Lydia y Clodomira: hablar o morir

Esta es la historia dura de dos legendarias mensajeras revolucionarias con tanto valor que Ventura Novo no pudo con ellas

Clodomira y Lidia. (Foto: Autor no identificado).

Las bajaron al sótano de la estación: Lydia fue empujada con mucha violencia por el esbirro Ariel Lima hasta caerse de bruces y golpearse la cabeza contra un contén, perdiendo todas las fuerzas y, para levantarla, el tipo le dio palos hasta reventarle los ojos; mientras Clodomira se zafó de Caro, otra hiena, yéndole arriba a Lima, arrancándole la camisa, clavándole las uñas en el rostro y cuando Caro se la quitó de encima, le mordió el hombro hasta sacarle sangre, a pesar de lo cual los golpes a palo limpio la inutilizan y cae exhausta.

Eran las fieras de Ventura —Ariel, por ejemplo, fue hecho teniente después traicionar a los revolucionarios, hasta convertirse en torturador y asesino también— quienes deseaban “convencerlas” partiéndoles los huesos y desfigurándoles los rostros para que hablaran sobre el secuestro de la Virgen de Regla, el ajusticiamiento del delator Manolito Sosa y los comandos clandestinos, sin saber con seguridad nada de lo que habían hecho estas mujeres como importantes mensajeras del Ejército Rebelde.   

Pero no hablaron, resistieron las torturas brutales y la soberbia de los asesinos se hizo inmensa. Pensaron que eran las débiles; por eso, cuando el chivato Popeye llevó a la policía al escondite, mataron a todos los hombres que estaban allí de inmediato, sin piedad o miramiento, pero a ellas no, para sacarles información fácil, pero se equivocaron.

DOS MUJERES A PRUEBA

Lydia Esther Doce Sánchez (28 de agosto de 1916) era mensajera del Che y lo siguió hasta que comenzó la invasión, con la idea de reunir con él en Las Villas y Clodomira Acosta Ferrales (1 de febrero de1936) era mensajera de Fidel y de Celia. Las dos estaban separadas por la edad, la personalidad y sus propias experiencias de vida, pero muy parecidas en la decisión, claridad de objetivos, valentía a toda prueba y, sobre todo, lealtad a su gente.

Lydia vivió sin estrecheces hasta los dos años, cuando asesinaron a su padre y después la pobreza fue parte de su vida, incluso cuando se casó en San Germán muy jovencita, porque muy pronto se quedó sola con tres hijos, haciendo lo que se podía para sobrevivir, sobre todo coser y tejer, que de las dos cosas se convirtió en experta, hasta que tuvo que salir hacia Bayamo para buscar mejor trabajo, pero no consiguiendo nada permanente que ayudara a su sostenimiento, aceptó irse y colocarse en La Habana, mientras dejaba a sus hijos al cuidado de una tía.

A pesar de su situación, nunca dejó que nada enturbiara su alegría sonora y risa escandalosa, que su madre reprendía, lo que, sumado a su belleza natural, hacía que su presencia no fuera desapercibida en ningún momento.

Era de esas mujeres que intentan iluminarse desde sí; por eso en la cuartería donde vivía —nada más había una cama, una mesa y el fogón, que muchas veces no se encendió— no faltaba un detalle como una cortinita, unas flores y limpieza en extremo; igual le daba mucho placer cantar a viva voz mientras hacía cualquier labor. Era muy sociable, bullanguera y bailadora por excelencia, aunque le gustara más el vals que el son y el charleston, de moda por entonces; además de darse placer leyendo novelas policiacas y románticas.  

Con posterioridad subió con su hijo Efraín de nuevo a las montañas, a San Pablo de Yao, donde su hermano Alfredo había instalado una panadería, que no por gusto fue centro de los guerrilleros del Che, quien fue convencido de que esta mujer era de armas tomar, estaba decidida a todo y era perfecta para la mensajería de la recién creada Cuarta Columna.

Después Lydia cumplió las misiones más riesgosas, pues llevaba mensajes a Santiago, La Habana, o a donde fuere, y traía no solo recados, sino armas, utensilios para la prensa, todo lo necesario para la vida guerrillera, por lo que se convirtió en la persona en la que más se confiaba para las misiones más secretas y difíciles; pues no solo era instruida e inteligente, sino que su valor y temeridad eran tan imponente que los combatientes varones decían que tenía más coraje que Maceo, y por eso mismo rehuían hacer algo junto a ella, por temor a su audacia.

Clodomira no era menos: campesina de Cayayal, un sitio en las márgenes del río Yara de la Sierra Maestra, en la actual provincia de Granma, fue la tercera de ocho hermanos; nunca estuvo en una escuela, salvo aquella para aprender a aporcar, sembrar, desyerbar y hacer el trabajo más duro, mas con su enorme voluntad que alababa su madre Rosa, se unió a la guerrilla de Fidel en junio de 1957, después de escaparse del régimen, en la misma época que lo había hecho Lydia.

Una mujer tan joven y analfabeta parecía llamada a ser protagonista de sucesos de película, como escaparse de forma espectacular del centro penitenciario “La Presa”, en medio de la confusión después de quemar unas mochilas de los soldados, lugar donde la había encerrado, se dice, el famoso Sánchez Mosquera en persona, después de pelarla al rape, por haber gritado tanto para que no asesinaran a un joven revolucionario, y salvarlo al fin; fuga que le permitió llegar después a las filas rebeldes, donde la acogieron sin reparo.

La intrepidez extraordinaria que mostró una y otra vez en diferentes escenarios fue su marca, como cuando cayó en la trampa donde mataron a Ramón Pando Ferrer y una bala le destruyó el tacón de su zapato, después de lo cual retornó con el tacón a cuestas y con sangre fría al campamento del Directorio Revolucionario.

Desde los primeros momentos fue una mensajera fundamental para la guerrilla, pues su intrepidez, inteligencia, memoria fotográfica, capacidad de observación prodigiosa y sagacidad natural le permitieron pasar muchas veces las líneas enemigas y engañar a la soldadesca para llevar y traer mensajes y medios y cumplir misiones que solo combatientes de altísima confianza y seguridad podían hacer, lo que le valió ser reconocida, admirada y respetada.

Su labor era, sin dudas, la más difícil y arriesgada para una guerrillera, pues viajaba de manera constante para todos lados, incluso la capital, para llevar documentación importantísima, como aquella carta famosa que Fidel envió a Faure Chomón en febrero de 1958, que cubría, asimismo, una misión de reconocimiento de lo que estaba sucediendo en el Escambray, lo que debía hacer una persona con una determinación total, muy astuta y de total confianza y seguridad, y no podía ser otra que Clodomira.

Fidel Castro, Juan Almeida Bosque, Lidia Doce y Celia Sánchez Manduley en el primer frente oriental José Martí, en la Sierra Maestra. (Foto: Instituto de Historia / Sitio Fidel Soldado de las Ideas).

LA CAPTURA

Nunca debieron estar las dos en el edificio de Santa Rita 271, apartamento 11, en el reparto Juanelo del municipio habanero de Regla, pues el mando había dado indicaciones precisas de que no durmieran allí, lo que Lydia contradijo por pura solidaridad con sus muchachos y con la propia Clodomira, cuando las dos tendrían que haberse guarnecido en otras casas de seguridad.

Sin dudas, la verdad histórica es que cayeron en las manos de los asesinos por culpa de una vil delación, pero también que la exagerada confianza de las dos fue causa de la fatal decisión de regresar a esa casa.

El jefe del Movimiento en Regla, Gustavo Más, y el contacto en esa ocasión de las dos revolucionarias, les había dicho que ese apartamento era una ratonera y no tenía seguridad ninguna, insistiendo que la situación ese día en La Habana era muy peligrosa, y por ello era de esperar una persecución acentuada de la policía, por lo que se les ordenó salir de allí, llevando a Lydia a la casa de Mirian Parra, en La Jata, Guanabacoa y ordenándole se quedara allí e indicando que Clodomira durmiera en una casa segura de Miramar; pero las dos rompieron con todo eso, y pagarían muy caro por ese error.

Había sucedido el célebre secuestro de la Virgen de Regla por los combatientes de la clandestinidad y, aunque todo preparado de manera previa, el golpe de efecto para los cuerpos represivos fue demoledor, e igual se había ajusticiado esa misma noche  al chivato Manolo Sosa (El Relojero) —la niña de los ojos de Ventura—, que antes había causado un daño muy grande a las huestes revolucionarias del territorio, así que la jauría estaba suelta, haciendo redadas, capturando a muchos jóvenes sospechosos y sometiéndolos a tortura.

Uno de los relacionados con el secuestro de la Virgen, José Piñón Veguilla, alias Popeye, fue quien no resistió la presión de Ventura, por lo que delató diferentes puntos de reunión, nombres y hasta sirvió él personalmente para tocar la puerta de la casa donde estaban sus compañeros a las cuatro de la madrugada de aquel viernes 12 de septiembre de 1958 para que le abrieran, lo que hicieron de manera natural, con lo que posibilitó la entrada de los sicarios de Ventura Novo.

