Tengo el don de la palabra (+fotos)

La espirituana Marta Luisa Uriarte García se confiesa voz de multitudes y disfruta con humildad en su pecho la Orden Mariana Grajales Coello, que recibió en el contexto de las celebraciones por el aniversario 64 de la Federación de Mujeres Cubanas

Marta recibió la Orden Mariana Grajales de manos del presidente Miguel Díaz-Canel. (Foto: Estudios Revolución)

Cuando la Orden Mariana Grajales Coello ancló en su pecho, el primer pensamiento viajó de golpe al corazón de su madre, la guerrera principal de las batallas que la llevaron hasta aquí. Marta  Luisa Uriarte García le agradece el ejemplo. Y también a la vida, por permitirle tantas emociones, conquistadas a lo largo de un camino que no fue siempre fácil.  

“Comencé con 16 años en el IV Contingente Manuel Ascunce Domenech. Estudiábamos y trabajábamos a la vez. Fue una trayectoria linda. Vestíamos con uniforme; había juventud, deseos de trabajar, nos íbamos para las escuelas en el campo y allí enfrentamos la tarea a la que nos llamó nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, cuando nos pidió cubrir la necesidad de profesores que había. Somos una generación de sacrificios. Tengo que decir que las experiencias han sido maravillosas”, recuenta ahora desde una butaca de la sala de su casa humilde, en un diálogo interrumpido ocasionalmente por el bullicio de la Carretera Central que atraviesa a Jatibonico, pero no logra opacar su voz vibrante.

Marta —así, sin hache, recalca— conserva igual pasión que cuando la conocí frente a un aula hace algunos años, cuya cifra prefiero no revelar solo para no hacer descubrir el impacto del tiempo sobre mí, porque en ella todo parece inalterable: la elegancia, la sonrisa, el sentido del deber y la justicia…

Con memoria proverbial, aún sudorosa por el sol que ahora calienta su ropa lavada y acabada de tender, me recuerda cierta anécdota olvidada de mi época de alumna y agradece la deferencia de Escambray para dar fe de su sencillez y abrir las puertas a un diálogo que brota fácil, como el aroma de su exquisito café.

Mi vida siempre ha sido muy activa, muy activa, señala Marta. (Foto: Yoleisy Pérez/Escambray).

LA CONDECORACIÓN DE LA SORPRESA

Aunque ha dedicado casi toda su existencia a defender derechos y reclamar dignos espacios para la mujer cubana, esta sorpresa no se la esperaba.

“Me llevaron a La Habana con el objetivo de recibir un reconocimiento que me iban a entregar. Me entero precisamente en ese momento. Yo mirando que mi apellido es con U, pensaba que sería de las últimas y me llaman de primera; entonces me dicen que he sido seleccionada entre las cinco mujeres que recibirían la Orden Mariana Grajales Coello, que es la máxima distinción que otorga la Federación de Mujeres Cubanas, aprobada por el Consejo de Estado; y de manos de nuestro Presidente”, evoca conmovida.

“Él trataba de no pincharme el pecho, porque la presilla estaba un poco incómoda, y yo le decía: No importa, no importa. Fue un momento muy bonito. Lo recordaré siempre. ¡Y mira que he tenido sucesos importantes! Me sentí orgullosa, representando a la mujer cubana; contenta y comprometida a seguir trabajando el resto de mi vida”.

Una llamada telefónica la interrumpe brevemente. Anuncian su presencia en el acto provincial por el aniversario 64 de la Federación de Mujeres Cubanas, una organización que mucho le debe. “Allí estaré”, dice y su memoria regresa a la jornada  inolvidable del último 13 de agosto, cuando agradeció a todos los que han hecho posible esta distinción.

Pero, tal vez, también recorrieron su memoria otras anécdotas laceradas por prejuicios y abusos, a las que jamás ha negado su hombro.

¿Considera que el empoderamiento femenino es un asunto de arengas o de acciones?

Eso se logra con acciones. Nosotros tenemos que hacer un trabajo diferenciado. En primer lugar, escuchar a las mujeres, analizar qué problemas tienen. Pienso que sí es posible lograrlo en un futuro, pero todavía nos falta. Hay algunas aún maltratadas. A mí han llegado mujeres a las que los maridos les pegan, los hermanos; mujeres a las que los esposos no las dejan trabajar. Entonces nos queda mucho por hacer en la base para convencer a esas mujeres de que verdaderamente logren el empoderamiento que se está buscando.

¿Qué les recomendaría?

Ninguna mujer en estos tiempos tiene que aguantar nada, con todas las posibilidades con que cuentan. Nosotras tenemos la Casa de Orientación, donde las ayudamos, trabajamos con ellas. Les aconsejo a las mujeres que traten de buscar  libertad; esa igualdad que se pide, que se logre de verdad.

