Raíces: Pacto con la ciencia (+fotos y video)

Javier Díaz Cruz es uno de los jóvenes que distinguen el quehacer del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de Sancti Spíritus

Sus inicios en el principal centro científico de la provincia fueron en el bioterio. (Fotos: Alien Fernández/Escambray).

Cuando Javier Díaz Cruz mira por el retrovisor de la vida sus 27 años, el asombro le salta en el rostro. De aprender a caminar sobre los surcos en la comunidad cabaiguanense de Cuatro Esquinas a permanecer horas forrado hasta la médula entre pipetas, microscopios, tubos de ensayo; de técnico medio en Zootecnia Veterinaria a especialista en cultivo celular en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) de Sancti Spíritus. Y, aunque no lo diga —quizás ni lo piense— le han resultado claves efectivas su entrega, constancia y pasión.

“Mi familia toda es campesina. De mis tíos y abuelos aprendí a trabajar la tierra y a manejar los animales”, cuenta y los ojos verdes se ensanchan del orgullo que siente por el hogar y su gente, a donde regresa cada fin de semana.

Javier Díaz Cruz funge como especialista en cultivo celular en el CIGB espirituano.

Por esa herencia natural, el muchachito que por su extrema delgadez ha aparentado siempre ser menor edad se refugió en la escuela. Entre libros, libretas y explicaciones teóricas, comprendió algunos procesos que vio hacer de forma empírica para obtener producciones en el pedacito de tierra que germinaba también abonada por el empuje de sus antecesores. Mas, sin proponérselo, tocó las puertas del principal polo científico de la provincia.

“Fue con las prácticas preprofesionales. Desde que puse los pies aquí me encantó. Me ubicaron a laborar con los animales y diagnosticadores. Recuerdo que cuando llegaron los dos meses de vacaciones había unos planes de producción bien fuertes y renuncié al descanso. Seguí junto al colectivo porque retribuía a mi formación y estaba contento. Nunca me he cansado de aprender”.

Seducido por el mundo que palpita entre las paredes gélidas y el silencio sepulcral en una esquina de la Universidad de Ciencias Médicas de Sancti Spíritus, Javier soñó regresar con su boleta de egresado al lugar donde se trabaja en el diseño, desarrollo y producción de diagnosticadores (como las tirillas para la detección temprana del embarazo o para el diagnóstico de la enfermedad celiaca); en la obtención de anticuerpos mono y policlonales, así como en otros proyectos investigativos de impacto nacional. Mas, la inexistencia de una plaza lo obligó a conducir sus pasos hacia el Laboratorio Provincial de Medicina Veterinaria.

“Estando ahí ingresé por la modalidad de Curso para trabajadores a la carrera de Medicina Veterinaria, en la Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez, para cerrar mi formación; también por mi amor a los animales. Cuando estaba en segundo año, hubo disponibilidad de plazas en el CIGB y volví para acá hasta hoy. Aquí descubrí la Bioquímica, la Microbiología, que me han permitido darles explicación a muchos de los procesos con los que interactuaba prácticamente desde que abrí los ojos en Cuatro Esquinas”.

Lo dice con rapidez. Quizá con el mismo ritmo con que transcurre el tiempo en ese centro reconocido a nivel de país por sus significativos resultados. En su retorno, volvió al bioterio —área dedicada a la experimentación con animales de laboratorio—. Allí lo sorprendió la covid, pandemia que puso a prueba a la ciencia espirituana y del mundo entero. Tras muchos combates, la inteligencia y las horas de estudio que distinguen al colectivo yayabero ayudaron a calmar la furia arrasadora del mortal virus.

“Muchos de los trabajadores debieron irse a sus casas, por diversas razones. Nos quedamos unos pocos y tuvimos que trabajar e investigar más porque nuestro país como parte del mundo vivía una situación excepcional. Nos correspondía aportar, así que no hubo titubeos, cumplimos con nuestra responsabilidad”.

