Sentimientos encontrados, gente común, incluso, familias controvertidas e historias sensibles y humanas en decenas de personajes nos estrujan el corazón en Viceversa. Con ellos nos identificamos los radiantes, los enamorados, los emprendedores, los ingenuos, los amigos, los padres, los homosexuales, los homofóbicos, los gorditos felices…
«Quería que esta gordita homenajeara a Una novia para David. No igual a las que habían salido en la TV, diferente también a la de Blanco y negro. Gina es la típica gordita del cake, pues se encasilla a los pasaditos de peso como bufones. Quise llegarle al corazón de Cuba, al de todos, que obesos o no, pueden ser empáticos».
Así, la Gina de Viceversa, Elizabeth Castro Cedeño, de San Antonio de los Baños, anclada a sus sueños entra por la pantalla, para dejar una enseñanza de querer y poder, binomio preciso si anhelamos llegar lejos. Ella, con 37 años de edad —y luego de varias profesiones— renace en un aula del Instituto Superior de Arte (ISA). Sabe que, tal como Gina, no es perfecta, se equivoca, cae y se levanta, pero sobre todo crece y no renuncia a sus anhelos.
—Cuéntanos de aquel casting que te entregó a Gina.
—Una amiga actriz me dice del proyecto de Loisys Inclán, en la Casa Productora. No sabía que era una novela. Fui con Eileen López Portillo, que es como mi hermana. Ese día estaban en busca de locaciones, averigüé el número de Eduardo Eimil, director de actores y después co-director, quien tomó mis datos. Al salir llegaba Loysis, conversamos, intercambiamos números telefónicos y quedaron en avisarme. ¡Y se hizo la luz!
—¿Cómo humanizaste a Gina hasta convertirla en protagónico?
—Loisys me habló de la Gina que tenía en mente, después pensé en la visualizada por mí, en aquel entonces estudiante de primer año del ISA. Leí la novela tres veces, primero como un lector común, marcando mis textos, y luego encarnando el personaje; o sea, me bebí cada capítulo y quería más y más.
«Me llevé de la Casa Productora 40 capítulos y rápido busqué otros 40, con esos guiones fui para San Antonio. Una amiga sicóloga me aportó características de personas como Gina, por la obesidad y por complejos de su infancia. Cada ser tiene una parte de Gina.
«Logré aportarle de Elizabeth vivencias, rechazos por ser obesa, y Gina también me aportó mucho a mí, así logré humanizarla. Quienes me conocen, no ven a Elizabeth, sino a mi personaje. Eso me hace feliz. Estudié mucho, pues me enamoré de esa gordita; la visualicé en cada capítulo, la sentí, hice muchas meditaciones, investigué sobre su conducta, y el porqué volcar el rechazo en la depresión y la comida.
«La quería también como inocente e ingenua, como al principio, que todo el mundo se daba cuenta del rechazo de Tony, pero ella aprende y cambia. Quería plasmar cómo tratar la baja autoestima, que los traumas de Gina-niña contrastaran con la chef y dirigente de un restaurante, pues era la niña mimada en casa, la depresiva, la insegura, y en su trabajo, no. Esa diferencia la humaniza.
«Gina es un coprotagónico y los televidentes la han vuelto protagonista en sus vidas, hasta me han escrito personas delgadas identificadas con ella. Más allá de la obesidad, hay quienes viven contextos similares».
—¿Qué te anima de tu familia de «gorditos»?
—Primero agradezco a todo el team de actores, y a mi familia particularmente. Mi madre me decía que me parecía a Yamira Díaz (mi mamá en la novela), pero no la conocía en persona. Ser su hija fue un sueño hecho realidad. Quien debía ser mi hermano no lo fue, y finalmente Rolo ocupó el lugar.
«Ahora es como mi familia carnal, igual que Claro, el actor que interpreta a mi padre. Es una familia maravillosa. Me aportó mucho. Tuve escenas muy dramáticas, y rápidamente cambiábamos al humor. También hubo otras que no eran de tanta alegría y en los ensayos fueron lo contrario. Aprendí de todos. De ellos me anima su esencia, su amor, y cómo enfrentan los problemas con unión».
—¿Cómo te preparas?
—Cuando daba por perdida mi carrera como actriz decidí ser locutora. Me enteré, gracias a Giselle Sobrino, de un proyecto en el ISA para trabajadores.
Aposté por él, y estudié con la familia de Miqueli, mi difunta maestra, su hijo, su hija… Ellos son un baluarte en mi carrera.
