¿Quién dice que el trabajo creador, intenso incluso, y el asueto riñen, son antagónicos o no pueden coexistir en un mismo espacio y tiempo?
Si así fuese, entonces la villa Los Laureles, de Sancti Spíritus, estuviera por estos días de verano lleno –únicamente– de vacacionistas, o tomado por albañiles, plomeros, electricistas… y nadie más.
En cambio, mientras Daniel Hernández, su esposa y su niña «cargan las baterías del esparcimiento familiar» en la piscina de la concurrida instalación, a pocos metros, sin ruido alguno para el disfrute, 15 obreros, pertenecientes a la sucursal tunera de Emprestur s.a., impulsan labores para reincorporar al servicio casi una veintena de habitaciones que, por sus impropias condiciones, se hallaban desde hace tiempo fuera de servicio.
Rescatar esas capacidades se torna estratégico, no solo por lo útil que pueden resultar cuando determinado organismo prepara algún evento y necesita alojar a los participantes, sino también para poder responder en mayor grado, durante todo el año, a la creciente demanda de espirituanos y de cubanos en general que, no por casualidad, se inclinan por esta apacible instalación de la cadena Islazul.
«Yo diría que lo más crudo: las cubiertas, ya lo tenemos prácticamente resuelto –afirma Yunior López López, al frente de la fuerza constructora–, al tiempo que avanzamos en otras labores de albañilería, plomería, carpintería metálica, pintura… a ritmo de unas diez horas de trabajo».
Mientras tanto –explica Yurisbel Perna Macías, director de la Villa– «hemos adoptado medidas para que diariamente todo el que acceda a nuestro motel se sienta a gusto, en un ambiente seguro y tranquilo, tanto en la piscina que, desde luego, es el lugar más visitado, como en las demás áreas y servicios que ofrecemos: restaurante, bar, cafetería, lobby-bar, parrillada, billar…
«Es justo mencionar, también, las actividades que para niños y adultos organizamos mediante la presencia de activistas del Inder y representantes de la cultura, quienes promueven juegos de participación y otras opciones, con el propósito de hacer más agradable y divertida la estancia aquí».
A juzgar por la calidad con que la fuerza tunera laboró en hoteles de los cayos Coco y Guillermo, al norte de Ciego de Ávila, o de la capital cubana, como el Comodoro, Los Laureles deben quedar reverdecidos.
Mantenerlos así, e incluso cada vez mejor, devendrá reto para quienes trabajan en el motel y también para quienes, en calidad de huéspedes, clientes o vacacionistas, hagan uso de sus áreas y servicios.
Mucho ojo con eso. La vida demuestra que a veces hay quienes, por descuido, falta de control, exceso de confianza o por estar durmiendo en los laureles, pierden la perspectiva y hasta el güiro, la calabaza y la miel.
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