Desde que se asentó definitivamente en la finca de su padre, hace más tres décadas, sembró un sauce llorón en el jardín, frente a la ventana de su cuarto. Alguien le hizo saber que este árbol, lejos de atraer tristezas, acercaba a la casa la ventura del agua, la luna, la fertilidad de la tierra. “La naturaleza es sabia”, afirma Soraya Díaz Álvarez, y hay en ello un simbolismo que lo dice todo. Caprichosamente, los domingos, justo cuando clarea el día, las ramas de ese sauce se llenan de zunzunes.
Protagonista de varios proyectos locales a favor del empoderamiento de las mujeres en el sistema agroalimentario de Cuba, esta productora de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Paquito Rosales, del municipio de Sancti Spíritus, tiene su propia filosofía de la tierra y de la vida.
SEMBRADÍOS DONDE SOLO HABÍA POTREROS
Cuando su padre llegó a la finca San Antonio, solo había potreros áridos y los malos recuerdos de su vida de campesino pobre en los vegueríos de Cabaiguán. Todavía llevaba prendido en los oídos el sonido de los cascos del caballo del mayoral, que casi de bruces se iba encima de los jornaleros en forma amenazante; todavía aquella camisa y pantalón de saco de harina, llenos de moho grisáceo del tabaco, parecían ir asidos de su cuerpo de lunes a viernes. Contra estas realidades se alzó y se hizo a la lucha con el Ejército Rebelde.
En 1960, un año después de que Fidel firmara la Primera Ley de Reforma Agraria, la finca San Antonio, en Los Mangos, en las inmediaciones de Banao, reverdeció en las manos de este hombre, cuya sombra cobijó a Soraya hasta 1991.
“Luego de fallecer mi papá, asumí las riendas de la finca y eso fue tremendo. Tuve que cambiar casi todos los hábitos de vida porque yo estaba viviendo en el pueblo; trabajaba entonces en la CTC. Llegué en medio del período especial, cuando era muy difícil concretar algún proyecto.
“Y como si fuera poco, me plantearon la necesidad de aceptar la presidencia de la CSS. Conducir una cooperativa de hombres nada más fue titánico. El primer desafío era buscar la manera de asociar a la cooperativa a las esposas de los campesinos ya asociados y hacerles entender a estos que, gracias al protagonismo de aquellas mujeres en el hogar y en algunas labores del campo, ellos tenían resultados.
“Estaba estipulado que las cónyuges podían ser socias, pero en eso nadie había reparado. Resultó difícil, muy difícil; sin embargo, a partir de entonces se logró que participaran en las reuniones y en los esquemas productivos de las tierras donde vivían”.
¿Cuál ha sido el desvelo mayor de Soraya como campesina?
Mantener la tierra productiva y diversificada para que el impacto de los desastres naturales sea menor. Siempre he estado enfocada en los cultivos varios; siembro hortalizas, plátano extradenso, yuca. Por cuatro años sembré únicamente plátano y frijoles; pero me di cuenta que cuando venía la época de ciclones, la pérdida era mucha y me dejaba sin opciones; ahora, todas las áreas de cultivos están diversificadas.
Vivimos en un clima que nos pone constantemente a prueba, y los productores tenemos que entender la necesidad de diversificar y de ser sostenibles. La cría del ave criolla, por ejemplo, ese pollo que se cría en el patio, que come gusanos; el puerco que se alimenta de yerba, de ateje, del mango que se goteó; todo eso es lo que le da la sostenibilidad a la alimentación de la familia campesina.
Nos acostumbramos a la cría del puerco blanco, dependiente del pienso importado, y desechamos las posibilidades que nos brinda la del puerco criollo, que se pasa el tiempo suelto en los potreros, “joseando”, comiendo palmiche. Ese puerco que come el maíz que tú le desgranas a tus pies, que come el salcocho casero, ese es el puerco que sabe a Cuba.
Esta práctica se ha perdido.
Se ha perdido, y si esa cría silvestre no se hubiera perdido hoy el impacto de la falta de pienso no fuera a la escala que ha llegado. Esa variante, la del puerco criollo, permite criar para ti y vender el excedente.
La agroecología, bien se ha dicho, salva. ¿Cuánta razón hay en ello?
Yendo a la par del desarrollo de la técnica consumista del mundo, la tierra se destruye, y hay que necesariamente salvarla con la agroecología. No puedes aspirar a hacerlo todo con abonos químicos; tú le aportas lo que de ella misma se deriva cuando le reintegras los residuos de la cosecha, cuando le incorporas materia orgánica, cuando conviertes el excremento animal en abono. Ella te da y tú le devuelves.
Desde hace 20 años en mi finca se practica la agroecología. Primero se hizo un centro de lombricultura con el propósito de echarle el humus de lombriz a los frijoles y a los frutales; luego se extendió a todos los cultivos.