«Nunca perdí el tiempo. Antes de entrar al ISA me preparé con el profesor Yumani, en la casa de cultura de Arroyo Arenas, en La Lisa. Traté de entrar al Olga Alonso, no pude. En el Vedado, con Humberto Rodríguez, estuve muy poco tiempo debido a la lejanía geográfica y a la COVID-19. Yo viajaba a diario al Olga, y llegaba a San Antonio de noche. Después entré al ISA, ya curso el 3er. año de Actuación».
—¿Dónde se encuentran Elizabeth y Gina, o viceversa?
—Soy cariñosa, carismática, muy emocional, al igual que Gina; a Elizabeth le gusta comer; creo que en mi vida no va a haber otro personaje que ame tanto como a Gina. Ella tiene muchas cosas iguales a Elizabeth, pues es muy soñadora, es una mujer que da fuerzas a las personas que tienen el mundo derrumbado como ella. Así lo hizo con Armando.
«Y Elizabeth lo ha hecho igual. Aunque me sienta triste, trato de proyectarles a las personas lo positivo de mí, de darles ánimo, que se sientan bien, alegrarles el día, darles fuerzas y atención personalizada. Amo mucho la cocina; de hecho, si no fuera actriz quisiera ser chef. Más adelante verán otras cosas en común.
«Gina y yo luchamos por lo que queremos. Somos muy susceptibles y apasionadas en todos los sentidos: en el amor, la familia, el trabajo. No podría vivir sin actuar. Tenemos mucho una de la otra. Al Gina grabar el programa de cocina, dice que se va a ver más gordita… Eso lo viví cuando me dieron este papel, otro punto de encuentro».
—¿Y tú familia de verdad?
—Tengo dos niños preciosos: mi pequeño Elías Daniel tiene 12 años y el mayor, quien me hizo mamá, se llama Alaí Arístides Núñez Castro. Elías cursa séptimo grado y Alaí está en 12.
—Al tiempo que eres Gina, se abren otras puertas…
—La primera puerta es la del corazón del público cubano y de otras partes del mundo. Me escriben de Rusia, Alemania, Ecuador, Estados Unidos, Venezuela… de lugares que nunca imaginé que disfrutaran Viceversa. Estoy muy feliz y agradecida. En el verano sale el teleplay El salto, dirigido por Pepe Cabrera, para el programa Una calle, mil caminos. Ahí tengo el personaje de Nelly.
«Se abrieron las puertas del teatro, con la compañía Jazz Vilá Projects. Hago un personaje que fue interpretado también por la grande Broselianda Hernández, (a ella mucha luz) y, además, por Dania Splinter, quien me ha ayudado mucho con sus notas y energías. Estoy muy agradecida. Hemos estado en función en el Bertolt Brecht y en la sala Tito Junco. Otro privilegio.
—Alguna anécdota de tus hijos al verte en pantalla…
—Mi hijo mayor es un poco celoso. No lo demuestra mucho, pero sí lo es, y Elías es quien más me mortifica cada vez que sale alguna escena de beso o amor. La primera con Armando, la dedicada al afrodisíaco, como no estaba con ellos, me escribió cosas como «Echaaaa, Gina, y me enviaba las escenas por
WhatsApp». Al principio les chocaba un poquito, pero se han adaptado. Comprenden y se aconsejan entre ellos…
—¿Cuán difícil resulta para una ariguanabense la vida agitada de la televisión cubana?
—Bien difícil. No tengo vivienda en La Habana. Me han apoyado amigos, y personas que conocí en la grabación. Muchas veces me he quedado en una habitación rentada. Algunos trabajos y proyectos me llegan, y al decir que soy de San Antonio, la producción no puede contratarme, por no tener transporte.
«La novela y mis otros trabajos han sido lejos de mi familia. Ha sido muy fuerte. Actualmente me golpea mucho, a veces me paso un mes sin ir a mi casa. El teatro ensaya todos los días, incluso después de haber estrenado. Terminar tarde y coger un transporte para San Antonio de los Baños es bien complicado».
Muy parecida a Gina es Elizabeth, tal vez, una gordita no tan feliz pero sí aferrada a su porvenir. Esta ariguanabense es madre, hija, vecina… tiene una lista larga de personas a quienes agradecer, sobre todo a su maestra, pero la gratitud retorna a ella. Estamos en deuda con
Elizabeth por entregar el alma ante las cámaras; con Gina, por persistir, por enseñarnos que no importa la forma y sí el contenido. Y con ambas, por convencernos de que «nadie establece normas, salvo la vida».
(Fragmentos de la entrevista publicada en el periódico El Artemsieño por Yudaisis Moreno Benítez)
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