Tomó el carrito gris que me simbolizaba en el juego de policías y ladrones, muy de su preferencia, y dijo con naturalidad: “Te detení”. Comprendí solo al cabo de los dos o tres segundos. Comprobé, una vez más, que la lógica infantil es la más sana y acertada de todas las lógicas.
¿Por qué tendría que decir: “Te detuve”? ¿Acaso no decimos defendí, entendí, conocí, removí, envolví…?
Bueno, no pretendo cuestionar las normas lingüísticas establecidas por los adultos, sino tan solo defender el derecho de los niños a hablar como lo hacen en sus primeras edades; y Marcel, mi nieto de seis años, me ha dado esa oportunidad. Confieso que llevo semanas velando su léxico y sus declinaciones a la hora de conjugar los verbos, y que me he abstenido de corregir, a propósito, cuando ha dicho, por ejemplo, tristal en lugar de cristal, megamorposis en lugar de metamorfosis, cabí, en lugar de cupe y algún otro término simpáticamente distorsionado. Es que va dejando a un lado los errores porque aprende rápidamente en la escuela y después, he pensado, no escucharé más su lógica de ahora al hablar, algo alejada de los rígidos moldes lingüísticos.
Resulta un razonamiento egoísta, ya sé, y me he propuesto no persistir en él, pero el pasado fin de semana aún me lo permití, mientras disfrutaba de su sonrisa pícara, con esa ventanita que se le ha abierto desde que, hará unos 15 días, perdió el primer diente de arriba. Disfruté, además, de su humor cuando al armar el árbol familiar en una pancarta que le compramos en la Feria del Libro cambiaba con toda intención sexos y edades, con lo cual nos reíamos los dos una vez que yo simulaba mi enorme asombro por su error.
Corrió, saltó, pateó la pelota tricolor inflable que le envió desde Placetas mi prima Raquel y quiso saber si yo prefería a Messi o a Cristiano. Él en esos momentos era Messi.
De pronto me asaltaron las imágenes de esos pequeños que en estos días se me han colado dentro de casa. Alguien los ha puesto a circular por las redes de Internet y se me aparecen lo mismo en fotos que en videos; reales, como son; adoloridos, como están; llorosos, polvorientos, lastimados, hambrientos, temblorosos por el horror que los rodea. A veces, horriblemente inertes…
No culpo a quien comparte. Es realidad y no ficción. No son caricaturas, chistes o imágenes distorsionadas de esas que abundan, sino una verdad que duele y que debe ser asimilada para que deje de ser verdad.
Marcel todavía no entiende del mal en esas proporciones, sí bien conoce que hay personas que no son buenas. Sabe, desde hace poco, que existe una nación llamada Palestina. Me dijo aquel día, que coincidentemente era el Día de la Tierra de ese país, que “si un adulto se mete con un niño tiene que vérselas primero conmigo”, como si él mismo no fuera un niño más. Y la plática concluyó cuando me hizo una demostración de lo que haría: “Yo le voy a dar un piñazo así, bien fuerte, con esta mano (alzó el brazo y puño derechos en forma de gancho) y ¡pum! ¿No es verdad, Aya?”. Y a mí, que ya tenía los ojos húmedos, la frase breve se me fue sola: Verdad, mi vida. Allá en Palestina, también existen madres y padres. Y abuelas, y abuelos.
Esa hermosa ninez de tu nieto entre palabras «mal dichas» y juegos que despiertan aún más su inteligencia nos hace pensar llorar y sufrir por esos niños de Palestina que sólo conocen el horror, gracias por tus publicaciones gracias por estar..
Gracias a usted, doctora. En estos tiempos muchos comentan y comparten cualquier trivialidad y sin embargo estos temas tan terrenales y definitorios los obvian. Por eso le agradezco más. Que la guerra y la muerte nos sean indiferentes es de lo peor que puede pasar. Y ahí cabe pensar en la canción de Mercedes Sosa, Solo le pido a Dios…