La villa del Espíritu Santo se despabila cada amanecer, elegante y todavía encantadora. Con toda calma, comienza el ya largo recuento de sus ya próximos 510 junios. Para nada se considera una anciana senil, olvidadiza o insensata. Sin prisas, en una sosegada meditación de cumpleaños, la ciudad exorciza cada uno de sus pecados y coquetea ante el espejo hasta el más mínimo de sus encantos, mientras escudriña los horizontes por venir.
Cuentan los archivos que Sancti Spíritus vino al mundo en tierras de gigantescas arboledas, abundantes cedros y ceibas, en llanura fértil, cruzada por ríos y pájaros cantores: todo un ambiente bucólico en la entonces provincia india de Magón.
Algunas versiones apocalípticas aseguran que su primer emplazamiento a orillas del río Tuinucú apenas se mantuvo por unos años, pues los primigenios habitantes salieron a la desbandada atemorizados por una plaga de bibijaguas u otras hormigas que horadaban el ombligo a los recién nacidos.
Sin embargo, algunos razonamientos más lógicos y terrenales sugieren otras causas para la mudanza: conflictos entre funcionarios, mejor ubicación geográfica, más brazos para las encomiendas…
Pero lo cierto es que la cuarta villa fundada por el Adelantado Diego Velázquez —esta aldeana ciudad de seres tibios y mansos, de rejas y tejados, ganado y guitarras—, se asentó para siempre en las márgenes del río Yayabo, casi al centro de la isla, condenada a un aislamiento de siglos por la inoperancia de su único puerto en Tunas de Zaza y la mala pasada del ferrocarril central cuando la ignoró en su recorrido.
En los inicios, predominaron aquí las construcciones de guano y tabla, pero poco a poco las edificaciones mejoraron a base de ladrillo embarrado y tejas. Muchas de las calles persistieron y mantuvieron hasta hoy su tan peculiar entramado tortuoso y empedrado.
Y casi desde todas sus arterias se distingue el punto culminante de la villa, la Iglesia Parroquial Mayor, el templo cuya fecha de fundación los historiadores sitúan en 1680 y aparece entre los más antiguos, macizos y altos del período colonial cubano.
Pero, más allá de sus pilastras y cornisamentos, más allá de la fe multiplicada de sus feligreses, la vicaría del Espíritu Santo también guarda el especial encanto de su campanario, desde donde se observan quizás los mejores paisajes espirituanos.
Entre ellos, esas fachadas con influencias moriscas, que aparecieron sencillas y poco ostentosas. Mientras, aquí y allá se multiplicaron puentes, plazas y plazuelas, agradables para pasear al atardecer. Se dice que los dineros y la bonanza llegaron a Sancti Spíritus en el siglo XIX, cuando en la isla creció el interés por su ganado y la Carretera Central hizo el favor de la comunicación.
A partir de entonces, nacieron las obras arquitectónicas que, junto a la Iglesia Mayor, le dan aún hoy ese esplendor auténtico que identifica a la villa por todo el mundo: el Teatro Principal y la pasarela sobre el río Yayabo, ese “puente soberbio sobre un río humilde, al decir del historiador Luis F. del Moral.
De nuestros ancestros heredamos las fiestas del Santiago, las ferias ganaderas, el amor por las serenatas, los tríos y la trova. Sin embargo, en Sancti Spíritus se mantuvo esa timidez, ese sosiego medio campestre que la distingue hasta hoy y que bien han sabido subir a escena tantos poetas memorables como aquel sinsonte de Marcial Benítez, con su Palmarito siempre en la punta de la lengua.
Porque la singularidad espirituana se encuentra en cualquier rincón, desde la añeja tradición de las guayaberas y el legado cultural de la familia Fernández-Morera, hasta el enaltecedor patriotismo del Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, tan conciliador como firme y bravo en sus tres guerras por la independencia.
Repasar más de cinco siglos de vida en tan solo unas pocas cuartillas implica el riesgo de olvidos imperdonables que no merecen las tejas de Antonio Díaz, la canción Pensamiento, de Teofilito, los tríos y puntos del Yayabo, ni las tantas décimas y poesías enaltecedoras que ofrendan a esta ciudad.
Sancti Spíritus entró por las puertas del siglo XXI detenida al borde de su magia colonial, con la levedad de un pasacalle. Los días se burlan coquetos y suben la escalera del almanaque sin mirar atrás. Las claves y los coros se abrazan en un género musical que se reinventa robusto hasta hoy y para mañana.
El paso del tiempo siempre deja rastros, más en épocas de escasez, cuando no sobran ladrillos para reconstruir, ni pintura para maquillar, como tantas veces, a esta añeja ciudad. Quizás poco podamos hacer hoy los espirituanos para restaurar y mantener lozana a la villa.
En cambio, mucho podemos hacer para reverenciarla y protegerla como a la diosa que ampara y arropa a sus hijos; como a la madre que, sin proponérselo, consigue con sus tan particulares encantos que —desde la cercanía o la distancia—, todos la mimen, veneren y abracen con la calidez de siempre.
4ta villa y bien. Tremendo homenaje, desde lo periodístico, a la villa del espíritu Santo vísperas de su 510 aniversario. Las dificultades son muchas pero los escasos recursos que se disponen deben invertirse bien, donde prime la calidad y no la chapuceria en las obras de restauracion. Corresponde a todos hacerlo pero especialmente a las autoridades políticas y gubernamentales del municipio.
Gracias periodista por ver con los ojos del corazon a amada ciudad,donde mis padres abuelos y algun bisabuelo vinieron al mundo.Tal y como UD la describe es como la veo en mi imaginacion, cuando ando por otros lares,pero al regreso,en mi obligada caminata matutina,donde recorro media ciudad cada dia choco con la realidad del desorden urbanistico,los baches en la via y en las aceras,incluyendo dos enormes crateres frente a mi puerta y sobre todo,la desidia de quienes deben ocuparse de mejorarla,regreso a la realidad y quisiera la ciuadad de mi ninez,donde todavia las mansiones senoriales no estaban en ruinas.Reconozco que esta habiendo un interes reciente por cambiar un poco el rostro que me ayude a beber el vino amargo que me tocaEspero que la sensibilidad burocrata no se sienta demasiada lastimada y no me censure,como ocurre ultimamante,porque lo publiquen o no, la antigua escuela Santa Teresita(Carlos M De Cespedes) y el antiguo guzgado municipal,ambas en Cespedes, continuan en ruinas