Somos un país tropical en el que los soles intensos, las sequías dañan la tierra, la van poniendo árida; es como exprimir una ropa hasta dejarla prácticamente seca. Para contrarrestar esto, hay que ampararse en lo biológico y en la agroecología.
No digo que en su momento, cuando lo había, utilicé un poco de químico; pero la práctica me ha demostrado con creces, que cuando utilizo la cachaza, el compost, el humus de lombriz, los rendimientos son hasta tres veces superiores.
Varios proyectos nacionales e internacionales han tenido en cuenta la finca de Soraya…
En 2016 fuimos parte del proyecto de mujeres productoras de frijol, promovido por el Proyecto AGROCadenas, implementado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y el Ministerio de la Agricultura, que nos benefició con sistema de riego, mantas, motomochilas, capacitación en el extranjero; en este último caso en España.
Gracias al proyecto de Apoyo a la Intercooperación Agropecuaria (Apocoop), que formó parte del Programa de la Cooperación Suiza en Cuba, se montaron dos casas de posturas, dos invernaderos para lograr posturas de todas las hortalizas como tomate, ají, pepino, calabaza, col… En cada ciclo de 40 días se pueden entregar alrededor de 380 000 posturas a las bases productivas de la zona. Lo más importante es el enfoque de género que tuvo esta experiencia.
Hace tres años estoy sembrando papa ecológica con buenos resultados. Lo hago por el sistema agroecológico, que solo se maneja con productos biológicos y materia orgánica. Es un proyecto promovido por la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey, de Matanzas, y he recibido un apoyo importante de Labiofam.
Se nos ha pedido ser un poco soberanos con la semilla por si no se puede importar desde Holanda o Canadá porque resulta muy cara. En el frigorífico está guardada la que voy a empezar a sembrar a finales de septiembre.
Ninguna academia le ha dado el título, pero es usted una científica natural.
Yo de Agronomía sé lo que me ha ido enseñando la vida en el campo y la observación, y siempre digo que el mejor agrónomo es el propio campesino que ama la tierra. Tú pasas por una siembra y enseguida percibes si le está cayendo una enfermedad. Es como cuando tienes un hijo, que, con solo verle los ojos achurrados, ya sabes que le va a dar fiebre. Ese interactuar de todos los días con lo que haces y amas es lo que te da la sabiduría.
¿La teoría de que hay tierras viejas e inservibles es una justificación de vagos?
No hay tierra nueva ni vieja; la tierra es la misma desde que se formó. Le digo a la gente que la tierra mala es un problema de tipificación, de clasificación; pero no hay tierra mala, lo que hay es que buscar qué pudiera producir cada una. ¿Cuánto le aporta a la economía, por ejemplo, la producción de carbón? Hasta cuando la tierra se te infesta de marabú, algún provecho te da.
Lo que te toca es cuidarla porque la tierra quizás si pueda vivir sin las personas; pero ellas no puede vivir sin la tierra. No es posible que, sabiendo que del trabajo se derivan todas las riquezas, haya todavía personas laboralmente activas cruzadas de brazos.
¿Esa pudiera ser la raíz de muchos males?
El desafío de reducir los precios, por ejemplo, es producir. La oferta tiene que irse por encima de la demanda, y si todo el mundo hace producir la tierra, y lo hace bien, vamos paulatinamente hacia una soberanía alimentaria que destrabará muchos problemas aún sin resolver.
Si varios productores en una localidad, al unísono, ofertaran puercos, el precio necesariamente bajara, porque simplemente si lo vendes caro, nadie lo compra.
En la finca San Antonio hay una siembra colectiva permanente. ¿Qué protagonismo tiene en ello la familia?
Cada resultado ha sido fruto de un equipo de trabajo, de la familia: mi esposo Tomás Ferrer, mis hijos, los trabajadores. Es la unión la que ha podido todo; somos un conjunto de personas con un mismo objetivo.
¿En el reloj del trabajo a Soraya le queda tiempo para atender el jardín?
Después que terminas una jornada agotadora, el andar del día, tienes que tener cosas que te rodeen, que te den satisfacción espiritual. A mis jardines vienen todo tipo de pájaros: carpinteros reales, tocororos, negritos, zunzunes. Nunca he permitido a nadie que me entre a la finca con una jaula o con un tiraflecha.
Los domingos, que es el único día que no me levanto a las cinco de la mañana, vienen muchos zunzunes y se posan ahí, en el sauce llorón que está frente a mi cuarto; le puse cristales a mi ventana para poder verlos. Es la espiritualidad, me gusta mirarlos. Eso me complementa, y no te imaginas cuánto.
Todo lo que aqui se dice es vd. esta Sra es ciencia pura un ejemplo de mujer rural, emprendedora, luchadora y gran amiga aunque no es buena cocinera, ella sabe cuanto la aprecio por la gran persona que es. Sigue guapeando mi amiga que el pais necesita de muchas Sorayas