Desde su propia génesis, Sancti Spíritus rompió con el resto de los primogénitos asentamientos de Cuba. Fue la primera tierra adentro, alejada de la costa, donde el Adelantado Diego Velázquez clavó la cruz para dejar por sentado que emergería allí la cuarta villa del archipiélago, entonces en descubrimiento.
Cuentan que durante las fiestas cristianas de junio de 1514 el fray Bartolomé de las Casas bendijo las tierras vírgenes en un fragmento de lo que hoy se conoce como Pueblo Viejo —ubicado a más de cinco kilómetros de la cabecera provincial de Sancti Spíritus— y proclamó el primer clamor escuchado en favor de los aborígenes: el Sermón del Arrepentimiento.
Luego de muchas investigaciones, confrontación de saberes y hasta de supervisión de expertos foráneos, en 2014 confirmaron allí elementos de transculturación que señalan el sitio como el asentamiento original de la villa del Espíritu Santo. Es esa otra distinción de este terruño: la única de las primeras villas cubanas con su sitio fundacional identificado.
“En esa área, perteneciente a un campesino, se han detectado evidencias de que allí existió actividad humana, tanto de aborígenes como de europeos del siglo XVI. Una expresión concreta del proceso de transculturación es el hallazgo de cinco cuentas de collar, elaboradas por los aborígenes con cerámica española. Pasados ocho años, en 1522 el asentamiento buscó abrazar el río Yayabo y es por eso que hoy residimos más cerca de ese afluente”, reconoce Orlando Álvarez de la Paz, jefe del Gabinete de Arqueología Manuel Romero Falcó, de la Oficina del Conservador de la ciudad de Sancti Spíritus.
Para la historiadora Bárbara Venegas Arbeláez el cambio de sitio resulta parte de un proceso natural y común.
“Es una característica de villa itinerante que encontramos en otros lugares del país. Entre las muchas motivaciones se ha reconocido la búsqueda de oro y un área con un sólido asentamiento aborigen”.
DE GUANO Y TABLA
En poco o casi nada se parece el Sancti Spíritus del siglo XVI al que hoy con ritmo de villa encanta a quienes recorren sus calles distribuidas a semejanza de un plato roto. Sin muchas pretensiones de las primeras construcciones llegó a mostrar cuatro plazas. Una estructura que desde cada uno de sus ángulos siempre se ve a uno de sus más preciados tesoros: la Iglesia Parroquial Mayor.
“Su núcleo urbano fundamental toma cuerpo en la elevación donde esa construcción con valores patrimoniales se erige —explica Roberto Villoch, director de la Oficina del Conservador de la ciudad de Sancti Spíritus—. Pero, poco a poco la villa crece y ya, para finales del siglo XVII tiene un desarrollo longitudinal paralelo al río Yayabo y se ha acodalado hacia la zona más antigua del actual Consejo popular de Jesús María. Con el paso del tiempo crece hacia otras zonas como hoy la disfrutamos”.
En consonancia con sus épocas, emergió en 1689 la Ermita de Jesús y en el área del actual parque Serafín Sánchez, otrora Plaza de San Francisco o de Armas se asentó la Ermita de la Veracruz. Posteriormente, ocupó su espacio la Iglesia de San Francisco y el convento con igual nombre. Ambos fueron demolidos para construir el espacio público testigo de muchos de los sucesos que tejen la historia de la urbe.
La misma que se refleja en el puente sobre el río Yayabo, único de su tipo en Cuba. Sostenido sobre cinco arcadas se mantiene intacto como expresión que respira al compás de sus pobladores.
“La ciudad tiene mucha influencia en su trazado urbanístico del sur de España de entonces —considera María Antonieta Jiménez Margolles, Ñeñeca, Historiadora de la urbe—. A finales del siglo XVIII y principios del XIX se rectifica ese trazado. Incluso, se erigió un barrio de moderno trazado regular conocido como Pueblo Nuevo”.
De esos siglos son también la Real Cárcel, el Teatro Principal y la otrora casa de la familia Valle Iznaga, actual Museo de Arte Colonial, una de las primeras viviendas de dos pisos de la urbe. Sin duda, fue un periodo de oro para Sancti Spíritus.
“Crece y se desarrolla. No es casualidad que recibe el título de ciudad en mayo de 1867. Ya para entonces cuenta también con su escudo de armas”, acota la historiadora.
Si de esplendor se habla en la urbe del Yayabo, una de las joyas más admirada da la bienvenida cuando se llega al parque Serafín Sánchez Valdivia. Es difícil no dejar escapar un suspiro por la belleza de la otrora Sociedad El Progreso, actual Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena. Allí se resguardan muchos de los principales hechos vividos en esta villa.
