Cuando se alude a ejemplos de ética y conceptos de honor en la historia de Cuba, varios son los ejemplos manifiestos que se pueden referenciar. Uno de estos es el de la figura de Francisco Gómez Toro (Panchito), el cuarto de los hijos del matrimonio Gómez-Toro.
Nacido el 11 de marzo de 1876 en la extensa sabana de La Reforma, actual provincia espirituana, donde Bernarda del Toro, inseparable compañera del Generalísimo se refugiaba de la persecución de las tropas españolas, fue quizás de las pocas alegrías del dominicano en esos meses, pues, además de Francisco, nacieron dos hermanos más que morirían por las precarias condiciones en las que se encontraban los campamentos mambises.
Alrededor del nacimiento de Panchito, apodado así cariñosamente, existe una anécdota que ha sido transmitida por generaciones sobre la llegada al campamento de Antonio Maceo Grajales para conocer del sexo del nuevo descendiente de la familia, de lo cual resultó muy satisfecho.
Aun así, la madre le hizo saber a Maceo una imperfección con la cual había nacido su hijo en el pie derecho, a lo que este respondió que no importaba, porque el pie que necesitaba el guerrero para montar era el izquierdo. De esa forma pareciera que desde ese instante los destinos de ambos quedarían enlazados para siempre.
Según narra Abelardo H. Padrón Valdés en su obra Panchito Gómez Toro. Lealtad probada, desde temprana edad el cuarto descendiente de Máximo y Bernarda tuvo la influencia cercana de Maceo, cuyas relaciones con Gómez por la hermandad de las armas, independientemente de sus diferencias personales, les hicieron convivir como familia. Primero en Jamaica y Honduras y después, en Nueva Orleans, donde compartieron el alquiler de una vivienda. Por tal motivo, Panchito recibió del Titán de Bronce mimos, paseos en coche y toda la historia militar, contada al más genuino estilo de valor y entereza revolucionaria que caracterizó cada una de las hazañas del Lugarteniente General.
Su vida y accionar revolucionario estuvieron marcados, de igual modo, por la educación impartida por su padre el Generalísimo Máximo Gómez Báez, quien desde temprana edad le demostró la importancia de preservar el honor a cualquier precio. Un rígido sentido del deber y del sacrificio, de la justicia y del amor que nuestro José Martí no pasaría por alto. “No creo haber tenido nunca a mi lado criatura de menos imperfecciones”.
Esa personalidad Francisco terminó de completarla justamente al lado del Apóstol. Muy pronto se convertiría en la mano derecha del propio Martí, además de la de su padre. Convertido en el hombre de confianza de Máximo Gómez, llevaba la contabilidad de sus negocios, libros, correspondencias, así como información y contrainformación. Lo mismo sucedió en par de ocasiones con el Maestro, a quien le sirvió para el manejo de grandes sumas de dinero a disposición de la Revolución, claves, mensajes y órdenes como el más experto mambí.
LEALTAD A PRUEBA
A la formación de Panchito habría que sumarle las acciones de combate en las que estuvo involucrado y que de igual manera le hicieron merecedor de un bien ganado respeto entre sus compatriotas. Basta señalar que con Antonio Maceo participó en 14 combates, entre los que se encuentran el de Ceja del Negro, uno de los más importantes en la contienda mambisa.
En el aguerrido muchachotuvo Máximo Gómez su mejor creación, al decir de Jorge Ibarra Cuesta. Constituyó la máxima expresión de lealtad y honor al decidir privarse de la vida antes de caer prisionero del enemigo, hazaña que, de hecho, lo inmortalizó en la historia.
El 7 de diciembre de 1896, Antonio Maceo Grajales muere en combate en los campos de San Pedro, en Punta Brava, provincia de La Habana. Para entonces, el capitán Francisco Gómez Toro, que no había participado en las acciones de combate, por hallarse rebajado de servicio debido a una herida recibida días atrás en un encuentro armado, al recibir la noticia, sin precisar si Maceo estaba herido o muerto, acude al lugar de los hechos.
