Con su discreción, rectitud y sensatez habitual, seguramente ella hubiera preferido partir en silencio, pero los seres de luz no se marchan sin dejar huellas. Zoila Betancourt, una mujer que se entregó en cuerpo y alma a sus responsabilidades públicas y personales, que vivió más para los otros que para sí misma, merece al menos esta sencilla reverencia de despedida.
Con apenas 73 años, abruptamente y en menos de una semana, dejó este mundo como consecuencia de un ictus hemorrágico severo, que la mantuvo en coma durante sus últimos días. Sin embargo, antes de que partiera hacia otra dimensión, lo mismo en la aséptica sala de Terapia Intermedia que en el velatorio de la funeraria, no le faltaron los afectos de su amorosa familia, ni de quienes fuimos sus amigos, subordinados o vecinos.
En diciembre de 2015, a propósito del cercano cumpleaños del periódico Escambray y después de mucho insistirle, ella accedió a una entrevista pública, donde se desnudó con una increíble argamasa de realismo, sentido práctico y espiritualidad: “No soy una mujer de éxito”, aseguró entonces con su proverbial modestia.
Y, con pocas palabras, definió la estrechez de la infancia en su natal Yaguajay: “En mi casa había solo una bombilla eléctrica, que se cambiaba de la sala para la cocina. El piso era de tablas, muy malo, nosotros cuando chicos nos metíamos abajo buscando algún quilo con qué comprarle cigarros a mi mamá. Mi papá era estibador y ella lavaba para afuera. Zapatos tuvimos muy pocos”.
Desde muy joven comenzó a trabajar por necesidad como oficinista en el Partido Municipal, de donde enseguida partió hacia la capital a prepararse como profesora para la enseñanza política y después la seleccionaron para hacer la Licenciatura en Ciencias Sociales, en la Academia del Partido Comunista Búlgaro.
Aunque al principio no conocía en profundidad ni siquiera a los clásicos del Marxismo, con su determinación habitual abordó el avión y cruzó el océano. Superó las barreras del idioma y hasta caídas en la nieve. Y, como si no fuera suficiente, a los seis meses de graduada allí, la enviaron a perfilarse aún más a la Unión Soviética.
Su tremenda capacidad para dirigir con tino instituciones políticas, a base de una combinación infalible de afectos y rectitud —a veces, incluso, a pantalones—, se puso a prueba en la Escuela Provincial del Partido Felipe Torres Trujillo primero y en el periódico Escambray, después, donde transcurrió la mayoría de su vida laboral.
Pero, en la práctica, Zoila Betancourt no se jubiló jamás: ya con su merecida pensión en el bolsillo, prefirió mantenerse activa e independiente hasta el último día desde su humilde labor en el Puesto de Dirección de la Universidad de Ciencias Médicas.
Como una mujer exigente, sobria y estricta, sus primeros juicios siempre los hizo a sí misma. Firme y dulce a la vez, cuando se hacía estrictamente necesario, se las ingeniaba para decir “No” a sus subordinados, pero enseguida les tiraba el brazo por el hombro para dejarlos contentos, salvo en muy raras ocasiones.
Con su ejemplo y entrega, siempre consiguió las mejores alianzas y conexiones entre todos en pos de un resultado común. Bajo su mando los colectivos se convertían en verdaderas familias donde, a la hora de la verdad, las diferencias se respetaban y pasaban por alto.
Responsable, pero no extremista, mantuvo una austeridad respetable tanto en su hogar —donde ahorraba lo mismo los ajos que un jabón— como en sus ámbitos laborales, en los cuales se desempeñaba con una vieja cartera al hombro, unos espejuelos desaliñados y muchas veces a pie, aunque tuviera carro asignado en el parqueo.
Nunca se le subieron los humos a la cabeza ni cultivó ínfulas de jefa. No improvisaba discursos. Bien concreta, llamaba al pan, pan y nunca dejó dudas sobre su competencia y ejemplaridad. Miembro no profesional del Buró Provincial del Partido durante casi una década, dirigió sin pizca de ambición, pero con todas las convicciones políticas del mundo para su momento.
Desde su perspectiva, definió alguna vez los rasgos que debían acompañar a un dirigente: “Lo primero que debe primar en todo aquel que cumpla tareas de dirección es la honestidad, la defensa de esta causa que no la podemos dejar caer nunca, la incorruptibilidad, la entrega por lo que hace, la disciplina y la constancia”.
Las asperezas de la vida no consiguieron doblegarla: aunque la naturaleza le impidió tener hijos propios, mantuvo un matrimonio de 26 año con Jose, el amor de su vida, a quien le ayudó a criar una hija que hizo suya. Pero si mucho quiso y consintió a Darlinys, más se desbordó su amor maternal en dos nietos que cerraron su vida con broche de oro.
No necesitó honores especiales en su funeral Zoila Betancourt. Allí estaban, con el más profundo dolor y respeto, muchos de quienes la quisieron bien. Los otros, los que no pudieron venir a ofrendarla al borde de su féretro, hicieron llegar sus sinceras condolencias por teléfono o a través de las redes sociales.
Tampoco faltaron los adjetivos y las definiciones en su partida: amiga y consejera, revolucionaria y fidelista, superabuela, modesta y ejemplar, sincera y patriota, valiente, pero temerosa de una rana. Porque no todo fue sobriedad y cumplimiento del deber al lado suyo. También nos legó complicidad, alegría y esperanza.
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