Nació de un golpe y murió de otro

El Gobierno de los Cien Días fue el más complejo, útil y bien intencionado hasta 1958 y, en la misma medida, el más incomprendido y atacado

Nunca existió la mínima unidad posible entre todas las organizaciones, movimientos o partidos que conformaron el gobierno. (Fotos: Archivo)

Repudiado por la derecha y la izquierda, el Gobierno de los Cien Días (10-09-1933 / 15-01-1934) sobrevivió a duras penas, pero en la república neocolonial fue el que más intentó obrar a favor de Cuba en menos tiempo.

Le había antecedido la Pentarquía, componenda de la Agrupación Revolucionaria surgida al calor del Golpe de Estado producido entre el 4 y 5 de septiembre, que fue inservible en el intento de gobernar al país, por lo que tuvo que disolverse, no sin antes tomar dos decisiones trascendentes: darle los grados de Coronel a Fulgencio Batista para que tuviera ascendencia formal delante de los oficiales destronados y ahora subordinados, lo que lo catapultó como figura cimera del ejército; y elegir a Ramón Gran San Martín, uno de sus cinco componentes, como presidente de la República.

Así surgió un gobierno distinto no controlado por Estados Unidos, presidido por alguien nuevo en la escena política cubana, que, aunque del centro, fue cabeza visible en ese momento y después, aunque su verdadero paladín fuera Antonio Guiteras, otra personalidad ya reconocida sobre todo en determinados círculos políticos y militares y con base social en Oriente, pero igualmente extraña y novedosa para los oligarcas y los poderes reales, a pesar de lo cual se convirtió en la más importante de la Revolución del 30 y de las más excepcionales de todos los tiempos.

Si bien Guiteras ocupó cargos y funciones fundamentales, siempre desde la izquierda, su contraparte más enconada y también figura principal de este escenario de la historia de Cuba fue el coronel Batista, siempre desde la derecha, primero como aliado sorpresa para los intereses norteamericanos y segundo porque maniobró de manera muy hábil frente a diversos intereses, no solo para mantenerse dentro de la esfera de influencia del gobierno, sino para al final poder dar su golpe mortal, a través de diversas artimañas políticas, con lo que pudo vencer en esta puja.

Por su origen autóctono, ser desconocido, oponerse en principio a la Enmienda Platt, no haberse ideado por su embajador y porque con antelación no se había plegado a sus designios, EE. UU. nunca reconoció a ese gobierno y, más que eso, como ha sido su práctica histórica cuando algo no le conviene, intentó por todas las vías acabarlo en el más breve plazo, lo que al fin consiguió por la traición del Jefe del Ejército.

Tampoco fue aceptado por la izquierda ortodoxa y dialécticamente miope, que respondía más a intereses y estrategias extranjeras que a Cuba, por lo que ni tan siquiera tuvo la capacidad para entender qué estaba pasando ni cómo asumir una realidad completamente nueva.

Del mismo modo, múltiples fuerzas de todas las tendencias, incluso de los propios partidos u organizaciones que tenían representación en el gobierno, tampoco entendieron la importancia histórica de este extraño conglomerado de personas, muchos de ellas intentando todos los días hacer lo mejor que se podía ante los enormes retos que se presentaban, sobre todo para defender intereses nacionales.

En más de 100 días no hubo un momento de sosiego ni consenso, sino lo contrario, todas las fuerzas, incluidas las extremas, estaban unidas de algún modo para destruir al gobierno que, a pesar de todo, intentó tomar las medidas más radicales, populares y nacionalistas de todos los tiempos, impulsadas por Guiteras.

¿Cómo fue posible que surgiera un gobierno sin la venia de Estados Unidos?

Batista (a la izquierda) felicita a Grau cuando asumió la presidencia.