Panchitorápidamente fue herido dos veces y la pérdida de sangre lo debilitó considerablemente. No obstante, él estaba dispuesto a no abandonar a Maceo, sino de acompañarlo hasta las últimas consecuencias. Consciente de su deber, encomendó su suerte al lado del Lugarteniente General del Ejército Libertador. A pesar de su corta edad (apenas 20 años), conocedor de lo que implicaba ser hijo de Máximo Gómez y presintiendo que el final se acercaba y que podía caer en manos de los españoles, prefirió suicidarse antes de caer en manos enemigas. De hecho, en su diario de campaña ha quedado escrito el testimonio de los momentos finales de su vida.
“Mamá querida, Papá, hermanos queridos: Muero en mi puesto, no quise abandonar el cadáver del General Maceo y me quedé con él. Me hirieron en dos partes y por no caer en manos del enemigo me suicido. Lo hago con mucho gusto por la honra de Cuba. Adiós seres queridos, los amaré mucho en la otra vida como en esta. Su Francisco Gómez Toro”.
Refiriéndose justamente al impulso que le haría escribir esas últimas palabras, expresaría su madre con profundo pesar: “(…) ni en sus últimos momentos en la agonía se olvidó de nosotros, Ay su carta de despedida pobrecito qué valor le dio. Dios, así estoy convencida que nuestro hijo no podía llegar a viejo en este mundo (…)”.
Es válido aclarar que no fue justamente en este acto en el que muere Panchito;su muerte no fue a consecuencia de su intento suicida. Aun estando con vida lo encontró un reducido grupo de soldados y guerrilleros. Fue el práctico Juan Santana Torres quien lo remató con un machetazo en el cuello.
Sin embargo, ello no le restó importancia a la hazaña del joven Francisco que, como bien anotaba su madre, había que tener mucho valor para ejecutarla.
RAZONES DE ORGULLO
Se cerraba el más trascendental capítulo de la vida de panchito y suficientes fueron sus 20 años para convertirse en ejemplo y orgullo de la familia Gómez Toro. También para quienes lo conocieron o llegaron a ser sus más cercanos amigos. A propósito, el propio Martí en carta al Generalísimo afirmaba: “(…) todos lo celebran, y envidian tal hijo. Él sobresale por su discreción y su ternura. Su orgullo es obrar bien, y pronto, y tan bien como el que más, si no mejor, que todos. Ya está hecho a la ejecución, la responsabilidad y el método”.
Panchito no solo fue el joven veinteañero, ni un segmento aislado de nuestra historia, sino un guía a seguir. Fue de esos hombres que aprisionan en su personalidad al joven revolucionario impetuoso, leal, con una moral intachable, un valor extraordinario y, a su vez, el hijo ejemplar y amoroso.
A propósito, Gerardo Castellanos hizo un retrato de Panchito que lo reafirma como símbolo de fidelidad mambisa dentro de los jóvenes enrolados en la guerra. “(…) En su simpático rostro llevaba soplo de tristeza. Era un hombre prematuro. A temprana edad poseía el don, que solo se adquiere en la edad madura, de vivir en sí mismo, abstraerse. Dominaba las riendas de su voluntad. Siempre se le oye hablando de deberes, sin desviarse de ellos. Es el tema favorito para ofrecer a sus hermanos. Deber con los amigos, deber con la patria, deber con los padres. Siempre deberes que cumplir”.
Estas descripciones de su personalidad resumen la esencia de la vida de un joven que se ganó un lugar cimero en la historia por sus propios méritos. Se desligó de la sombra de su padre, que bien supo guiar sus pasos y del cual no solo heredó su más estricta disciplina, rectitud, responsabilidad y deber; sino también ese extraordinario valor a toda prueba, el mismo con el que tuvo que despedir a su madre cuando tuvo que marchar al lejano norte, como él mismo le llamó en una carta sobrecogedora.
“Aquel día en que nos separamos, mamá, en aquel camino polvoroso y que pisaban tan queridas plantas, yo pensaba en Uds., mucho; pero no me alteraba la tristeza. No hay necesidad de estar triste, en este mundo sino cuando falta algún deber que llenar. Pensaba en volver por aquel camino algún día siendo más hijo aún, más hermano, más digno de las caricias de la madre que presto me abriría sus brazos”.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.