Mariela Álvarez Cabrera tuvo el privilegio de formar parte de la primera graduación de trabajadores sociales del país, proveniente de la escuela Abel Santamaría Cuadrado, de Villa Clara. Han pasado más de dos décadas de aquel suceso y, a la altura de este tiempo, mantiene la vocación de llevar luz y aliento a las personas necesitadas.
De aquella etapa estudiantil, se llevó los conocimientos con los que ha impulsado su quehacer a lo largo de 23 años. Pero no solo conquistó saberes, sino hondos principios humanos.
Con esas premisas, laboró por primera vez en la propia escuela que la formó y, más tarde, llegó hasta la Dirección Nacional del Programa de Trabajadores Sociales, con la misión de atender los centros educacionales que se dedicaban a la formación de estos profesionales en el país.
Las experiencias las trajo a territorio yaguajayense y, después de trabajar en diversos lugares, tocó a la puerta del Consejo Popular de Jarahueca para ayudar a las personas. En ese sitio, que posee siete circunscripciones, cuatro de ellas en situación de vulnerabilidad, Mariela busca soluciones y erige sueños.
LA OBRA DE SALVAR
A Mariela los días no le alcanzan. Cada jornada recorre diversos puntos de Jarahueca. Su propósito: conocer los problemas de la zona, caracterizar al necesitado, orientarlo sobre las vías o mecanismos de solución y trasladar su problema a las autoridades pertinentes en caso necesario.
Por esa voluntad de ayudar, esta trabajadora social se ha ganado el respeto y la admiración de todos en Jarahueca. Y, aunque está pendiente de cada caso, fue en el 2021 cuando tropezó con uno de los hechos más sensibles que ha enfrentado hasta ahora.
“Comencé a trabajar en el consejo popular y enseguida me comentaron sobre el caso de las jimaguas Marianny y Mirianny Cuello Plasencia. Para mí era el más crítico del territorio en aquel momento. Esas niñas a los tres años quedaron huérfanas de madre y su papá, que trabajaba en una finca particular cerca de Cuatro Caminos, comenzó a llevarlas a una vivienda de adultos mayores que las atendían. Todos los días las dejaba allí, hasta que un buen día se las regaló, por decirlo de alguna manera, a estas personas.
“Inicié el trabajo con ellas cuando estaban en sexto grado y estudiaban en la escuela de Cuatro Caminos. De inmediato empecé a visitarlas y a interactuar con ellas y con la familia que las había acogido”, cuenta la trabajadora social.
Aunque Mariela tenía delante un camino con trechos empinados, nunca cejó en el empeño de ayudar a crecer a esas jóvenes. Siguió de cerca sus pasos en la Secundaria Básica y, más tarde, en la Enseñanza Preuniversitaria.
“Al ver sus deseos de estudiar y de encaminarse, a uno le daban deseos de ayudarlas. Es fácil trabajar con estas niñas. Son muy buenas, educadas y agradecidas con lo que las hemos podido ayudar y con todo lo que la Revolución ha hecho por ellas”, destaca.
AYUDA, PALABRA DE ORDEN
Cuando Mirianny y Marianny estaban a punto de concluir noveno grado, la prioridad fue garantizar su continuidad de estudios.
“Tuvimos que trabajar con vistas a que fueran a la misma escuela, con un solo transporte y apoyar el sacrificio de la familia que las había acogido. Así, se incorporaron al Centro Mixto Felino Rodríguez, de Meneses.
“Fueron tres años de un trabajo mano a mano con Educación; asistimos a las reuniones de padres, estuvimos pendientes de sus situaciones, les garantizamos sus principales necesidades, y se les aprobó una prestación monetaria temporal”, subraya la trabajadora social.
Y cuando las muchachas estuvieron a punto de concluir el duodécimo grado, la preparación para las pruebas de ingreso a la Educación Superior estuvo en la mira.
“Gracias a su esfuerzo y con el apoyo de los profesores aprobaron las pruebas de ingreso y optaron por la Universidad de Ciencias Médicas de Sancti Spíritus, donde estudian hoy. Fuimos con ellas a matricular y a buscar los libros y los uniformes. En las vacaciones recientes se les dio un módulo de ropa y calzado para que lo pudieran utilizar en la escuela. Siempre estamos al tanto de lo que les hace falta”, confirma Mariela.
La ayuda ha rebasado las fronteras en el ámbito escolar. Su vivienda, luego de sufrir un derrumbe total tras el paso del huracán Irma, pasó a ser una construcción confortable en el centro de Jarahueca.
“El trabajo con estas niñas ha sido una labor de grupo, de toda la Comisión de Prevención del Consejo Popular de Jarahueca en la que trabajamos muy unidos ante cada caso”, expresa Mariela y apunta que el trabajador social es el vínculo entre los problemas y las soluciones.
VÍNCULOS DE GRATITUD
No hay dudas que Mariela siente los dolores ajenos como propios. La prueba está en la relación que sostiene con las jimaguas, que dejaron de ser un hecho ajeno para convertirse en un asunto familiar.
“Las niñas se llevan muy bien conmigo hasta que les peleo. Cuando las regaño se ponen bravas”, dice Mariela y sonríe. “Siempre las tengo en cuenta para todo. No se me olvidan sus cumpleaños, ni las fechas señaladas, porque cuando trabajamos con un grupo de personas de este tipo nos encariñamos y llega el momento que somos como familia”, refiere con orgullo.
Y mientras Mariela agradece haber podido encaminar a estas muchachas, ellas, por su parte, recuerdan el brazo fuerte que les abrió el camino. Lo atestigua Mirianny.
“Mariela es una persona importante en nuestras vidas, porque nos ha ayudado de todas las maneras posibles. Ha sido un apoyo emocional para nosotras y siempre ha estado ahí para lo que haga falta. Todos los días nos llama, nos pregunta cómo estamos y sigue cada paso de nosotras en la escuela. Estamos muy agradecidas con ella y con el trabajo social”.
Aunque Mirianny y Marianny sean hoy jóvenes universitarias y poco a poco construyen sus vidas, cuentan con el amparo del trabajo social. “Esta sigue siendo una familia en situación de vulnerabilidad, pues viven personas discapacitadas en el núcleo y quienes las criaron son adultos mayores. Por tanto, les hacemos entrega de módulos de alimentos, de avituallamiento, y cuentan con la prestación monetaria que brinda la Asistencia Social”, explica Mariela.
La historia de las jimaguas ya no es solo de Jarahueca, sino de toda Cuba. Y es que, tras su presentación en el Taller Nacional de Trabajo Social, efectuado en el 2022, alcanzó un premio nacional por este gesto tan noble y humano que ensalza la labor comunitaria.
“Aunque esto fue un reconocimiento para el consejo popular, para el municipio y la provincia, fue un logro para mí, pues conseguimos que se viera la labor de prevención que hacemos en Jarahueca y estoy muy contenta por ello. Vivo enamorada del trabajo social. Es la profesión que escogí para toda la vida”.
Se me humedecieron los ojos, leyendo esta historia, serán dos profesionales agradecidas, , gracias al apoyo de du guía la trabajadora social