LA REVOLUCIÓN DEL GOLPE

Todo era caótico e incontrolable en el gobierno del mojigato Carlos Manuel de Céspedes, impuesto por la fuerza por el embajador norteamericano Benjamín Sumner Welles cuando la dictadura de Machado se derrumbó por el empuje de las fuerzas populares entre el 12 y 13 de agosto: desmoralización en parte del ejército, radicales imponiendo su ley, el pueblo en andas con su hambre, ajustes de cuenta de todo tipo, incluidos asesinatos y demasiada intranquilidad dentro de múltiples sectores políticos.

En este entramado los soldados y suboficiales jugaron un papel trascendental, conspirando inicialmente para solucionar sus problemas de grupo, como los de la Junta de los 8, Columbia o Defensa, compuesta por los sargentos Pablo Rodríguez —líder—, José Eleuterio Pedraza, Manuel López Migolla, Juan Estévez Maymir y Fulgencio Batista, el cabo Ángel Echeverría Salas y los soldados Ramón Cruz Vidal, y Mario Alfonso Hernández; quienes darían el tiro de gracia a Céspedes.  

Buscaba el grupo publicidad de sus exigencias —muchas, incluida la limpieza de los maculados en el ejército— y alianza con grupos y personas, sin éxito esperado y al conocer planes golpistas de la oficialidad, accedieron a los cuarteles de La Habana, haciendo partícipe democrática de sus pliegos a las guarniciones, con mucho apoyo directo de sus pares, sin que nadie decisor diera importancia al asunto.

De forma inaudita autorizaron a los sargentos y cabos a reunirse con alistados y clases sin presencia de oficiales el 4 de septiembre, y si Pablo y Eleuterio van a Matanzas cuando todo se desarrolla, Batista está en el momento y lugar exactos, donde todo se decide: el campamento militar de Columbia.

No hay casualidad, sin embargo, en sus ambiciones de poder y dinero, que solo esperaban una oportunidad: estaba en el centro del poder militar en Cuba en la mañana de aquel día, cuando llegó el capitán Mario Torres Menier, representante del Jefe de Estado Mayor, para localizar a los sargentos más connotados y conocer de primera mano qué se solicitaba; todos le señalaron.

Primero habló nervioso y más tarde, en representación de los alistados dentro del club, planteó las insatisfacciones, pero lo más sorprendente y apoteósico fue la reunión de la noche, en el propio teatro de la guarnición, pues frente a los soldados habló de reclamos, sin que nadie lo perturbara, y con vítores vino la decisión de que en adelante solo se obedecieran sus órdenes.

Por la madrugada, previo acuerdo de asumir el programa político del Directorio Estudiantil Universitario (DEU), a la sazón una organización bien estructurada y encabezada por el estudiantado reformista, ya se había convertido en el jefe del movimiento, dando un golpe dentro del otro golpe, así que cuando ese día se conforma el gobierno de la Pentarquía, la figura militar que todos tenían por líder y representante era Batista, con lo que había comenzado su ascensión meteórica.

UN TIPO MUY ASTUTO

En la misma noche del 4 de septiembre de 1933 era ya el jefe del movimiento cívico-militar que se había desarrollado precipitadamente, pues no solo era miembro importantísimo de la Junta de Columbia, sino que controlaba, de hecho, al ejército; parecía que se había entrenado desde siempre para ese momento.

Fue jefe supremo —confirmado después— y lidió de inmediato con el DEU, cuyo programa asumió para darle base formal y radical a un golpe revolucionario que echó abajo, incluso sin saberlo al inicio, las viejas dinastías que habían regido el país desde 1902, a partir de lo cual nada fue igual.

El sargento taquígrafo Fulgencio Batista, que no era sombra de nadie y sí secretario por casualidad del movimiento gestado, dio un segundo golpe a los golpistas iniciales y, desde una historia oscura había saltado al primer plano de la escena nacional cubana, protegido por las legítimas aspiraciones de los militares no comprometidos con la dictadura machadista, el pueblo que se había quedado anhelando un cambio realmente democrático, las fuerzas políticas que desde el reformismo o el radicalismo arrastraban a la juventud y otros sectores y organizaciones que no tuvieron el valor para enfrentarse a una nueva clase política o la capacidad para entender qué estaba pasando.