HECHOS, MÁS QUE DISCURSOS

Marta habla sin descanso. Lo atestiguan hasta las burlas jocosas en familia. “Ya no soy delegada. Yo me río porque mi esposo me dice: ‘¡Qué descanso han tenido los vecinos! Desde que te retiraste ya nadie habla en los matutinos. La única que hablaba eras tú’. Y es verdad, porque los matutinos eran míos (vuelve a reír)”.

Pero no es una mujer de discursos vacíos. Defiende lo que cree. Y lo que siente hasta en la piel de los otros. Sin temores. Sin límites.

“Desde que era estudiante, fui coordinadora de los Pioneros, líder en el Comité de Base, en la FEU. Mi vida siempre ha sido muy activa, muy activa. Yo tenía un profesor que decía que yo era un cuadro perfecto; siempre lo afirmaba y así mismo lo dejó escrito en la evaluación cuando me gradué del Destacamento Pedagógico: que tenía experiencia y aptitudes como cuadro”.

No le hizo quedar mal; donde quiera que ha encontrado una tribuna, ha sido para reclamar nobles causas; como la vivienda de aquella señora sin techo a la que no ha vuelto a encontrarse, los lentes para la operación de una niña de 10 años que ansiaba ver la luz, o la reparación de la Secundaria Básica que por más de cuatro décadas también fue su casa.

Durante 15 años representó a los espirituanos como diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular, donde no faltaron sus intervenciones sobre los más variados asuntos terrenales de la gente de a pie, con la que se identifica a diario. No es casual que la Asamblea Municipal del Poder Popular de Jatibonico la haya distinguido con la entrañable condición de Hija Ilustre.

¿Y cómo fueron las experiencias como delegada en la base?

Maravillosas. No por nada, pero yo arrastraba multitudes, la gente me seguía. He tenido facilidad para llegar a las masas, para poder entenderme con ellas. Aún me aclaman como diputada.

En cada una de las asambleas, hasta en la Asamblea Nacional, yo hablaba en voz del pueblo, nunca en nombre mío. (Foto: Yoleisy Pérez/Escambray).

¿Mantiene la vehemencia con que ha defendido sus principios?

Sí. Y la mantendré siempre. Con todos los problemas que existan y que me calen la piel. Hablo en nombre de la población que no puede llegar a los niveles donde pude.

¿Se ha sentido, acaso, su voz?

Claro que sí. En cada una de las asambleas, hasta en la Asamblea Nacional, yo hablaba en voz del pueblo, nunca en nombre mío, ya ve usted las condiciones en que vivo.

SIN FAMILIA NO SOMOS NADA

Hace algún tiempo Marta se jubiló de su puesto de profesora, pero muy pronto volvió a las aulas que, asegura, le han desarrollado el don de la palabra desde la vocación por la Historia y las Ciencias Sociales.

A los 67 años, luego de no pocos sacrificios personales y un montón de días y horas dedicados al trabajo, capaces de hacer pensar a su nieta que la abuela trabajaba “en una reunión”, pudiera ya dejarse rendir.

“Para nada —se niega—. Siempre estoy buscando nuevas misiones, algo que me ayude a seguir adelante. Yo no estoy cansada; al contrario, tengo que seguir trabajando para ayudar a mi familia, para seguir ayudando a este pueblo; a la mujer cubana, sobre todo, que es lo más importante”.

Mira sutilmente a la pared, donde los reconocimientos comparten espacios con las fotos quinceañeras de Elizabeth, la muchacha hermosa que su hija Isabelita les trajo para redondear la dicha del hogar. Agradece otra vez.

“Para mí la familia es fundamental. La familia es la célula elemental y natural de la sociedad, en ella se forman todos los valores. Nosotros como Estado, maestros, educadores podemos ayudar un poco, pero la familia es la semilla donde nace la persona y lo que lo rodea. Sin familia no somos nada”.

¿Y la suya?

La mía representa lo más importante. Desde que abrí los ojos mi mamá me estuvo educando. Todo lo he logrado con sacrificio, con mucho amor y dedicación. Tuve buenos maestros que me enseñaron a amar, aunque mi maestra mayor fue mi mamá, una mujer que se empoderó, con cuatro hijos y sola; mi papá no nos pasaba ni mantención. Gracias a la Revolución también; pero tengo el ejemplo vivo de mi madre, que es mi Mariana Grajales.

¿Entonces en esa condecoración que acaban de otorgarle está representada su propia historia?

Bueno, a mi madre fue la primera persona a la que llamé. Me dijo emocionada: «¡Te vi por televisión!»; y le respondí: Mami, esa medalla te la debo a ti.

Yoleisy Pérez Molinet

Texto de Yoleisy Pérez Molinet
Editora general de Escambray

Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *