A la sombra de los árboles y casi a orillas del majestuoso río con el que comparte su nombre aborigen, en un entorno apacible y silvestre, el poblado de Tuinucú ha sido testigo del paso indetenible del tiempo, desde aquellos lejanos años fundacionales y hasta los días de hoy, siempre atado a los destinos del azúcar, con su ancestral sabor dulce, pero a veces también amargo.
En las memorias escritas por el acucioso historiador local Santiago Serrano, aparecen las primeras referencias al barrio Tuinucú en 1721, que por entonces disponía de pequeños trapiches y proveía de viandas, vegetales y granos a la vecina villa de Sancti Spíritus.
Para inicios del siglo XIX el ingenio ya gozaba de prestigio económico, más tarde consolidado bajo la tutela de la familia Rionda, de origen español y dueña del latifundio y la empresa azucarera más grandes del mundo durante la neocolonia en Cuba.
En esos años de esplendor cañero, se compuso el batey con una lujosa casona para los dueños, albergues para los técnicos calificados y bohíos donde sobrevivían los asalariados blancos y negros, mientras transcurrían por aquella comarca los primeros desalojos campesinos.
Mucho ha caminado el reloj desde entonces hasta ahora, pero en las buenas y en las malas, invariablemente, la localidad siempre ha mantenido las memorias de su líder sindical Melanio Hernández y ha caminado reclinada sobre el hombro salvador de su ingenio, que no solo constituye la principal fuente de empleo, sino que se ha convertido en su mejor aliado.
LAZOS DE FAMILIA
Hoy Tuinucú ofrece la viva estampa de un pueblo campestre, donde los autos y las motorinas se cruzan lo mismo con coches y caballos montados por sus jinetes, que con perros mansos y alguna gallina bullanguera; donde todos se saludan a viva voz de un extremo al otro del parque, como una especie de familia grande.
Y como toda familia cubana de estos tiempos, la comunidad enfrenta las complejidades actuales: desde los altos precios y los prolongados apagones, hasta la escasez de alimentos y las dificultades con el combustible.
Nacido y criado en Tuinucú, Rubén Perea se apoya en su bastón de minusválido para desandar el poblado. Mantiene en el rostro la bondad y una sonrisa ingenua. En poco rato improvisa, entre medio tímido y medio desenvuelto, una radiografía del lugar: “Tenemos muchos problemas con los baches y los desagües sanitarios drenando a las calles. También hay dificultades con el transporte”.
Como vecino, ¿ha sentido la presencia y la ayuda del Gobierno hacia la comunidad?
“Hasta hace poco y por más de 20 años tuve responsabilidades en la Aclifim. Las personas con discapacidad aquí siempre hemos recibido el apoyo de los delegados, el central, el Consejo Popular. Pero quizás pueda haber un poco más de interacción del Gobierno con los habitantes de la comunidad para resolver las problemáticas, aunque también habría que ver las posibilidades reales que ellos tienen para poder atender y solucionar las inquietudes de la gente”.
Escambray desanda una mañana cualquiera los vericuetos de Tuinucú y por el camino también dialoga con las jóvenes delegadas de circunscripción Liliana Reguera y Mabel Ceballos, quienes coinciden en varios de los planteamientos más recurrentes de sus electores: las calles y carreteras intransitables, la negativa de los vendedores a aceptar los pagos en línea, las limitaciones para recoger los desechos sólidos por el déficit de combustible y las dificultades crónicas con el abasto de agua.
“Yo no tengo una gota de agua y es muy complicado, muy triste verte sin agua, ya son como seis años así. Ese es un problema histórico aquí, tengo lugares que no les llega nunca y otros que les llega un día. El déficit de combustible también afecta el tiro en pipas”, describe el complejo panorama Mabel Ceballos.
Tuinucú recibe el líquido por dos vías —del acueducto de Siguaney y del río Tuinucú— y, aunque se han buscado alternativas, como arreglar una bomba para sustituir la actual de más pequeña capacidad y habilitar un rebombeo, esta se mantiene como la problemática más apremiante de la comunidad.
“Tenemos lugares más apartados a donde no llega el agua por ninguna vía, como el tejar Madrigal, el Quema’o, la Veguita. Allí nunca han tenido tuberías, han hecho pozos profundos y nada. La única solución es la pipa con ciclos de siete días y cuando está crítico el combustible hasta de 15 días”, puntualiza Anieska Méndez Rivero, presidenta del Consejo Popular durante dos mandatos.
¿Y han encontrado alguna salida para mejorar los viales?
“Tenemos cuatro calles que se están arreglando con asfalto frío, tienen el presupuesto asignado a través de Comunales, pero la industria estaba paralizada. En cuanto empiece se podrá hacer el trabajo. Las entrecalles las atiende la empresa azucarera, les tiran rocoso, pero cada vez que llueve se lo lleva”.
¿Cómo aprecia la relación del Gobierno con la comunidad en función de atender todas estas problemáticas?
“Yo no tengo quejas del Gobierno, a la hora que los llamo están ahí, se preocupan por las situaciones que existen, dan respuesta, gestionan con los administrativos y les exigen que nos atiendan”.
¿Hasta qué punto la empresa azucarera actúa en función de mejorar la vida de la localidad?
“Tenemos una relación tan estrecha que somos como una familia. Ellos se preocupan mucho por la comunidad, su mano está en todo lo que se hace aquí. Les nace ayudar para que el pueblo esté bonito, contento. Lo mismo apoyan con equipos y combustible para recoger basura, que haciendo una caldosa o prestando una planta para cargar los equipos de los vecinos en el apagón. No tengo que ir a pedirles, ellos me llaman para dar. Es una relación muy especial”.
CLAROSCUROS DE TUINUCÚ
En Tuinucú conviven alrededor de 4 820 habitantes, quienes entre sus orgullos también muestran una de las mejores plantas de derivados de Cuba, servicios médicos extendidos y muy profesionales, una escuela primaria de referencia, el liderazgo femenino de muchas áreas, un ambiente acogedor y ese engranaje colectivo que siempre los ayuda a respirar.
“Tenemos una matrícula de 319 niños, incluida un aula anexa de 12 estudiantes con necesidades especiales. Aunque la cobertura docente está un poco inestable, en estos momentos solo me falta una coordinadora de ciclo. Tenemos buena asistencia, pero nuestra comunidad es compleja, es una de las que tienen un foco rojo en el municipio”, reconoce Ada Julia Aquino, directora desde hace casi una década de la escuela primaria Melanio Hernández.
¿Qué problemáticas sociales presenta la comunidad que inciden en el desempeño de sus alumnos?
“Por ejemplo, personas que no trabajan, alcoholismo, indisciplinas sociales, violencia y todo eso transcurre en los hogares de nuestros niños, que a veces se afectan y presentan problemas de aprendizaje. Somos la escuela que más alumnos ha promovido a la enseñanza especial. Hemos identificado a 33 familias vulnerables, a las cuales les damos atención diferenciada. Muchas presentan problemas económicos y las ayudamos con el servicio de seminternado. Aquí trabajamos bastante unidos, en red, como se quiere”.
Por su parte, los trabajadores sociales mantienen seguimiento a 26 jóvenes desvinculados del estudio y el trabajo, a una veintena de ancianos que se alimentan en el comedor del Sistema de Atención a la Familia con una oferta bien elaborada, a 14 núcleos que reciben prestaciones monetarias y algunos recursos, a algunas madres con tres hijos o más, entre otras problemáticas.
En la bodega de la esquina del parque, esta mañana se cocinan otras inquietudes cotidianas de los lugareños: que si la casilla es chiquita para tantos consumidores, que el combustible de cocinar no ha entrado más nunca ni los huevos tampoco, que la leche en polvo la dejan en Zaza del Medio, que si los muchachos no tienen cómo trasladarse para llegar en tiempo a la escuela.
Porque, aunque en general el transporte de la comunidad cuenta con un ómnibus para la ruta hacia Sancti Spíritus y otro para Taguasco —con dos salidas diarias cada uno—, cuando falta el tren estas opciones resultan insuficientes para que más de un centenar de alumnos de secundaria, preuniversitario y politécnico lleguen en tiempo a Zaza del Medio, donde radican sus centros escolares.
Más allá de estos claroscuros, a la sombra de los árboles y casi a orillas del majestuoso río donde se estableció para siempre, Tuinucú voltea cada día otra página en su calendario y en cada recuento siempre emerge su ingenio, como una pilastra contra viento y marea.
Esa industria que, bien lejos de su esplendor productivo, incluso en esta última zafra —de las más angustiosas que se recuerden aquí—, mantuvo decorosos indicadores económicos, energéticos, de eficiencia y calidad, con un ingrediente tan sustancial como el cañaveral mismo: la vergüenza y profesionalidad de su gente.
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