El asalto fue despiadado y tenía el objetivo de matar a todos los hombres para dar un escarmiento público, y tratar de dejar vivas a las mujeres que serían más fáciles para sacarles toda la información.

En la Masacre de Juanelo ultimaron a Leonardo Valdés, de 23 años; Onelio Dampiel, de 22 años; Reinaldo Cruz, de 21 años y Alberto Álvarez, de 21 años, estos dos últimos justicieros del chivato, los muchachos que tanto quería respaldar Lydia, quienes fueron ametrallados con saña por la policía —Reynaldo recibió 52 balazos—, mientras las dos mujeres, como fieras, se abalanzaron sobre los asesinos, pero eran demasiados y las arrastraron hasta los autos después de darles golpes con todo, trasladándolas a la Oncena Estación, primero, y a la temida Novena el 13, donde se intensificó el calvario.

HABLAR O MORIR

El 14 de septiembre el jefe de servicio de Inteligencia Naval, Julio Laurent, otro monstruo de los que nadie quiere hablar ahora, le preguntó a Ventura en qué situación estaban las detenidas y este le respondió que sus animales le habían dado tanto que la mayor estaba sin conocimiento y la menor tenía la boca destrozada, y solo se le entendían malas palabras, ante lo cual Laurent se las pidió prestada para ver si él, con sus artes, podía convencerlas, y sometió a las dos a todo tipo de torturas y vejámenes, hasta extinguir cualquier duda, sin que las mensajeras dijeran una sola palabra.

Téngase en cuenta que Lydia y Clodomira eran combatientes que tenían el privilegio de conocer tanto lo que sucedía en la Sierra Maestra o en el propio Escambray como múltiples redes de la clandestinidad en La Habana y otras provincias, así que su rendición hubiera sido catastrófica, al menos para el movimiento en la clandestinidad, pues se habrían perdido incontables vidas y aniquilado una enorme cantidad de casas y recursos de guerra.

A pesar de su estoica resistencia, Laurent tenía preparado para ellas una última tortura: decidió que serían desaparecidas si en definitiva no hablaban, pues en el estado en que se encontraban, con sus rostros desfigurados, no podían aparecer muertas en una esquina de la ciudad como era práctica.

El día 15 —algunos autores creen que hasta el 17, pero sin pruebas claras— fueron introducidas en unos sacos de arena, tiradas sin cuidado en una lancha tras el Castillo de La Chorrera, donde tenía él su centro de operaciones, y llevadas al mar, para que el agua salada coronara los últimos dolores, lastimando si era posible más las heridas abiertas, con la esperanza de que las mujeres se dieran cuenta de que estaban a punto de morir, pues las sacaban y metían a intervalos en el agua.

Ante el silencio, rellenaron al fin los sacos con una mezcla de cemento y los dejaron hundir en el mar abierto, para desaparecer a estas guerreras por siempre sin dejar el más mínimo rastro.

Lydia, audaz y valiente criolla de 43 años y Clodomira, 20 años menor, tímida, dulce, muy ágil, inteligente e intrépida como ninguna, se sentían acompañadas, en tanto demostraban un valor inusitado ante sus victimarios, que no sabían qué hacer después de tanta bravura, por lo que se sentían impotentes ante la apuesta de dejar vivas a dos mujeres creyendo que no aguantarían la mitad por lo que muchos hombres suplicaban piedad.

*Profesor de Historia de la Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez y primer vicepresidente de la Unión de Historiadores de Cuba en Sancti Spíritus.

Guillermo Luna Castro*

Texto de Guillermo Luna Castro*

6 comentarios

  1. El artículo está genial porque demuestra lo que pasaba en realidad y desmonta el mito del «democrático» gobierno batistiano que quieren imponer en las Redes.

  2. Nueva propuesta llena de sabiduría y didáctica para hacer llegar una trama muy dura.

  3. Me parece excelente este artículo que vuelve sobre una realidad de ahora se quiere desaparecer. En su contenido, brillante, en tu forma la que debe ser. Gracias por compartir

  4. Mariano P. Álvarez Farfán

    Sustancioso artículo que hace falta de precisión y emotividad y que además de ofrecer conocimientos, toca el corazón de los lectores. Un paso más en la divulgación y defensa de la verdad histórica y el enfrentamiento del desmontaje de la Historia. Excelente y bienvenidos estos trabajos que aportan y ayudan en un momento tan difícil, en el que para muchos se llegó al máximo de sacrificio ¿En qué sería comparable al sacrificio de Lidia y Clodomira? Revisemos la historia, que es uno de los pilares en que debemos apoyarnos para resistir y vencer.

  5. Me sigue pareciendo que Escambray está, con estos artículos, simplemente a otro nivel

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