Era plena primavera, el segundo día del mes de julio de 1846, cuando doña Isabel María de Valdivia y de Salas avisa a su esposo José Joaquín Sánchez Marín que está por llegar su primer hijo varón, sin siquiera imaginar que ese día estaría marcado en la historia para siempre y que el niño que bautizaron como Serafín Gualberto sería un hombre sin tacha, un militar como pocos, una de las figuras más excelsas de las luchas contra la ocupación española y un espirituano insigne, paladín de las Tres Guerras de Independencia.
O quizás sí pudieron imaginar que su vida sería en campaña por su apego a la vida libre, en pleno campo, con el gusto de sus baños en el río y con la aptitud para montar caballo, algo que le facilitó adaptarse a las difíciles condiciones de la manigua redentora durante las tres guerras mambisas por la independencia de Cuba, en las que tuvo Serafín una asombrosa hoja de servicios en la contienda, al dejar sus huellas en más de 120 combates contra las tropas españolas
Pero no alcanzarían a vislumbrar que sería el bravo subalterno de Ignacio Agramonte, el heroico guerrero de 100 combates durante la década que derramó sangre mambisa, el iniciador en Las Villas de la Guerra Chiquita, el colaborador incansable y tenaz de Martí en la organización y desarrollo del Partido Revolucionario Cubano, el Mayor General caído en 1896 en el Paso de las Damas.
Debía escribirse más en los libros de Historia del muchacho que, con apenas 22 años de edad, se alzó al frente de 45 hombres armados de escopetas el 6 de febrero de 1869 en la finca Los Hondones, en la zona de Bellamota, perteneciente a la demarcación espirituana.
Serafín fue de los primeros en salir al monte en este territorio y, acompañado de algunos amigos y camaradas, se incorporó a Honorato del Castillo, pulcro y valiente jefe, y luego al coronel Leonte Guerra, bravo entre los bravos, asistiendo a la toma de Mayajigua y al ataque de Chambas para después volver al lado de Honorato del Castillo, con quien estuvo hasta el día fatal en que cayó el jefe mambí.
Y fue también el hombre intrépido que, sofocada la revolución en Las Villas, marchó al Camagüey, donde se incorporó a las tropas de Ignacio Agramonte y, al frente de 80 hombres, chinos en su mayoría, asistió a la acción de Jimaguayú, donde cayó el camagüeyano. Luego pasó a las órdenes de Máximo Gómez, bajo el mando del cual asistió a numerosos combates, entre ellos los de Palo Seco, La Sacra y Naranjo.
Su respuesta ante el Pacto del Zanjón habla por sí sola de su entereza. Fueron pocos los mambises que abandonaron el campo de batalla; mientras que para aquellos que permanecían en la manigua la situación se hacía insostenible. Este era el caso de Serafín, que muy pronto definió aquella capitulación con total contundencia: “El Zanjón fue en el fondo una cobardía; en la forma, una vileza, y en sus funestos resultados, una traición excecrable contra Cuba”.
Sobra gloria para escribir hasta la saciedad del ser humano noble y sencillo que nunca olvidó su magisterio, al enseñar a leer y escribir en los campamentos insurrectos a campesinos y esclavos liberados como Quirino Amézaga; del combatiente sin tacha que, al organizarse el Partido Revolucionario Cubano bajo la égida de Martí, se convirtió en el mejor y más constante colaborador del Apóstol, cerca del cual afiló su pluma y su oratoria desde muchas tribunas.
Su encomiable labor al lado del Maestro quedó plasmada en la correspondencia que sostuvieron durante muchos años, tal vez por eso fue Martí quien mejor definió sus cualidades: “El general Serafín Sánchez es digno del amor de los cubanos por el valor que ha empleado con su servicio, por la dignidad con que vive en el destierro del trabajo de sus manos y por la pasión republicana que le dirige el brazo heroico. He aquí un buen ciudadano”. Y dijo más:“De sólidos méritos y limpio corazón (…) el valiente y sensato cubano Serafín Sánchez. De soldado se anduvo toda Cuba, y adquirió gloria justa y grande. Es persona de discreción y de manejo de hombres, de honradez absoluta y de reserva, y (…) tiene de columna hasta la estatura”.
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