Hace mucho que no la veía. El tiempo, el implacable, ha dejado huellas en la piel y en el ánimo. Sin embargo, sigue siendo el mismo rostro que me recibió cuando entré a séptimo grado, y el que sonreía sosteniendo mi título de graduación en noveno. Empuja su silla de ruedas, llega hasta mí y me da un beso como si descargara la angustia de no estar frente al pizarrón.
Daniela Castillo Castillo le entregó tanto al magisterio que en su memoria solo atesora recuerdos de cuando se alistó en un Destacamento Pedagógico siendo una adolescente, o cuando asumió las riendas de uno de los preuniversitarios más reconocidos de la zona y más tarde de la Secundaria Básica de la cabecera municipal de Yaguajay. Su pasión por la Geografía y su dureza ante los deslices de los educandos la acompañan desde entonces, y mantiene la misma seriedad y el respeto de antaño.
Hoy posa su mano sobre la única pierna que le ha dejado la diabetes, mientras enfoca su vista, fuertemente afectada por esta enfermedad, sobre quien fuera su alumno hace unos años, y que integra la larga lista de los que han pasado por sus manos durante más de cuatro décadas frente a un aula, mérito más que suficiente para que sea una de las maestras más queridas y respetadas del norte espirituano.
¿Siempre quiso ser maestra?
No. De niña, sí: en esa etapa todos queremos. Pero yo quise ser Camilita, aunque nunca me decidí. Obtuve más tarde una beca en la escuela de idiomas Máximo Gorki para estudiar francés. Pero cuando vienen a hacer las captaciones para el Pedagógico, el país tenía una necesidad grande de maestros, yo era militante de la UJC, y me fui para el Pedagógico con 15 años.
¿Forzada entonces de alguna manera o tuvo otras motivaciones?
La necesidad del país fue mi principal motivación, pero el roce con los estudiantes y el gusto por los contenidos que impartía me dieron la razón. Me gradué de profesora general en la especialidad de Geografía. Mi primera ubicación fue en el Sergio González, de Pojabo. Luego me trasladé al Eusebio Olivera, y desde que llegué al municipio, trabajé en el IPUEC Mártires de Yaguajay, conocido como Pre de Centeno. Ya en 1987 comienzo a dirigir ese centro durante tres años. En el aquel tiempo, lo más difícil fue ir adaptando, según mis métodos, al colectivo de alumnos y profesores. Yo era una inexperta, transité por varias responsabilidades, pero nunca la dirección de un centro tan importante y reconocido.
De seguro hay muchas anécdotas de esa etapa…
¡Oh! Muchísimas. Pero hubo un profesor que me atribuyó la historia de que yo era yudoca, y entonces les decía a los muchachos que yo me ponía un kimono y luchaba con ellos cuando me llevaban la contraria (ríe)… Y eso es falso totalmente. Todo era broma, pero a nadie se le olvida eso.
Siempre me gustó ser muy disciplinada. Mi papá falleció tempranamente. Mi mamá se tuvo que hacer cargo de seis hijos y, quizás por ser la mayor de las hembras y apoyar la educación de mis hermanos, el respeto y la educación me vienen de nacimiento. Es mi forma de ser: para mí sin disciplina no hay nada. ¿Cómo se da una buena clase si tus alumnos no son disciplinados?
¿Cree que se le fue la mano en algún momento con un regaño o una medida?
Sí, eso siempre pasa. La inexperiencia provoca eso. Con el pasar de los años, uno medita más y piensa mejor las cosas. Pero las medidas son necesarias, y lo más importante es que el estudiante comprenda que todo se hace por su educación. Son muchos los que me veían por la calle y me agradecían la imposición de alguna medida porque los ayudó a formarse personal y profesionalmente.
En 1990 me dediqué a la maternidad. Luego vuelvo al pre como profesora, hasta que me proponen la subdirección docente de la ESBU Camilo Cienfuegos. Ya en 1999 asumo la dirección de ese centro.
En una Secundaria hay que trabajar con estudiantes en plena adolescencia. ¿Esto le suma dificultad a la tarea?
Es una edad muy difícil. Pero lo más lindo que me pasó, después de ser directora, fue asumir como profesora guía: estar durante tres cursos con muchachos que los recibes en séptimo y los encaminas hasta noveno. En sus graduaciones se siente un orgullo grandísimo, porque siguen su camino con todo el conocimiento, las normas de cortesía, y las formas de enfrentar la vida. Siempre hice mi mayor esfuerzo para que mis estudiantes obtuvieran buenas notas, mantuvieran una asistencia constante, usaran su uniforme correctamente, porque siempre me ha gustado la disciplina.
¿Qué significa el aula para Daniela Castillo?
El aula es mi vida. Siempre lo he dicho: para mí es un paraíso. Ese contacto con los estudiantes es insustituible; ver cómo avanzan, responden correctamente…
Y cuando una clase no sale bien te frustras. Pero hay que pensar entonces dónde está el fallo y solucionarlo rápidamente. Por eso yo ponía mi mayor empeño para que todo me quedara lo mejor posible. Nunca me daba tiempo para desarrollar el tema como quería, para mí las clases debían ser de una hora o más.
¿Ha sentido en toda su trayectoria que no ha podido con un alumno, que se le ha ido de las manos?
Los he tenido muy rebeldes, que me han costado muchísimo trabajo, pero todo se logra. Y muchachos de bajo rendimiento, igual. Con esos me gustaba trabajar más, porque conseguir que adquieran el conocimiento, cuando sabes que se les hace difícil, da una satisfacción doble.
Esta mujer toda luz y esperanza no se da por vencida, a pesar de que la diabetes se convirtió en su peor enemiga y la llevó a perder una de sus piernas y le escamoteó parte de la visión y le impidió, para siempre, subir al cuarto piso donde estaba el aula que durante nueve años fue su casa. Contra viento y marea suma motivos para despertar cada mañana: sus dos hijos, la familia y el hecho de saber que hay personas en el mundo con más problemas y se levantan.
“Quiero que me recuerden como he sido siempre. Tal vez para algunos no fui tan buena, tal vez para otros sí. Pero sí le entregué toda mi vida al magisterio y no me arrepiento”.
Que belleza Alejandro,me ha dado mucha alegría tú publicación, que sentido de la sensibilidad humana,Daniela es una de las grandes que ha pasado por la Educación en Yaguajay, bien merecido recordarla.Te felicito de todo corazón ya eres un gran comunicador.