Decir mujer es más que feminidad, ternura y delicadeza. Decir mujer es hablar de fortaleza, protección, firmeza y resiliencia. Históricamente, las mujeres han sido menospreciadas por su simple género, una condición que, lejos de limitarlas, las engrandece. En todo el mundo son miles y miles los ejemplos de estos atropellos, pero también, por cada uno de ellos, hay féminas que, desde los tiempos donde era impensable, han salido a reivindicar sus derechos.
En nuestro país son muchas las mujeres que han hecho historia, sin dejar de exigir respeto y esta tierra espirituana tiene hijas ilustres que abanderaron estas causas. Son muchas las espirituanas valientes que hicieron historia y han marcado primeras veces, un motivo de orgullo para las que hoy seguimos del lado de esta causa.
Durante el siglo XVI, cuando Sancti Spíritus estaba en pleno proceso de formación y desarrollo, María Jiménez era la terrateniente más poderosa de la joven villa. Tenía entre sus propiedades cinco colosales haciendas, era muy compasiva y nunca dudó en compartir sus riquezas con los más necesitados; pero, a pesar de su posición, renombre y poderío, no pudo firmar su testamento, pues no sabía leer ni escribir; un doloroso ejemplo de cómo las mujeres tenían por esos años una limitada educación, más bien enfocada en labores domésticas que en su desarrollo intelectual.
Pero, a pesar de estas situaciones propias de esos siglos, también había mujeres que se abrían paso; mujeres que deseaban formarse como cualquier hombre, que exigían ellas mismas administrar sus bienes, sin depender de su padre o esposo, que soñaban con ser científicas, profesoras, médicos o abogadas. También hubo otras amantes de la libertad y al saber del estallido independentista en Cuba no dudaron en apoyar la causa, quizá no en el campo de batalla, pero sí en numerosos frentes igual de vitales.
Las espirituanas Mariquita Camejo y Altagracia Cepeda eran dos jóvenes sumamente hermosas, pertenecientes a familias acomodadas que pudieron pecar de superficiales, pues a diario eran vistas paseando en sus hermosos carruajes de un lado al otro de la ciudad, pero, lo que pocos conocen es que en esos carruajes viajaban mensajes para los grupos insurrectos. Otras muchas mujeres también apoyaron, escondían mambises, trabajaban como enfermeras y cocineras y otras ofrecían a sus hijos para la causa más justa de Cuba.
Pero quizá uno de las más grandes aproximaciones al feminismo y el empoderamiento de las mujeres espirituanas estuvo a cargo de Ana Antonia del Castillo en el siglo XVIII. Un día le comunicó a su esposo el deseo de gobernar la mitad de las propiedades familiares. Todos en la villa se horrorizaron, en especial su esposo, un poderoso coronel, quien se disgustó mucho con ella. Ana Antonia viajó hasta Trinidad, se refugió en una de sus hijas y presentó una reclamación ante el gobernador, la cual resultó favorable. Así logró administrar y decidir sobre sus propiedades. Muchos la miraron con horror y desprecio, incluido su esposo, pero ella se mostró siempre más que satisfecha.
La llegada del siglo XX representó para las mujeres del mundo un momento trascendental, muchas luchas de reivindicación aparecen en este siglo y, también, leyes como el divorcio y el sufragio universal, que sin duda marcaron un punto de inflexión. Cuba aprobó en 1919 el divorcio para las mujeres y, a pesar de que en sus inicios seguía siendo mal visto, muchas dieron el primer paso y se enorgullecieron de ello.
En Sancti Spíritus ocurrió en el año 1936 un hecho insólito, que tuvo como protagonista a una dama, María Aurelia Jiménez, quien se convertía en la primera mujer concejal de la ciudad y, por ende, en la primera política de la que se tiene constancia en Sancti Spíritus.
Y, aunque para la segunda mitad del siglo XX ya las mujeres habían conquistado parte de sus derechos en nuestro país, para muchos seguían siendo seres inferiores, incapaces de demostrar las mismas destrezas que los hombres. El entorno laboral siempre fue muy difícil; muchas jóvenes, a pesar de su inteligencia y preparación, no pudieron abrirse paso de forma sencilla en sus profesiones, debido a estos estigmas.
María Luisa Pérez López y Silvia Pardo Roque fueron dos arquitectas que, a pesar de no coincidir en el tiempo, sufrieron en carne propia la discriminación laboral. María Luisa fue la primera arquitecta espirituana, graduada en 1952, una joven brillante con excelentes calificaciones; algo que para muchos hombres no bastaba. Su trabajo no fue fácil, pero, a pesar de todo, logró llevar a cabo varios proyectos exitosos, como La Vizcaína.
Mientras, Silvia Pardo Roque se graduó en 1974 y desde entonces ejerce la arquitectura, su gran pasión. Para ella, a pesar de convivir más próxima en el tiempo, no fue un camino más fácil. Silvia recuerda que al inicio de la carrera laboral su jefe le transmitía órdenes a través de su esposo, pues la consideraba inferior. Por ello, hoy es una admiradora de las sociedades sin prejuicios, compagina su vida laboral con el cuidado de su familia y una vida en armonía con su esposo. Entre sus proyectos figuran el sanatorio del SIDA, la primera parte de Rancho Hatuey y el Monumento de los Mártires en la cabecera provincial.
Ejemplos como estos, sin duda, alientan a todas las mujeres a nunca rendirse, a seguir luchando por sus derechos, sin creer que ya los tienen conquistados; para triunfar en todos los ámbitos profesionales, sin estar limitadas por su género o recluidas en roles de madre y esposa. Por ello, cada día debemos celebrarnos y sentirnos orgullosas, enseñar a nuestras niñas a ser felices y convivir en armonía sobre la base del respeto con todos los hombres en calidad de iguales.
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