Este joven de 27 años pasa las horas en el área de cultivo celular, avalada como el principal banco de células productoras de anticuerpos monoclonales de Cuba.

Fue por ello que, entre muchos reconocimientos, el CIGB de Sancti Spíritus fue premiado con la condición de Jóvenes por la Vida, otorgado por el Buró Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas.

Igual orgullo le pertenece cuando se indaga en la prensa y en los artículos científicos publicados durante esa etapa tan triste para la humanidad sobre la proteína N con sello yayabero. Su nombre integra el grupo que, tras muchas horas de investigación, logró aislar dicha proteína del mortal virus con elevada pureza y, luego, generar anticuerpos monoclonales que la reconocen específicamente, un resultado de gran impacto para la nación.

“En ese período me inserté a trabajar en proyectos importantes. Producimos los anticuerpos monoclonales que se emplearon en todos los candidatos vacunales que se analizaron en nuestro país. Abdala, por ejemplo, se produce por el CIGB. La base analítica de todos los ensayos clínicos y de la etapa de calidad para la liberación de candidatos vacunales es aportada por nosotros. También diseñamos sistemas analíticos”.

Se le escucha y se siente cómo Javier Díaz Cruz pierde la timidez. El área de cultivo celular del CIGB espirituano, pequeño espacio donde las bajas temperaturas hacen olvidar que Cuba es un eterno verano, donde la pulcritud se refuerza con el cumplimiento de medidas higiénico-sanitarias estrictas, se ha convertido en su templo. De la puerta de cristal para adentro, ni los truenos le roban la concentración.

“El objetivo de esa área es generar y producir anticuerpos monoclonales utilizados como herramientas analíticas, ya sea en vacunas o, principalmente, como reactivos biológicos. Puede ser también para el diagnóstico de algunas enfermedades”.

Ahí —lugar avalado como el principal banco de células productoras de anticuerpos monoclonales de Cuba— también se encuentran algunos de sus reconocimientos y premios, tras su asistencia en eventos como el TECMED-CIGB y el de las Brigadas Técnicas Juveniles.

“Actualmente, por ejemplo, estamos trabajando proyectos relacionados con el papiloma virus, específicamente en un candidato vacunal. También en uno del dengue. Los retos son muchos y aparecen diariamente. Me quedan muchas cosas que aprender, estudiar. Siempre he creído que hay que saber para superar todo lo que se tiene por delante y que desconocemos. Además, no solo se trata de quedarte con esos conocimientos, sino de ponerlos al servicio del resto de las personas porque solo así se evoluciona”.

Por esa filosofía de vida, no se tomó mucho tiempo de descanso tras concluir la academia. Desde hace un año ostenta el título de médico veterinario, el mismo que lo bautizó desde su ingreso a la universidad en Cuatro Esquinas como “el médico de la familia” y ya apuesta por colocar a su lado el de máster en Biotecnología Contemporánea.

“En febrero comenzamos. El propio CIGB de La Habana nos ofrece oportunidades de superación. Los profesores son de ahí mismo y por la modalidad virtual recibimos los módulos. Después de eso, a seguir para el doctorado porque en un polo científico no se puede quedar uno achantado”.

¿Satisfecho?

“Siento que todavía me falta mucho. El CIGB me ha portado más de lo que le he podido dar. Comencé con una base de conocimientos muy baja. He tenido que esforzarme mucho y el camino es inmenso. La covid me permitió explorar otros saberes como hacer ensayos, métodos de ELISA, estudié mucho. Por ello, se me abrieron otras puertas relacionadas todas con la superación. Por tanto, me queda demasiado para poder retribuir todo eso que al final me ha formado tanto en el plano personal como profesional. Y a ciencia cierta, te confieso, no sé si pueda y tenga tiempo de pagar”.

Lisandra Gómez Guerra

Texto de Lisandra Gómez Guerra
Doctora en Ciencias de la Comunicación. Reportera de Radio Sancti Spíritus y corresponsal del periódico Juventud Rebelde. Especializada en temas culturales.

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