Nicolás Ibarrías Luna ama la creación tanto como la vida misma. Basta conversar con él o verlo en plena faena productiva para apreciar cuántos proyectos o sueños tiene por concretar. No importa si unos le darán más quehacer que otros. A cada idea le pone empeño y voluntad, y con esas armas rompe el más voraz de los obstáculos.
A sus 61 años de edad, este hombre se niega a dejar de manosear cuanto equipo caiga en sus manos. Tampoco imagina el día en que no pueda sentir el olor a hierro que se respira en los talleres, cuando intenta buscar la salida a determinada problemática. Y es que Nicolás tiene tatuadas las huellas de la otrora industria azucarera, sector que lo abrazó por primera vez, después que se graduó como ingeniero mecánico en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas.
Fue en el antiguo central Simón Bolívar, de Yaguajay, donde este hombre conoció el valor de la innovación. Quizás por ello, cuando este gremio cerró las puertas en el norte espirituano, Nicolás tropezó con la posibilidad de entrar a la Empresa Agroindustrial de Granos Valle del Caonao, de Yaguajay, exactamente a la Planta de Secado y Beneficio de Granos (UEB) Eduardo Lamas, sitio en el que promueve las inventivas hasta los días de hoy.
“Aquí fueron mis inicios en el mundo de la innovación, porque estaba, además, como presidente de las Brigadas Técnicas Juveniles (BTJ) en el territorio. Recuerdo que impartía círculos de interés del otrora Ministerio del Azúcar (MINAZ) en el Palacio de Pioneros de Yaguajay. También me incorporé a la Asociación de Innovadores y Racionalizadores (ANIR), y con esa experiencia llegué al Valle del Caonao”, cuenta Ibarrías Luna.
Una vez en el centro se enfrentó a un proyecto de montaje industrial en la propia planta. Y aunque resultaba un proceso novedoso, con múltiples desafíos, Nicolás tenía bien claro el camino. Los conocimientos adquiridos en la maestría de Montaje Industrial lo ayudaron a materializar cada paso.
“Vi nacer esta industria desde el primer momento. Con los ingenieros civiles comencé el trazado de los silos. Más tarde, se recibió la tecnología y tuve que trabajar directamente con la Aduana, porque nadie sabía lo que venía. Mi capacitación para el montaje de esta industria fue en el terreno”, recalca el ingeniero mecánico.
Por ello, es de los pocos que conoce palmo a palmo cada detalle de esta industria, única de su tipo en el país. Desde entonces no ha hecho otra cosa que impulsar el desarrollo de la planta, en el empeño de no detener sus producciones. Gracias a su sentido de pertenencia con este sitio, han nacido varios proyectos de innovación que han mejorado la tecnología del lugar.
“En la industria de beneficio se corrigieron errores de montaje que hubo que hacerlos a pie de obra. Se hicieron innovaciones nuevas. Por ejemplo, cómo lograr que la planta, que venía diseñada para un tipo de granos en específico, pudiera beneficiar otros tipos de granos. También se logró una sustitución de importaciones del sistema de mallas de la máquina prelimpieza; se montaron nuevos sistemas de lubricación en los pedestales, y se diseñó un transportador de banda de arrastre que funciona en paralelo con la máquina embolsadora”, apunta.
Detrás de cada una de estas iniciativas hay jornadas intensas de trabajo, de estudio, de argumentos sólidos… Tanto es así que, con una pieza de aquí y otra de allá, logra mantener con vida disímiles equipos sin necesidad de importar piezas de repuesto.
“Todo lo que he hecho ha sido con mucho esfuerzo y con un gran sentido de pertenencia y de amor por esta industria. La planta había que diversificarla, por un método o por otro, pero había que hacerlo. Todo lo que hago es por voluntad propia. Yo me entusiasmo solo. Siempre tengo mi cerebro en movimiento”, confiesa Nicolás.
Y aunque hasta la fecha no ha recibido remuneración alguna por sus inventivas, no ceja en el empeño de trabajar. “Yo no paro esta actividad. Mi lema es: Innovar es crecer, porque cuando tú innovas, creces profesionalmente. Por la sangre me corre industria”, destaca.
Todos los días de la semana, mucho antes de que el pueblo despierte, Nicolás desafía los contratiempos que implica trasladarse de Perea hasta Iguará, sitio en el cual se encuentra enclavada la Planta de Secado y Beneficio de Granos Eduardo Lamas.
“Gracias a estos resultados la planta trabaja el año entero, porque antes no lo hacía. La planta trabajaba por ciclos de producción y ahora lo hace los 365 días del año. En estos momentos, por ejemplo, estamos en el montaje de una máquina de extracción de aceite de soya. Con un 13 por ciento de humedad, por cada 100 libras de soya debemos extraer cinco litros de aceite. Con esto se diversifican también los flujos de producción de la planta”, señala.
“El aumento de la capacidad de almacenamiento de la industria y un sistema de recirculación de gases calientes para la parte del horno que permite ahorrar combustible, son innovaciones que quiero desarrollar en etapas futuras”, refiere.
Y mientras esboza sus proyectos venideros, recorre de una punta a la otra la industria. En medio de esa construcción casi perfecta, que vio la luz en el año 2019, ha crecido como profesional y ha podido soltar las riendas de sus sueños.
Muy merecido el reconocimiento a un gran técnico, que ha dedicado su vida laboral a trabajar arduamente e innovar.
En el artículo no se resalta que Nicolás vive en Perea y se traslada todos los días a Iguará (20 km) en su moto particular.