Aquel día Célida Esther García López sintió el mismo rubor. Entonces, su cuerpo se erizó de pies a cabeza, cuando la noticia la dejó petrificada en medio de la sala de su casa. Ahora, aunque por motivaciones distintas, sentía algo similar.
Hablaríamos de Fidel y de los momentos que la unieron más de cerca con su Comandante en Jefe. En verdad, siempre le pasa lo mismo. La noche del 25 de noviembre de 2016 sintió que se le iba un padre. La mañana del 27 de julio de 1986, sintió su respiración a sus pies, unos pies que nunca tocaron el piso de la EIDE Lino Salabarría, levitando como estaba al lado de aquel hombre tan inmenso.
Era la jefa de cátedra de las asignaturas de Historia y Fundamentos de los conocimientos políticos, secretaria del núcleo del Partido en la escuela y miembro del Comité Provincial del PCC. El día antes, había estado cerca de Fidel en la tribuna del acto nacional por el 26 de Julio. El 27, entre la premura por llegar temprano y el susto por la visita, había salido tan apurada que se le quedó el solapín y en la puerta le dijeron: “No puedes pasar”.
“Le dije al compañero: dígame a quién tengo que llamar. Salió una escolta de Fidel y me hicieron llegar el solapín. En realidad, sabía que había una visita, pero no sabía que el Comandante vendría a la escuela”.
Llegó la comitiva y el gran momento: “Joaquín Bernal Camero, el primer secretario del Partido en la provincia entonces, me dijo: ‘Célida Esther, yo la presento y usted presenta al resto de los compañeros’. Presenté al director Miguel García, a los subdirectores y a otros directivos; y cuando ya había presentado unos cuantos, Fidel me dice: “¿Y no hay muchos jefes? Y, con mucha modestia, pero con un susto, le respondí: Mire, Comandante, lo que pasa es que esta escuela va a ser como un municipio, pues va a tener una matrícula desde segundo o tercer grado de la enseñanza primaria hasta el preuniversitario, tiene una estructura económica, otra deportiva, y él me dice: ‘Es verdad, pero te pido que sigas de cerca que la plantilla no vaya a inflarse”.
Fidel le comentó que la escuela pasaría de los 500 y tantos que tenía en ese instante a una matrícula de más de 1 000 alumnos atletas. “Y nos dijo: ‘Ahora todo pasa normal, pero cuando sea mayor la matrícula, aumentan los problemas. Sé que están trabajando con las captaciones en los lugares más apartados de la provincia y así se busca el atleta, porque lo mismo lo hay en una montaña que en otro lugar’”.
Y sobrevino una de esas preguntas con las que Fidel que sacaba de paso a cualquier persona, mucho más a Célida, nativa de Yaguajay: “El Comandante me dice: ‘¿Por qué en Sancti Spíritus el Santiago espirituano?’. Lo único que le pude decir es que es un problema religioso, de tradición; entonces Joaquín Bernal se percató y terminó la explicación”.
Recuerda todo con precisión milimétrica. Hasta sus temblores cuando Fidel le ponía la mano en el hombro, en un instante que captaron las cámaras de Escambray y que forma parte de sus reliquias más exquisitas: “Esas manos de él que impresionan, que te dan como una seguridad en la vida…; siento aun cuando me apretó así en los hombros y conversó mucho conmigo”.
Hablaron de la construcción y de lo mucho que le faltaba a la escuela, ya abierta desde el curso anterior. Cuando Fidel partió, Célida se tocó las piernas y vio que aún estaban ahí después de minutos de no sentirlas y que le parecieron una eternidad: “¿Que si no temblé? Mira, me tuve que reincorporar como persona para poder enfrentar aquello, yo temía lo que me podía preguntar y que yo no pudiera responder. Mientras estuvo delante de mí yo me sentí tan pequeña… El diálogo fue muy fuerte para mí, estaba como apretada, me sentía con una responsabilidad tremenda, una escuela que se iniciaba, que estaba en construcción y, además, yo no estaba muy relacionada con el deporte, pero la visita y ese diálogo fue un compromiso para mí, un compromiso de toda la vida, que llevo hasta hoy”.
No fue este el único momento en que estuvo al lado de Fidel. De su presencia cercana se nutrió cuando asistió como delegada al Primer Congreso de Educación y Cultura. “Allí intercambió con nosotros en el lobby del hotel Habana Libre”; en el III Congreso de la FMC, “donde compartió con la delegación espirituana”. Otro instante especial ocurrió en el Segundo Congreso del PCC. “Fui delegada y allí él nos recomendó leer a Gabriel García Márquez y, en especial, el libro El general en su laberinto. He sido privilegiada con la vida muchas veces, pues tengo que decir también que me convertí en lectora obsesiva de García Márquez por Fidel y porque Haydée Santamaría me sugirió leer Cien años de soledad en una ocasión en que visitó la escuela donde yo impartía clases en Amancio Rodríguez, a cuyos niños ella les mandaba a cada rato juguetes, ropas, zapatos”.
Pero aquel diálogo en la EIDE, tiene para Célida un significado peculiar. A la escuela le entregó lo mejor de sus 76 años, tanto desde las responsabilidades docentes y políticas como por su labor como psicopedagoga. De ella se apartó solo porque la salud se interpuso. “Recuerdo con mucho amor el trabajo en la biblioteca y cómo se logró vincular a los alumnos, principalmente los que presentaban dificultades. La EIDE se convirtió en algo tan mío que a veces olvidé cosas familiares, perdí hasta el matrimonio; nunca desatendí a mis hijos, pero ellos se iban todos los fines de semana para Yaguajay porque no querían estar aquí. A veces me cuestiono si me excedí en eso de querer tocar todas las puertas de la escuela”.
Aún está fría. Está así desde que toqué a su puerta. “Cuando llegaste y me dijiste a lo que venías… Mira, aún estoy erizada, fría”. Y saca los recortes de Escambray que guarda con celo infinito. También el documento, firmado por Fidel, que la hizo propietaria de un Moskvich: “De los primeros carros que se dieron en Educación, uno me lo dieron a mí y guardo ese papel que lo tengo como reliquia; nunca lo pedí, pero era un estímulo y dado por él es lo más grande que uno puede tener en la vida”.
Habla de Fidel y los ojos se le humedecen. El corazón le palpita de más. “El día que falleció lo comparé con la muerte de mi padre. Mi hermana me llamó y es indescriptible lo que me pasó. Imagina, yo doné muchos libros a la EIDE, pero de los de Fidel ninguno. Tengo una colección de libros sobre él. Soy fidelista con elementos, él siempre fue muy honesto a la hora de señalar las dificultades y los problemas y entonces eso a cualquier persona le tiene que llegar.
“Te digo más, después de jubilarme seguí aportando en las comisiones electorales, en mi CDR, pero por problemas de salud tuve que pedir la desactivación de las filas del Partido. Eso me dio un dolor tremendo, pero ya no podía hacer muchas cosas, me sentía limitada y yo no sé ser militante a medias, eso lo aprendí de Fidel”.
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