reina del Caribe. Eran tiempos de mucha producción.
“Levantábamos el pesquero, que es la jaula, lo calzamos y con un chapingorro tratamos de acopiar la mayor cantidad de langosta y vamos depositando en la chalana; cuando tiene más de una caja del crustáceo usamos el chinchorro, que es más rápido”.
¿Por qué ha disminuido tanto la pesca de esa especie?
“Había más langosta, pero había más artes de pesca también, mientras más artes tengas, por supuesto que las capturas son mayores”.
Hace siete años Chola dejó las profundidades. Su tiempo de buzo terminó; la edad y las recomendaciones médicas le impusieron reglas y desde entonces asume el oficio de patrón.
Hoy capitanea el Argus 8, y comparte amaneceres y puestas de sol con hombres que se saben al dedillo los secretos del mar, entre ellos, un aprendiz de buzo: el joven Alián. Las inmersiones de este muchacho llevan la sabiduría bañada de salitre y sol que Chola y su tropa le impregnan en cada lección.
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