“El siglo XX marcó el inicio de una etapa de grandes transformaciones en parques y calles. Llegaron los automóviles. Se recubrieron muchos de los empedrados y las casas, unas se transformaron y otras se demolieron para hacer nuevas en consonancia con el eclecticismo”, aclara Ñeñeca.
AL CALOR DE LA LUCHA ARMADA
Mientras en los ambientes urbanísticos se perfilaba el espíritu y fisonomía de la villa, los campos espirituanos fueron estratégicos puntos de la lucha armada contra el dominio colonial español.
Honorato del Castillo, Marcos García y Serafín Sánchez se inscribieron en el grupo de los primeros yayaberos en alzarse en armas en febrero de 1869. Páginas gloriosas escribieron esos hombres junto a sus tropas. De ese contexto uno de los hechos más reconocidos fue la Protesta de Jarao. El propio José Martí dijo que no arrojó ni un ápice de sombra a la hazaña de Antonio Maceo en los Mangos de Baraguá. Protagonizada por Ramón Leocadio Bonachea, constituyó un ejemplo de continuidad de la lucha armada ante el Pacto del Zanjón.
Herederos de esa tradición otros espirituanos nombran trazos de nuestra historia nacional en la Sierra Maestra, el llano y ascendieron al Escambray histórico, en tiempos de lucha contra bandidos.
Precisamente, el auge de liberación en Sancti Spíritus creó las condiciones para recibir las columnas invasoras del Che y Camilo, enviadas por el propio Fidel Castro para extender la guerra a toda la isla. Estrategia que catapultó la victoria definitiva de la Revolución, en enero de 1959.
ARTE ENTRE LAS ARTES
Si algo se disfruta en Sancti Spíritus es la cultura popular. La ciudad tiene en su propia ciudadanía una riqueza llena de matices, vivencias e historias de siglos pasados.
“La villa se ha movido al compás de su ciudadanía común —alerta Juan Eduardo Bernal Echemendía, Juanelo, investigador, promotor cultural y escritor—. Se recuerda siempre a los personajes que la calle ha conocido”.
Ese motivo convirtió al bulevar en una especie de galería a cielo abierto. Allí se protege del olvido en formato de retrato escultórico a Francisquito, el espirituano que con un saco sobre los hombros y ropas raídas decía la hora más exacta que un reloj suizo.
“Justo en la entrada de una de las áreas más transitadas de la ciudad encontramos a Serapio, quien nutre los espectros de la memoria colectiva. Fue hombre de comparsa, compuso canciones, vendía periódicos, leía el diccionario”.
También allí está la imagen de Oscar Fernández Morera, quien captó con la poesía de los colores como pocos el espíritu de la villa. Se inspiró en los paisajes que posteriormente hicieron volar las musas de otros muchos artistas visuales e incluso estimularon la creación de murales. Tanto es así que, por algún tiempo, se denominó a Sancti Spíritus, la ciudad de los murales.
“Por su parte, lo que conocemos como Santiago espirituano tiene orígenes religiosos. Poco a poco, cambió hasta convertirse en una fiesta laica y de gran convocatoria en cada mes de julio”, insiste Juanelo.
Al calor de nuestra mayor celebración popular y la más longeva en este terruño, emergieron otras expresiones musicales que persisten a pesar de vendavales de modernidad: el Coro de clave con 110 años, la Parranda Típica Espirituana con 102 y los tríos que aún dejan escapar sonidos que trascienden el pentagrama local como Pensamiento y Mujer perjura.
Pero si de pasado y presente se habla, Sancti Spíritus no puede dejar de usar la guayabera. Más que una prenda de vestir, es un símbolo de identidad compartido con el resto de Cuba y el mundo. Uno de los tantos porque en cada encuentro con la villa se disfrutan sus muchos valores, los mismos que la hacen ser una verdadera joya histórica y cultural capaz de seducir con 510 años porque nos devuelve a los tiempos de los que ha sido cómplice.
Excelente síntesis de 510 años de historia y genial elección de los entrevistados! Hermosas fotos!. Humildemente, me gustaría aclarar dos cosas:
1.- El «Sermón del Arrepentimiento» de Las Casas, todo parece indicar que ocurrió en agosto de 1514 y no en junio, como se repitió siempre en la historia espirituana.
2.- La definición de Barbarita Venegas sobre el llamado «traslado de la villa», cuando afirma: «Es una característica de villa itinerante que encontramos en otros lugares del país. Entre las muchas motivaciones se ha reconocido la búsqueda de oro y un área con un sólido asentamiento aborigen», es clave para esa aparición del nuevo pueblo en 1522.
Felicidades!!
Excelente la crónica y el aporte de Javier Sanzo Rodríguez digno heredero fe su tío. Felicidades