El gran día cuenta los más de 300 kilómetros entre La Habana, su ciudad adoptiva, y Cabaiguán. En verano y en el ocaso del año, Solerme Morales Cudello recorre el Paseo Camilo Cienfuegos, retoma las conversaciones que lo devuelven a la juventud e intenta dividirse durante las cortas jornadas de vuelta a casa, cuando las invitaciones de la familia y los amigos emulan con las consultas telefónicas que el doctor de casi 77 septiembres responde.
“Por su condición de archipiélago, algunos estimaban que en Cuba conocíamos sobre la Medicina Subacuática a cargo del estudio, diagnóstico y tratamiento de patologías relacionadas con el buceo y la navegación aérea y aeroespacial”, comenta uno de los decanos de la especialidad en la Mayor de las Antillas.
Esta modalidad se añade a la Hiperbárica, perfil reconocido por sus fines curativos en un grupo de enfermedades, al implicar terapias con niveles de oxígeno administrados a una presión superior a la atmosférica.
Atletas, bailarines, niños accidentados en el siniestro del hotel Saratoga y el afamado epidemiólogo Francisco Durán García han acudido al cabaiguanense. En él depositaron su fe antes de entrar a la cámara hiperbárica.
“El médico tiene dos posibilidades: cura o mejora la calidad de vida del paciente”, refiere con el regocijo retratado en el rostro. Apenas puso un pie fuera de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, el Hospital Clínico Quirúrgico Hermanos Ameijeiras lo recibió en 1983 junto a un selecto equipo de expertos designados por el Ministerio de Salud Pública para desplegar este método terapéutico. Tiempo después inauguraría el Centro Nacional de Referencia y Perfeccionamiento de la Medicina Hiperbárica.
“Realicé una indagación al respecto e intercambié con otros colegas acerca del tema. Para esa etapa más del 50 por ciento de los galenos ignorábamos o teníamos nociones elementales de la Medicina Hiperbárica y Subacuática (MHS). La oportunidad llegó en el instante preciso.
“En nuestro país este es un servicio gratuito para todos, pero en determinadas latitudes una sesión puede costar hasta 500 dólares y generalmente los tratamientos oscilan de 10 a 20 sesiones”.
Su estancia en el Barocentro de Moscú, el Centro de MHS de Barcelona, beca ganada por ese talento suyo a la altura de la naturalidad que lo define, y una lista extensa de experiencias del otro lado del Caribe aportaron a la formación de Solerme, una mano amiga si de asesorar a hómologos latinoamericanos se trata.
Para un hombre de ciencia, profesor consultante de varias generaciones de profesionales de batas blancas, investigar y depositar la esperanza en pacientes de diferentes nacionalidades han sido sus credenciales en cerca de medio siglo entregado a la Medicina.
“Me he concentrado en el diagnóstico de enfermedades en edades pediátricas y sus tratamientos, sobre todo en el síndrome de Legg-Calvé-Perthes, que afecta la cadera del niño y cursa con necrosis de la cabeza del fémur. Tengo la dicha de haber dado de alta a más de 400 infantes, incluso, algunos residen en el exterior”.
La confianza depositada en el doctor de muchos es la misma hacia el sistema de Salud en Cuba. “En 2022 esta patología no estaba descrita entre las enfermedades a tratar con la MHS. Finalmente, fue incluida en las sociedades científicas internacionales y eso representa un aliento”.
La MHS queda fuera de los programas de estudio de las Ciencias Médicas en Cuba. Tal motivo inspiró a Solerme, autor de una estrategia pedagógica para dotar de herramientas a los especialistas vinculados a la rama.
“Diseñé una escalera certificativa basada en contenidos para impartir mediante un curso, dos diplomados, un entrenamiento y culmina con una maestría. Si el profesional desea continuar capacitándose, opta por el doctorado”.
Los aires de zafra llevaron a la familia de Solerme Morales Cudello a Camagüey. “Las necesidades económicas nos obligaron a hacerlo. A Cabaiguán veníamos en jornadas de cosecha tabacalera y en tiempo muerto mi padre trabajaba en cañaverales de allá”.
En esa provincia combatió la ignorancia en plena Campaña de Alfabetización. Vencido el primer semestre de la Facultad Obrera, en las mañanas ejercía como profesor del Departamento de Capacitación adjunto al Ministerio de la Agricultura.
“Al ganarme una beca en la Escuela Especial Lenin, de La Habana, iniciativa del Che, terminé el bachillerato en dos años. Luego me ofrecieron la posibilidad de hacer la carrera que quisiera. A los 24 años estaba más cerca el sueño de convertirme en médico”.
Al graduarse, lució con orgullo una guayabera que integra la mayor colección de esa prenda resguardada en Sancti Spíritus. “La mía no tiene el mismo prestigio de otras exhibidas allí. La doné no porque sea famoso, sino porque soy espirituano y mantengo la costumbre de regresar a mi pueblo, del que partí a los siete años de edad”.
El hiperbarista, integrante por décadas del claustro docente de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, no concibe la idea de encerrarse en su apartamento de la barriada capitalina de Santos Suárez. Sale al encuentro con sus pacientes. En el hospital Hermanos Ameijeiras le aguardan los alumnos de posgrado y alista la próxima conferencia.
“En mi diccionario particular desaparecieron las palabras viejo y vencido. Mientras la vida y la salud me lo permitan, estaré en la trinchera”; lo dice con el bastón en punta para dar curso a las visitas que hasta el sol de hoy lo reclaman en Cabaiguán.
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