Cuando se tilda a Batista de necio o incapaz, se está reduciendo todo de manera ilógica: después de aquel día muchas cosas sucedieron, algunas de ellas muy dolorosas y hasta sangrientas para el pueblo cubano, pero ningún estúpido hace lo que él, que jugó todos los días una partida política de ajedrez, minando aquí, conciliando allá, cediendo ante esto, excediéndose ante aquello, desvinculándose de aquel, uniéndose al otro, midiendo cada paso, acción o decisión, para encumbrarse en el poder definitivamente como le dio la gana durante muchísimos años.

Fue preponderante su ascenso y protagonismo al frente de la nueva derecha y el militarismo en Cuba, pues, a pesar de no ser miembro del gobierno, lo que rechazó, incluso a riesgo de ser asesinado o aniquilado políticamente, hacía tratativas operativas con Grau y Guiteras, negociaba con otros secretarios y hombres importantes sobre la política a seguir en Cuba o las medidas que deberían establecerse de manera permanente, cuando no discutía con los representantes de países fundamentales  para la isla cuál debería ser el camino a seguir, daba garantías, analizaba las distintas situaciones con los políticos tradicionales y manejaba a su antojo a la prensa.

Entre el 4 y el 5 de septiembre de 1934 la Revolución del 30 tuvo otro cenit, conducido ahora por el más astuto de todos los tramposos y despiadados militares cubanos.  

Desde el gobierno, Antonio Guiteras impulsó medidas que beneficiaban a las mayorías.

¿POR QUÉ SE DERRUMBÓ EL GOBIERNO DE LOS CIEN DÍAS?

Muchas razones pueden esgrimirse, pero la tan llevada y traída unidad es la clave, pues la verdad histórica es muy clara con respecto a ella: nunca existió la mínima unidad posible entre todas las organizaciones, movimientos o partidos, ni tampoco la unidad necesaria dentro de cada sector político, particularmente de la izquierda, que debió ser la que, teóricamente, estuviera más interesada en sostener al gobierno.

Del mismo modo, nunca se desarrolló un programa político y económico para conseguir una unidad táctica dentro de cada organización de la izquierda o del centro, y tampoco existía un objetivo estratégico común, así que la lucha era dispar, enfocada en objetivos inmediatos, sin miras al futuro y sin que el gobierno asumiera una dirección única y decisiva.

En realidad, la izquierda nunca tuvo un solo programa, ni un método de lucha que le permitiera la inclusión de todos los grupos, y ni tan siquiera hubo nunca coordinación efectiva entre las organizaciones, sino más bien resquemor, dudas y sospechas entre las diferentes partes.

Por demás, los líderes políticos con mayores posibilidades de entender el proceso histórico no lo hicieron, salvo Guiteras, precisamente por estar dominados por concepciones sectarias y no comprender la revolución desde un plano más general.

Todo ello facilitó el enorme papel de zapa de Batista que, en contubernio con los embajadores norteamericanos, primero Sumner Wells y después Jefferson Caffery, se las ingenió para preparar el Golpe de Estado contrarrevolucionario de enero de 1934, aupado por los políticos tradicionales, ávidos de regresar al poder de nuevo y continuar con el statu quo anterior a la salida de Machado.

Quienes siempre tuvieron el poder dieron el visto bueno al golpe e, incluso, participaron en él en los meses posteriores como sus aseguradores, aunque ya toda la escena política cubana había cambiado de manera radical y para siempre, sobre todo por el hecho de que Batista sería el nuevo hombre fuerte de Cuba por mucho tiempo, y el tipo que movería todos los hilos de la política nacional de los próximos 25 años, con el contubernio de los Estados Unidos.

Guillermo Luna Castro*

Texto de Guillermo Luna Castro*

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